viernes, 25 de septiembre de 2009

Virtudes capitales:II La pureza

Pureza

En los viejos catecismos el pecado de la lujuria se contrarrestaba con la castidad. Y estaba bien así, porque en aquellos tiempos la cultura y las costumbres reducían la lujuria al ámbito exclusivo del sexo. Sin embargo en nuestro tiempo podemos comprobar que el término "lujuria" ha adquirido ciertos matices más amplios, que implican también un sentido de frenesí sensorial hacia cualquier estímulo excitante, que sin autocontrol, deriva en uno de los pozos sin fondo más oscuros de nuestra natualeza : la adicción. Como esclavitud, como pérdida de la voluntad y como estado dependiente y precario de una conciencia saturada de señales y bloqueada por las pulsiones urgentes. Tiránicas, con que nuestro sistema tricéntrico: cuerpo, emoción y mente, tiene que lidiar en tantos campos de la seducción mediática, publicitaria, "lujuriosa", que es hoy por hoy, la que dicta y dirige las conductas, desde su cuartel general enterrado en el inconsciente, desde donde dicta leyes, diseña costumbres y normas, vocabulario y tendencias del pensamiento creativo o más bien tirando a compulsivo e inestable, en lo fundamental, mientras se convierte en obsesión repetitiva en lo supérfluo. Ya no hay un "pecado" de lujuria, sino una lujuria general que invade el albedrío y lo moldea a su antojo. La lujuria es esa invitación a suprimir el límite de la moderación. Es una especie de sensorrea crónica con crisis agudas cada vez más frecuentes que requieren tratamiento clínico y reeducador de la conducta. Nuestros sentidos se ven invadidos constantemente por esa onda expansiva de la dispersión lujuriosa, que ya no necesita el sexo como escape morboso. El sexo ha dejado de ser un tabú, gracias a Dios. Un tema del que se puede hablar sin sonrojo porque ya ni siquiera requiere intimidad: se ha transformado en objeto de consumo y ha pasado a ocupar su lugar ad hoc, junto al alcohol, el tabaco, la mariguana, la coca, el haschis, las sectas, la tv, las compras compulsivas, la moda, el café, los dulces, los medicamentos, la velocidad, el poder, el dinero o la comida bulímica. Un menú completito que se va cociendo a fuego lento en la marmita de la lujuria.

Por eso la castidad se ha quedado fuera de juego. Es insuficiente para moderar esta nueva clase de lujuria que desborda lo conocido y controlable, porque tiene resonancias monacales en una época básicamente escéptica e irreligiosa. Porque suena a ascesis impuesta en un tiempo donde la permisividad es la corriente más fuerte en las conductas y costumbres humanas. El hombre, al mismo tiempo que desintegra su vieja moral bajo el imperio de los sentidos, está desarrollando una conciencia y una intuición mucho más sutiles, aunque parezca una paradoja, y tal vez por eso, esta inmersión en el huracán de los sentidos desquiciados, le conduce a un estado de ansiedad con posterior incidencia en la depresión, a veces suave y leve y otras grave y destructiva. La nada. El vacío, que se traga hasta el eco de la existencia sin sentido alguno, si se excluye el trabajar como bestias para pagar el alud de ataduras que aplasta el libre albedrío y el bienestar personal armonizado con la vida y los acontecimientos que deben asumirse cada día. Una esclavitud voluntaria, libremente elegida y a la vez, una rueda infernal de la que es casi imposible evadirse.
La pobre casitidad, inocente y piadosa, poco puede ofrecer en este punto álgido, que lleva a la decadencia de lo obsoleta y a la creación de lo necesario.

Proponemos la virtud de la pureza porque es mucho más aplicable. La pureza no es un hábito particular y concreto, como la castidad, sino un estado generador de equilibrio y salud mental. Un filtro protector, de un factor altísimo, frente a las radiaciones destructoras de la locura generalizada que padece nuestro mundo. La pureza se instala desde la cuna en el alma del niño por medio de un ambiente sereno, dialogante, alergre, positivo, respetuoso, delicado y sencillo, que eleva y fortalece la sensibilidad y la inteligencia autoselectiva, sin forzar ni presionar, sin culpabilizar pero responsabilizando, o se adquiere de mayores a través de poner la atención en las cosas que nos ayudan a crecer, a liberarnos de ataduras y pulsiones adictivas, estudio profundo de libros sagrados, de pensamiento y argumentos fundantes, de espiritualidad, filosofía, poesía, ensayos sobre ciencia, sociedad, cultura, lejos de la superficialidad de lo pasajero, que no se desprecia, por supuesto, pero que no se deja al mando de las decisiones importantes. La pureza se aprende seleccionando lo que nos ayuda a subir en la escala de la evolución. Es un crisol
que funde los metales más pesados y consgue mezclarlos en las mejores condiciones, darles utilidad como herramientas y proporcionarnos un sistema de discernimiento para caminar tranquilos. La pureza nace del aprendizaje, desde dentro. La castidad es una privación. La pureza incluye también la sexualidad. La castidad la excluye. La pureza armoniza, la castidad polariza. La pureza sana, la castidad frecuentemente genera neurosis. El verdadero amor de pareja es inconcebible si no incluye el sexo. Pero el amor purifica por sí mismo ese vínculo carnal y lo convierte en poesía, en contemplación, en perfeción, en generosidad total, en comprensión profunda, en gozo infinito. En pureza absoluta que nos hace descubrir la esencia divina del amado y del amante,que es el mismo.

Ahora, repasemos un poco el material mediático que creemos manejar, pero que en realidad, nos maneja. Qué novelas, qué series televisivas, qué películas, qué artículos de prensa o revistas, tenemos al alcance. ¿Podremos crear en nosotros ese oasis reconfortante de la pureza, con tales estímulos de lujuria sensitiva, de dispersión y aturdimiento? Ruidos, estruendos, colores agresivos, historias sórdidas, tramas corruptas, crímenes, tensiones constantes, trivialización de contenidos sacrificados al glamour de la imagen vulgar, de los lugares comunes, del vocabulario paupérrimo, y tantas veces soez e insultante, que todos valoran quizás como obras maestras e imprescindibles para mantener conversaciones inútiles. "Es que hay que ver qué bien refleja este autor la realidad"...y nos preguntamos ¿esa realidad repulsiva vale la pena reproducirla si ya estamos saturados de su inmundicia en las mismas noticias de cada día? Si el ojo del observador que luego crea, fuese puro, nos presentaría obras estimulantes, inteligentes, que dejan un poso, que te hacen pensar, parar, entrar en ti, crecer y tener algo verdaderamente interesante que decir y aportar, más allá del tópico aburrido y cansino, la pureza nos hace brillantes, porque es limpia. Observo que cuando limpio a fondo mi casa, todo brilla. Que cuando hago la colada y la dejo toda la noche bajo la luz de la luna y el fresco de la escarcha y espero a que amanezca y los primeros rayos del sol la iluminen y evaporen el regalo de la noche sobre los tejidos blancos, las piezas de tela brillan, perfuman el cesto donde las recojo. La pureza las ha dejado impecables.
Así, podemos repasar el simbolismo de los elementos: la ropa es nuestro estado, la lavadora es la situación, la máquina que todo lo mezcla mecánicamente, sin miramiento, somos nosotros -la conciencia- quienes debemos seleccionar qué tejidos y colores se van a lavar, el agua representa la emoción, el jabón es la voluntad que intenta quitar las manchas y al mismo tiempo perfumar, el suavizante es la delicadeza y el respeto por nuestro proceso interno, la noche es la paz, la oscuridad necesaria para el descanso, la luna es el flujo del inconsciente que aporta los sueños y las intuiciones mientras dormimos, la escaercha es el frío necesario para congelar lo que no interesa que avance, pero que bien usado es un blanqueador maravilloso y un quitamanchas ideal, el sol es el calor que disolverá y resolverá todo el proceso, blanqueando y purificando, fundiendo, todas esas energías y materias. Por la mañana nuestra alma nos revelará su inspiración, nuestro espíritu su fuego, el intelecto intuitivo y razonador, por eso nuestra ropa -la situación- habrá sido purificada, perfeccionada y elevada.

Construir pureza es adquirir calidad de vida. Interiorizarla, es crecer. Compartirla es amar. Y agradecerla y disfrutarla, hacer el mundo más bello y habitable.

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