martes, 29 de septiembre de 2009

Virtudes capitales V: La Magnanimidad

Magnanimidad



Es una palabra quizás demasiado rimbombante. Excesivamente larga, tal vez, para un tiempo como el nuestro, hecho de abreviaturas, de signos esquemáticos, de guiños conceptuales que rascan la superficie de todo sin arriesgarse a entrar profundamente en nada. Es lo que tiene la limitación del habla, que no de la lengua, como distinguiría Ferdinand de Saussure. La lengua es extensa, abstracta y abierta al intelecto, mira a lo lejos, no se avergüenza de su historia, la asume y se enriquece de ella, y el habla, en cambio, está reducida a los límites de lo concreto, es portátil y adaptable a lo que hay en los manejos infinitesimales y variables de lo acostumbrado y perentoriamente temporal. Una wikipedia del sobeteo ad hoc. Pero imprescindible para que el habla tenga sentido y se haga tangible.

¿Qué traducción tiene la magnanimidad en el habla de hoy? De la expresión latina magna anima = alma grande, deducimos que debe ser algo demasiado etérico, quizás. Y un poco demodè, solemne en exceso, out-sider, que nos queda bastante lejos, altisonante y rarito. Quizás el habla tenga algo que inventarse todavía al respecto y aplicarle más simplicidad. Un vocablo que sin alterar el contenido lo incorpore al uso habitual con los matices de: excelencia, grandeza, altura, sencillez, justicia...Pues estos ingredientes se enmarcan en el diagrama de la magnanimidad, que es el exacto opuesto y perfecto remedio para la envidia, una pandemia de gripe E, que viene haciendo estragos en la humanidad desde la noche de los tiempos sin que los laboratorios farmaceúticos se hayan preocupado, hasta la fecha, por invetar la vacuna preventiva adecuada al caso.
Por envidia -cuenta la mitología bíblica- le serpiente amnésica del astral arrastró con ella al animus y al anima del hombre, que, empeñado en alcanzar el poder de un dios, se vio reducido a reptar por los suelos del tiempo y del espacio tratando de arañar un poco de felicidad y algún consuelo de poca enjundia que le recordase a chispazos sueltos, su pertenencia a algo menos angustioso y comprensible. Una condición menos cutre y más llevadera. Y el detonador lo pulsó la envidia. Una contravirtud, o pecado "mortal", tal vez, el más letal y venenoso de todos, por lo solapado de su presencia poco ruidosa, pero fatal. La infección por envidia es muy difícil de detectar por el que la padece. Los demás lo ven, lo saben, lo notan, lo sufren, pero el afectado nunca se da cuenta y cuando lo hace, es demasiado tarde. Y le cuesta muchísimo sanarla. Precisamente porque la envidia produce amnesia de uno mismo, de lo mejor de uno mismo. Incapacita para recordar que uno pertence a lo más alto. Que todos pertenecemos a lo más alto. Sin embargo el envidioso no puede verlo, no recuerda quien es. No sabe aún que existe y es. Sólo transita, vegeta, especula, se come el tarro, mira alrededor y compara. Se compara con lo que ve, porque ha perdido la brújula personal. O no la ha tenido nunca. Y entonces puede haber dos reacciones:

a) La pasiva, directamente autodestructiva, que le impulsa a reconcomerse, a infravalorarse y a negarse el derecho a crecer y a vivir. Envidia suicida acorto plazo.

b) La activa. Que le impulsa a sumergirse en la soberbia, la ira, la lujuria, la avaricia, la gula y la pereza. Es decir, la envidia es el trampolín estratégico de todo el florilegio degradante que mantiene al hombre hecho un desastre incívico, estúpido, enfermo y absurdo. Con tal curriculum calamitatis la tendencia autodestructiva y suicida se convierte en tiranía y exterminio generalizado, a largo plazo. En el desequilibrio en los mandos de la nave humana que conduce a la pérdida del rumbo ya que la brújula no está disponible. El desastre está servido.

El primer síntoma de la magnanimidad es la alegría que causa el bien ajeno. La capacidad de alegrarse por todo lo bueno que tienen, son, hacen y disfrutan los demás. La persona magnánima es ésa que siempre descubre las virtudes de los otros y se las hace ver. Es una luz que permite que quienes están a su lado puedan verse a sí mismos como únicos y especiales, porque en realidad lo son. La magnanimidad nace de la fe en la humanidad y en su destino cósmico y por eso es próspera, no anida en su interior ningún recelo ni miedo ni desconfianza ni celos, porque "ve" y "siente" el interior de los demás, igual que se ve uno mismo. La magnanimidad implica el autoconocimiento, la valoración objetiva, no subjetiva ni relativa pues eso es lo que hacen la soberbia y la propia envidia. La magnanimidad ve los "defectos" pero sabe el valor que tienen, pues son exactamente la sombra de las cualidades ocultas,por eso no se desalienta con los fallos propios ni critica con dureza los ajenos, sino que con gran sentido práctico, en vez de desperdiciar la energía en críticas estériles, diseña soluciones y regala las ideas sin apegarse al hecho de la propiedad personalizada, no sólo no prohíbe la reproducción de su trabajo, como los copyrights, sino que recomienda que se reproduzca desinteresadamente todo lo que pueda ser útil y benéfico para todos. La magnanimidad no puede tener celos jamás, porque nace del amor verdadero. El Amor es magnánimo per se. Solo pueden amar las almas grandes y a todo el que ama el alma se le agranda. ¿En qué se relacionan los celos con la envidia? En que los celos son la tristeza que se experimenta cuando alguien es feliz,querido o respetado, valorado, y el celoso no se considera partícipe de esa felicidad porque no es el único protagonista ni el único causante ni el único beneficiado por ella. Quiere la posesión en exclusiva de un bien que en realidad no puede poseer,como es una persona concreta o un trabajo o un éxito o una familia o una buena salud o riqueza material, o belleza e inteligencia. En realidad esa envidia celosa es la manifestación de un alma pequeña, que debe hacerse grande y abandonar el grado comparativo para quedarse entre el positivo y el superlativo, es decir, entre la bondad que se está trabajando y la que crecerá si sigue empeñado en ello.

La magnanimidad nos hace valientes y confiados, no sólo en las propias cualidades sino en la buena onda que generan y propagan. Es un campo fértil, bien abonado y bien regado,donde todo lo que se cultiva se convierte en un vergel, en riqueza para todos. La persona magnánima está bendecida por el universo y no necesita acumular como el avaro, ni agredir como el iracundo, ni autoengañarse como el soberbio, ni alienarse como el lujurioso adicto. Es libre de ataduras porque está abierta al don de sí, de su alma grande,que como no tiene suficiente con un cuerpo reducido, se extiende como la luz en el cosmos, para crear, dar forma, color y contenido a la creación. Los pensamientos de deficiencia, complejos, bajezas, intrigas y engaños, no le interesan, más bien, le aburren y saturan, pero tiene la habilidad de convertirlos en crítica constructiva que estimula y corrige con respeto, señalando el fallo como algo mejorable y aprovechable, no como una sentencia lapidaria. No compara a nadie entre sí, ni consigo misma, porque valora la individualidad única y original de cada uno, que existe, como las huellas dactilares, el iris o la disposición cromosómica. Si no lo sabe por estudios, el magnánimo lo intuye, lo "sabe" por dentro. He conocido campesinos sin estudios ni información cultural, pero con una disposición natural magnánima y sabia. Grandes seres, nobles de verdad, regalos de la vida.
Todos conocemos, en cambio, líderes "triunfadores" cuya almas caben en un dedal y aún queda espacio. No se puede caer más bajo y ni siquiera han desarrollado la capacidad de verlo y corregirlo. Cuando la poquimidad o la nulimidad, toman los plenos poderes, la magnanimidad del conjunto disminuye, porque esos filibusteros de la mentira y del autobombo, no son capaces de ver ninguna virtud por encima de ellos y si la intuyen por debajo se encargan de chafarla lo antes posible para que no les deje en evidencia. Ahí está el origen de las represiones, las persecuciones y las dictaduras más crueles y sangrientas.De las inquisiciones y autos de fe. De la ruina que arrastran tras de sí en sus imperios de mediocridad, donde la mentia oficial y la componenda maquilladora intentan sustituir a las leyes justas, respetuosas y buenas para todos. Sólo al carente de magnanimidad, al envidioso esencial, le crecen enemigos por todas partes en su paranoia megalómana. Todo el que disiente en lo más mínimo es una amenaza que hace visible su precario sistema insostenible y autárquico. Y eso es la prueba de que no existe magnanimidad, un alma grande. El magnánimo agradece las disidencias porque le muestran aquello que necesita cambios y mejoras. Nunca se siente amenazado por la libertad de expesión, la agradece y se enriquece con ella. Es tan inteligente que puede ser humilde. Y por eso sabio y prudente. En cambio los que no dan la talla y caminan de puntillas par aparentar más altura de la que tienen montan un enredo tal que arruina lo que toca. Son reyes Midas al revés. Una plaga bíblica intemporal. Ignoran que su verdaero triufo sería el desarrollo de esta magnífica virtud capitalísima, origen y a la vez consecuencia (el universo y Dios son pura paradoja) de todas las demás.

Como práctica para desarrollar esta cualidad fundamental, es importante hacer el ejercicio de buscar en todas las personas que encontremos, con quienes convivimos o nos tratamos, las virtudes,posibilidades de desarrollarlas y empezar a tratarlas como si ya las tuviesen. Señalar lo bueno que se ha hecho aunque sea poca cosa, un detalle. Cuando haya que corregirles o reivindicar algo justo, es buena cosa empezar siempre señalando la parte mejor del asunto y luego, sugerir como se puede mejorar y dar ideas con humildad y mejor aún, sugerir con delicadeza hasta que el otro las descubra y las exprese como cosa propia. Así, haciendo su trabajo consciente de sí, se crece y aumenta el potencial sin sentirse "dirigidos" ni conducidos, porque en realidad recibir una ayuda de vez en cuando es bueno para todos, no una humillación. Y todos deberíamos agradecer la bendición de encontrar seres magnánimos en nuestro camino. Un alma grande que siempre será un igual, no un dependiente ni un acaparador de alabanzas y veneración. Alguien con quien crecer y que crece con nosotros. Sencillamente.

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