jueves, 28 de abril de 2011

Detrás de la noticia se esconden tantas cosas...

El odio es una tela de araña muy poco sutil. Sus tramas se ven enseguida, pero no se localizan como odio, sino como "razones", por supuesto sin más razón que la obstinación, la falta de cordura, de lucidez, de honesta autocrítica. El que odia pocas veces lo reconoce. Se suele limitar a un "no sé por qué me cae tan mal", " ese tío no me gusta un pelo", "todos los ....-hombres, mujeres, políticos, curas, tenderos, maestros, fontaneros, católicos, liberales, comunistas, alemanes, vascos, ateos, portugueses, catalanes, italianos, andaluces, inmigrantes o lo que sea- son guales".
El odio no es creativo. Porque es un cadáver emocional. Un zombi. Parece que piensa algo cuando habla, pero no es cierto. Sólo habla. Y siente. Rabia. Disgusto permanente. Antipatía generalizada, excepto por su religión o su irreligiosidad, por su pueblo, su familia, sus colegas de ideología, su grupo de rock o su equipo de fútbol. Todo lo que traspasa esa frontera de lo propio, no es que no exista para él, es que habría que eliminarlo. Molesta. La otredad. Lo distinto. Lo que no entiende, a lo que no llega. Un fastidio.
El odio se está viendo en estos momentos en los medios de comunicación. El PP contra TVE. Cospedal quiere su bula para proclamar las obsesiones del odio partidista. No admite la intervención de la moderadora del coloquio. Se enfurece y en su dieléctica de gaviota desmelenada, en el más puro estilo Fray Gerundio de Campazas, trata de rizar el rizo de la crispación. Como siempre. Es el problema de haber mezclado el centro derecha con la extrema campista, la democracia con la labor de zapa totalitaria. El PP carece de educación para la convivencia con el resto de ciudadanía. Y los pocos pperos que no comparten esa actitud, no tienen voz ni voto. Véase Gallardón. O Piqué. La moderación del PP está missing. No existe. No saben hacer oposición. Sino guerra sin cuartel con el único fin de apoderarse del feudo nacional. El diálogo es un desaparecido, como en las dictaduras desaparecen los que quieren dialogar. "Crispa y odia, que algo queda", es el lema, el mantra.
Odio hemos visto en ese Mourinho incapaz de valorar el buen juego del Barça cuando perdió la Copa del Rey - ¿o la de del rey copas, visto lo visto?- ante el Madrid e incapaz de reconocer sus errores como técnico y como indisciplinado y maleducado, cuando el Real perdió ayer ante el Barça. Nunca el Madrid había jugado con ese odio hasta que este buen señor, vecino de península, ha llegado a darle el master de la mala baba antideportiva. No es el fútbol español muy proclive a los malos tratos pensados como estrategia en campo. Dice que es juego duro. Pero en realidad, lo que agrede, impide el juego y hace trampas violentas, no es juego duro, sino juego sucio. En el partido primero, que no es casualidad que se jugase en Valencia, arbitrado por la arbitrariedad de su paisano, ganaron. Más tarde, como un reconocimiento cósmico del chanchullo y de la agresividad, la copa de su triunfo acabó hecha colacao bajo las ruedas del propio autobús madridista, desparramada en las manos de un Piqué, acostumbrado en la selección al juego limpio, a las almas grandes. Quizás no era él el más indicado para transportar y exhibir el trofeo de la vergüenza. Una cosa es vencer y otra muy distinta, convencer. Vence y convence el buen juego. La limpieza. La deportividad. La humanidad. El disfrutar y no sufrir en el deporte, como en la vida. Vence y convence una selección como la roja en Sudáfrica, o bien, jugando con un magnífico equipo como el de Alemania, con una elegancia y una clase fuera de serie. O vence la flexibilidad y la chispa providente y genial del "David" Iniesta frente a un Goliat holandés diabólico, pesado y lleno de odio. Nada se escapa al equilibrio del universo, ni siquiera en cosas tan poco trascendentes como el fútbol. O será que tal vez nada es intranscendente en la creación. Y todo tiene su por qué. Quizás a Mourinho antes que comprender a Einstein, al que dice leer sin entenderlo, le convendría empezar por asimilar la relatividad de las relaciones interpersonales, la ecuación de la humildad, la física cuántica de la evidencia, el logaritmo del juego limpio, las progresiones de la paz interior, del buen humor y del buen amor. Que no es posible el uno sin el otro. Y la tabla periódica del respeto y la generosidad. Porque se pilla antes a un envidioso que odia lo que no entiende ni alcanza, que a la tortuga de Parménides pasada por el big-bang.
No me gusta ver el odio condensado en las pantallas ni en las noticias. No me gusta ver el odio en ningún sitio y menos en lo seres hermanos y a veces tan poco humanos. Aunque siempre se apele a ese rastrero "es que somos humanos" para justificar lo más bajo, decadente y repulsivo que aún arrastra la especie y frecuentemente hasta calificarlo como "virtud", como "coraje" y "dueeza necesaria", cuando sólo es una demostración de la baja calidad de la inteligencia. Del espesor de la bestia que aún no se ha convertido en hombre.

No tengo nada personal contra el hombre o la mujer llamados Mourinho y Cospedal, creo que ellos pueden llegar a ser estupendos si renacen a otros valores, si crecen, si maduran. Pero en el estado que andan sus comportamientos, no pueden dar la talla de aquello que pretender ser y que no son. Seres sin odio y por ello, inteligentes y capaces. Seres para el futuro. No mascarones de proa de un barco que ya no puede navegar porque se hundió en las aguas negras del pasado.

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