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A Trump no le gusta nada que alguien pueda llevarle la contraria. Se toma cualquier discrepancia como una insoportable afrenta personal. Da igual de lo que se trate. Responde con bravuconas amenazas, como hizo recientemente con su gran amigo Elon Musk, cuando a este se le ocurrió afear su hermosa gran ley presupuestaria, que sacó por cierto con solo un voto de diferencia, tras conminar a quienes no lo tenían claro en sus propias filas. En el plano internacional, podrían cerrar las embajadas estadounidenses y ahorrar ese gasto, porque la diplomacia es una entelequia metafísica para el presidente norteamericano. Su forma de negociar o trabar presuntos acuerdos es imponer su santa voluntad sin debate ni discusión algunos.
Nuestro presidente ha evitado el espectáculo de que Trump le agraciará con sus improperios frente a las cámaras, aunque se ha ganado el honor de verse abroncado por un personaje tan inquietante como estrambótico
Está muy acostumbrado a que le hagan la pelota y sus colaboradores cultivan ese arte con sumo empeño. Lo bochornoso es que haga otro tanto el Secretario General de la OTAN. Los mensajes personales desvelados por el propio Trump son todo un poema. Mark Rutte parece su lacayo, como si quisiera hacer méritos para seguir en el cargo y que no le muevan la silla. Europa se rascará el bolsillo a lo grande, porque así lo ha mandado el Gran Jefe de La Casa Blanca, el querido y majestuoso Donald. Este se sacó del magín una cifra bastante caprichosa, el cinco por ciento del PIB, al igual que fija sin criterio unos estrafalarios aranceles pretendiendo proteger los productos norteamericanos y equilibrar tramposamente la balanza de pagos.
La cantinela es que a su país le han estafado y ahora los demás deben pagar más de la cuenta llegado el caso. En el caso que nos ocupa, el aumento presupuestario europeo en defensa será un pingüe negocio para la poderosa industria norteamericana de armamento. Hay que armarse hasta los dientes con productos fabricados en USA, porque a Trump eso le viene de maravilla. El tratado defensivo y la seguridad europea le importan una higa. Con su dedo pulgar aprueba las guerras defensivas que considera justas y censura los conflictos bélicos que no arrojen un beneficio neto a sus arcas. Al presidente de Ucrania le abroncó en el Despacho Oval porque no quería firmar sin garantías un acuerdo para explotar las tierras raras, aunque luego se les vio conversar junto al féretro del finado Papa en la Basílica de San Pedro.
Con un socio tan poco fiable, que puede interpretar a su capricho el artículo del tratado que versa sobre la defensa mutua, Europa debe tender a cobrar mayor independencia en este capítulo, propiciando un ejército único europeo
Bien mirado, ganarse una bronca de Trump viene a significar que quizá estes haciendo algo bien. Eso es lo que le ha ocurrido a Pedro Sánchez en La Haya. Su impecable argumentación sobre nuestro modo de contribuir a la defensa y seguridad europeas no se ha visto rebatida, sino simplemente abroncada con amenazas arancelarias.
El asunto no es gastar más en armamento, sino cómo sincronizar ese gasto con la mayor eficacia sin arruinar a los países concernidos, para preservar el Estado de bienestar europeo. En los Estados Unidos no hay una cobertura médica universal y la gente se arruina cuando tiene un problema médico serio, pudiendo perder los ahorros de toda su vida. La educación tampoco es una prioridad para un Trump que desprecia el pensamiento crítico y quiere supervisar las ideas de quienes quieran estudiar en sus reputadas universidades. Las cifras de gente sin hogar son espeluznantes. Pero a cambio cualquiera puede hacerse con un arma para sentirse protegido. Con todo, su gasto en defensa ni siquiera roza el tres y medio por ciento de su PIB, pese a ser elevadísimo.
¿Cuál es la propuesta de Feijóo en esta materia? Nadie lo sabe. Ni siquiera él mismo.
Con un socio tan poco fiable, que puede interpretar a su capricho el artículo del tratado que versa sobre la defensa mutua, Europa debe tender a cobrar mayor independencia en este capítulo, propiciando un ejército único europeo, dotado con un sofisticado equipamiento vanguardista y a ser posible autóctono. La carne de cañón es cosa del pasado, como nos muestra el ataque ucranio que ha conseguido destruir costosos aviones rusos con unos drones de bajo coste. Hay que rendirse ante las evidencias y apostar por la eficiencia, sin coleccionar armatostes de museo. Por supuesto, la mejor defensa no es un buen ataque, sino eludir las agresiones merced una cooperación mutuamente beneficiosa. Esa es la mejor disuasión, aunque ahora se coticen los arsenales atómicos.
En Hacia la paz perpetua Kant señala que un continuo abastecimiento bélico tiende a incitar conflictos bélicos, porque “los gastos anejos a la paz resultan más onerosos que los de una guerra corta, convirtiéndose así esos mismos pertrechos en causas de confrontaciones bélicas destinadas a desprenderse de tan onerosa carga”. El diablo carga las armas, como reza el dicho, y cualquier chispa prende la mecha con suma facilidad en medio de tanto polvorín. Más nos valdría respetar el derecho internacional y favorecer la convivencia tanto dentro como fuera de las fronteras.
Nuestro presidente ha evitado el espectáculo de que Trump le agraciará con sus improperios frente a las cámaras, aunque se ha ganado el honor de verse abroncado por un personaje tan inquietante como estrambótico. Algo debe haber hecho bien para sacarle de sus casillas. La soberanía de cada país europeo debe ser incuestionable y no admitir injerencias bajo la forma de amenazas. El pasado cinco de junio se cerró un plan cuatrienal y a eso nos hemos atenido. Es una lástima que la leal oposición traicione a su patria con tal de acosar al gobierno, como si no tuviera ya suficientes problemas. ¿Cuál es la propuesta de Feijóo en esta materia? Nadie lo sabe. Ni siquiera él mismo.