martes, 15 de marzo de 2011

Las lágrimas de Higuchi

Las fotos, noticias y reportajes nos traen constantemente la hecatombe japonesa al plano de la cotidianidad. Dolor y sufrimiento terrorífico. La sorpresa de un golpe bajo e inesperado sobre una sociedad que ha conseguido tantas cosas, con su disciplina, su inteligencia y su cultura.
El Japón de repente se nos ha humanizado en tragedia. Rostros llenos de lágrimas, gestos de desamparo y hundimiento psíquico. Fragilidad, materia vulnerable. Y una ejemplaridad ética a prueba de calamidad cósmica y telúrica. El país del samurai nos muestra su impecabilidad cívica precisamente en medio del horror apocalíptico. No hay pillajes, no hay saqueos. Se ayudan unos a otros, se acogen y se apoyan en medio del infierno. Milagrosamente, como un perfume celeste en medio de la podredumbre inevitable, esa exquisita mirada hacia el dolor compartido, esa sensibilidad única, se expande como un sudario compasivo en medio del caos y la muerte improvisada, en una sociedad en la que las despedidas a los difuntos son un rito muy bello, sereno y entrañable.

Dicen las noticias que es impresionante el respeto sereno y la paciencia de estos habitantes del sol naciente. Que en vez de alterarse y pelear por un trozo de pan, una manta o un vaso de agua, hacen colas interminables y disciplinadas, y ceden de buen grado su ración o parte de ella, a quienes están peor y más necesitados de ayuda urgente.
Es en estos casos cuando la conciencia social o la ausencia de ella se revela nítida como un amanecer, aún en medio de la noche más densa y tenebrosa. Parece que esa belleza que siempre nos ha mostrado su estética y esa paz zen de su budismo más exquisito y minimalista, ha dejado de verdad una impronta imborrable en el alma colectiva de ese pueblo remoto y legendario para nosotros, occidentales y turistas de superficie. Siempre a la caza de la emoción estética y tan poco proclives a profundizar en las raíces auténticas de la verdadera belleza, que crecen siempre en la tierra de la bondad. No hay bello sin bueno, ni bueno sin bello. Kallós kai agazós, decían los viejos griegos y confirman estos japoneses tan heroicos como humanos espléndidos. Próximos a la compasión del Buda y practicantes de las exquisiteces del espíritu por medio de los sentidos prácticos y su inteligencia delicadamente sensual. Parece que sus almas unidas en un todo formen un ikewana invisible pero percibible y que sus ceremonias del té sean ahora la elegancia de lo bueno y lo bello en medio del desgarro humano y divino.

Pienso en las pocas noticias de corrupción que nos llegan desde ese país, mientras occidente se despierta cada día con una lista de ignominias y desvergüenzas. cada vez más completa. Sólo hay que ver scomo se comportan los japoneses en la intimidad, en su trato diario, en su modo de estar personalmente en el mundo, en suincapacidad para quebrantar sus códigos no sólo éticos, sino delicados y simepre sinceros hasta el fondo. Tanto que no parecen de este mundo.

Pienso en las lágrimas de Higuchi. Mi amigo samurai por amor y en la dignidad de su llanto ante un vaso de horchata sin azúcar, una tarde de otoño, en una Valencia distraída y jotera, o en una Roma indiferente, mediterranea y epidérmica, como mariposa de rumbo caprichoso, absolutamente al margen del drama personal de un hombre bueno y enamorado de un imposible. Ahora ese llanto silencioso cobra un sentido cósmico y alarga su dignidad hasta el infinito.

El cielo de esta mañana fallera, parece que brinda entre las nubes con shake de esperanza y de alivio por tanta vida rota y sin embargo íntegra en su contenido existencial más puro.

Dios te salva, Japón, entre los escombros, de la animalidad sanguinaria de la bestia insaciable y de la fealdad de la bestia miserable y violenta, y te eleva por encima de una naturaleza en cambios inevitables y de una tecnología de efectos mortales que está llamada a desaparecer en el tiempo sin tiempos que ahora comienza. Te repondrás de todas las heridas y cambiarás lo que te falta por transformar. Y con tu apertura y tu nobleza ayudarás a este mundo catatónico que se habitúa al horror como a las facilidades y a la corrupción si eso le proporciona el benficio de una muerte anunciada a cámara lenta. Menos mal que esta conmoción ha caído sobre quienes tienen sabiduría suficiente para afrontarla.

No quiero pensar lo que hubiese sido este hundimiento en cualquier otro punto del Planeta menos cultivado e inteligente y más primitivo, egocéntrico y sin escrúpulos.
La mano oculta de los viejos atlantes no cesa de experimentar con el Planeta, pero ellos también están firmando el certificado de autoextinción. Con ellos quedará cósmicamente sepultada en el polvo cósmico la crueldad hecha tecnología. Pero la belleza y la bondad viven y vivirán siempre recreando la vida en todos los planos. Inventando universos y abundancia gratuita. Eterna y reciclable come el ritmo de la música de las esferas.

No hay comentarios: