martes, 7 de diciembre de 2010

La paz y la noviolencia, un binomio inseparable

Vivimos un tiempo desnortado, donde se ha separado la relación entre causa y consecuencia. Donde se pretende vivir con todas las comodidades a costa de arrasar el planeta. Donde se quiere ser rico a costa de explotar a los más indefensos. Donde se quiere progresar aplastando a los inocentes. Donde se quiere ejercer el poder violento y la opresión para quedar por encima de la desgracia ajena. Se quiere conseguir la paz con amenazas, sin deponer las armas ni cumplir los requisitos de la decencia. Para obtener la paz y poder dialogar para conseguirla, se necesita en primer lugar tener, un idioma común, un código donde las mismas palabras y conceptos tengan significados iguales. Es imposible entenderse cuando para unos la ética significa poner buena cara en la superficie y ser un delincuente en el subterráneo. Donde se quiere conseguir ser respetados mientras se aplasta al prójimo. Donde se quiere una buena imagen viviendo en la más obscena crueldad. Es imposible dialogar sobre algo que ni siquiera se conoce, cuyo significado se ignora, y sólo se utiliza para seguir engañando.
Por ejemplo: si para una tribu afgana la paz significa imponer su credo talibán y para el resto de ciudadanos la paz significa la libertad de elegir entre ser talibán u otras opciones, es evidente que esa paz será imposible, porque una de las partes se niega con sus hechos a dialogar La imposición forzosa de su credo es el obstáculo que impide el derecho fundamental de la libertad al resto de ciudadanos. Eso vale también para Marruecos en el tema del Sahara Occidental. Marruecos tiene muy claro, como China con el Tíbet, que el Sahara Occidental es suyo. Lo ha invadido, lo ha tomado por la fuerza. Ha violado la integridad de otra nación y como los ciudadanos se han negado a someterse a ellos,los masacran. Y además les acusan de sediciosos porque no quieren aceptar la invasión como lo más natural del mundo. Y si estallan disturbios a consecuencia de ametrallar institutos de secundaria, bombardear campamentos, y se prohibe a la prensa internacional que esté presente en El Aioun y en Smara,es culpa de los saharawis que no se pliegan a las "bondades" y ventajas de hacerse marroquíes a golpes y a disparos. La propaganda marroquí quiere hacer creer que los saharawis están en plan guerrero sin motivo, que protestan y viven en el desierto porque quieren, ya que ellos les ofrecen disolverse como identidad en su espléndida oferta de integración. avasalladora. Si viven en el desierto no es porque ellos les han invadido e impuesto sus leyes a la fuerza,es que esos saharawis son cabezotas y obstinados. Y la mayoría de personas poco avisadas o desconocedoras de la historia están de acuerdo con Marruecos. Curiosamente cuando piensan en la situación de Ceuta y Melilla, cambian de parecer y de discurso :"Ceuta y Melilla son españolas", aunque estén ubicadas en otro continente y en otra cultura y en otro país. Y sin embargo Ceuta y Melilla son el vergonzoso resto de un colonialismo ancestral del que todavía esta España, país de Sagitario, amante del poder piramidal y férreo, de la huída hacia delante pero con marcha atrás, sin demasiada reflexión, desubicada y fogosa, amante de las raíces que le convienen a corto plazo y temerosa de los cambios que significan desapego, pais de paises de crecimiento trabajoso e ideas fijas, alma bailona y desajustada, no acaba de comprender.

Es fácil no enteder el problema saharawi si se está de acuerdo con el colonialismo trasnochado en Ceuta y Melilla. Es fácil tener miedo a que se abran más brechas en el tejido de la costumbre y de la cotidianidad de lo arbitrario. Por eso los gobiernos españoles, sean de izquierdas o de derechas, pasan de puntillas el plumero sobre el Sahara. Arreglar esa historia flagrante pasa por corregir la aberración de esos dos enclaves "españoles" en otro continente. Que a estas alturas de la historia no tienen más explicación que una visión garrula y consuetudinaria, que le da fuerza a un sistema de poder obsoleto y ya sin sentido alguno.
Una solución lúcida y justa sería proponer a Marruecos un trueque adecuado. Es decir, que Marruecos abandone el Shara Occidental, que firme un tratado internacional , con España en particular y ante la ONU, de no intervención militar ni adminstrativa en el Sahara, de convivencia pacífica con el pueblo saharawi y le deje en paz. A cambio España cedería las ciudades de Ceuta y Melilla al Estado marroquí, con la condición de que los españoles que quieran seguir viviendo en aquellos enclaves gocen de doble nacionalidad y de libertad de credo y de opinión. Que se respete su diferencia. Además, si deseasen vivir en España podrían hacerlo cuando quisieran sin perder derechos como ciudadanos de los dos paises. Libertad de establecimeinto, en ambos, a cambio de respetar las leyes de los dos. Y doble nacionalidad. Respeto de sus bienes personales, de sus casas o de sus negocios. Libertad para abrir escuelas y colegios privados para quienes deseen educar a sus hijos en la cultura española y abiertas a los niños marroquíes cuyos padres deseasen educar a sus hijos en esta cultura. Como, al contrario, si se desa que los hijos se eduquen en las escuelas marroquíes. Y pagando los impuestos normales y aceptando las leyes y formas de vida del país magrebí.

Eso sería una propuesta bastante justa. Se elegiría el mal menor y el bien más compartido, se perdería lo menos posible para ambas opciones y sería posible que la paz se estableciese al fin sobre una base equilibrada y no violenta, sino razonable. Donde nadie quiere "ganar" a costa de hacer "perder" ni de humillar a los otros. Donde todos quedan a una altura similar en derechos y deberes. Y no hay agravio comparativo para ninguno. Ni más perjuicio del que uno quiera padecer al oponerse y pretender mantener privilegios en una tierra que no es de su propiedad. Ahora me pregunto, ¿están los ciudadanos y los gobiernos de Marruecos y de España, a la altura de una solución así? ¿Podría hacer un esfuerzo por la paz del mundo, esa ciudadanía garrula y zafia que se agarra a las tradiciones absurdas y válidas sólo por la costmbre, como los caníbales mantienen las suyas? ¿qué haría en un caso como ése la armada invencible pepera, invasora de Perejil, representando aquel guión para corto de cine histriónico, como si fuese una obra surrealista de Jardiel Poncela? ¿Qué haría ese PSOE empeñado en nadar en los mares de las alianzas civilizadas y al mismo tiempo en guardar la ropa en las arcas del concordato nacional-católico, de los recortes estilo Merkel y de la colaboración en la guerra afgana?
Esa incógnita no es fácil de despejar. Lo sé. En este planeta falta visión universal y sobra jarabe de ego patrio. Falta verdadera solidaridad, de ésa que va más allá de la limosna parroquial y de la aventura ONGera por los mundos exóticos y sobra marujismo en extensiones capilares, botos y morros de silicona, siglo XXI, (con todos mis respetos por mis muchas amigas Marujas, a las que adoro. Y que están muy por encima del tópico gentilicio y humillante, pero no encuentro otra palabra cuyo valor semántico defina mejor el concepto que colorea esos comportamientos que aplican las recetas del ajoblanco o del bocata de calamares a todos los problemas del mundo mundial)
Quizás yo estoy también marujeando a mi aire en estos momentos. No sé. Pero queden al menos estas reflexiones y propuestas, ahí, en el aire calmo de una mañana de diciembre, de un año difícil para el mundo entero, menos para los enanos morales e intelectuales, privados de claridad y de corazón, ambiciosos y sin escrúpulos escondidos en los bajos fondos de esta sociedad sin puntos cardinales que la orienten. Pero, sin embargo, con todas las posibilidades que lleva consigo el despertar tan deseado de la conciencia integral. Ésa que nos une a pesar de todas las diferencias, mientras nos quede tiempo para verlo y disfrutarlo sin limitaciones a lo Sancho Panza y sin alucinaciones quijotescas. Simplemente con el deseo inagotable de salir adelante entre todos, sin muertos, sin heridos, sin golpes ni disparos. Sin contrario que humillar ni señores a quienes servir. Libres. Responsables. Y, además, si se puede, razonable y apasionadamente, felices.

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