Hoy me asomo a las noticias y me encuentro el video de Iñaki y su metáfora diaria, tratando de desenredar los barullos mentales de un Rajoy interestelar que busca la cuadratura cúbica de la esfera y la entrevista a Teresa Forcades, el periodista con una decencia tan molesta como imprescindible y la monja anómala; tanto que cuando la lees o la escuchas en una de sus conferencias, lo primero que se te ocurriría preguntarle es aquello de "Pero ¿qué hace una chica como tú en un sitio como ése?" Es algo que siempre también se me ocurre ante Ernesto Cardenal o Enrique de Castro, por ejemplo.
Se comprende que la fe en la iglesia, para los católicos, es un hecho que no admite objeciones, pero resulta "cognitivamente" extraño que personas tan despiertas sigan aferradas incondicionalmente a una institución tan enmarañada y corrompida, como si fuese una tabla de salvación única. Podría comprender que esa fe la depositasen en Dios, en la experiencia que se pueda tener de Él mediante la cercanía de Jesús de Nazareth y lo poco que ha quedado en limpio escrito sobre él, en los evangelios, revelaciones y cartas posteriores, porque se ha sentido la conexión interior y se ha convertido en un vínculo fraternal con la humanidad, y ese vínculo te lleve a darlo todo por el bien común, en cualquier tiempo y espacio en los que te muevas, viviendo al estilo amoroso y compasivo que el Nazareno demostró como el modo de vida necesario para crecer, evolucionar y ser felices en medio de un mundo, al que no se puede pertenecer del todo sin destrozarse por dentro y por fuera.
Pero ceñirse a una antología del disparate, donde todo es tradición rancia y repetitiva, cultología teo-ilógica, machismo, fanatismo, cinismo teocrático, anacronismo evolutivo y enfermedad cratogénica (porque el aire que se respira está enfermo de "poderosis" idiopática) se me hace como una especie de galimatías desgalichado entre entendederas inentendibles.
Se puede amar al prójimo como a uno mismo, se puede amar a las personas frente a frente, amigos o enemigos se hacen uno cuando las miras y las reconoces como iguales a uno mismo, pero ¿cómo se puede amar a una iglesia despersonalizada, diluída en una plastilina informe, como el universo de la nada antes de la creación, escurridiza y siempre barriendo para sí misma? ¿como se ama a un partido político? ¿como se ama a un equipo de fútbol o a una peña festera o a un falla valenciana? ¿como se "ama" a los paisanos o a los compatriotas?, igual que se lee o se escucha en prensa "Ha habido una catástrofe en Panchilindia, afortunadmente no hay españoles entre las víctimas"? Supongo que es el mismo tipo de "amor" -por usar la palabra eufemísticamente-. Amor de grey. De rebaño. De lista de beneficiados por una "savación" que nada tiene que ver con el mensaje inicial que era cualquier cosa, menos sectario.
¿Hasta qué punto el miedo a perder la marca de la gandería - o sea, la identidad atribuída que concede la pertenencia a alguien o a algo- puede conducirnos a la complicidad con la aberración? ¿Hasta qué punto la costumbre y la tradición, aunque estén llenas de disparates, atan y encadenan las mentes, la sensibilidad y el alma de los humanos, hasta llegar a convertirlos en verdaderos rebaños ovinos o porcinos en tantos casos?
Personas que trabajan a favor de los derechos humanos y a favor de la justicia, como predican las bienaventuranzas del Sermón de la Montaña, se someten a votos de obediencia en una institución que transgrede constantemente esos derechos y esa justicia desde su misma base representativa, donde hasta un papa -por cierto jefe de un estado pontificio y un cacique universal de conciencias asustadas o /y dormidas-, debe dimitir por presiones, guarradas, connivencias y chantajes...un sistema capaz de pasar el mensaje evangélico por los innobles recortes de las cruzadas, la inquisición y las guerras "justas" y los paseos bajo palio de los dictadores y los silencios cómplices ante el nazismo y el eterminio sistemático de seres humanos en las guerras-negocio, hambrunas y masacres, mientras el jerarca se pasea en papamóvil y da la comunión a monstruos genocidas, eso sí, bautizados y muy devotos.
Pero ceñirse a una antología del disparate, donde todo es tradición rancia y repetitiva, cultología teo-ilógica, machismo, fanatismo, cinismo teocrático, anacronismo evolutivo y enfermedad cratogénica (porque el aire que se respira está enfermo de "poderosis" idiopática) se me hace como una especie de galimatías desgalichado entre entendederas inentendibles.
Se puede amar al prójimo como a uno mismo, se puede amar a las personas frente a frente, amigos o enemigos se hacen uno cuando las miras y las reconoces como iguales a uno mismo, pero ¿cómo se puede amar a una iglesia despersonalizada, diluída en una plastilina informe, como el universo de la nada antes de la creación, escurridiza y siempre barriendo para sí misma? ¿como se ama a un partido político? ¿como se ama a un equipo de fútbol o a una peña festera o a un falla valenciana? ¿como se "ama" a los paisanos o a los compatriotas?, igual que se lee o se escucha en prensa "Ha habido una catástrofe en Panchilindia, afortunadmente no hay españoles entre las víctimas"? Supongo que es el mismo tipo de "amor" -por usar la palabra eufemísticamente-. Amor de grey. De rebaño. De lista de beneficiados por una "savación" que nada tiene que ver con el mensaje inicial que era cualquier cosa, menos sectario.
¿Hasta qué punto el miedo a perder la marca de la gandería - o sea, la identidad atribuída que concede la pertenencia a alguien o a algo- puede conducirnos a la complicidad con la aberración? ¿Hasta qué punto la costumbre y la tradición, aunque estén llenas de disparates, atan y encadenan las mentes, la sensibilidad y el alma de los humanos, hasta llegar a convertirlos en verdaderos rebaños ovinos o porcinos en tantos casos?
Personas que trabajan a favor de los derechos humanos y a favor de la justicia, como predican las bienaventuranzas del Sermón de la Montaña, se someten a votos de obediencia en una institución que transgrede constantemente esos derechos y esa justicia desde su misma base representativa, donde hasta un papa -por cierto jefe de un estado pontificio y un cacique universal de conciencias asustadas o /y dormidas-, debe dimitir por presiones, guarradas, connivencias y chantajes...un sistema capaz de pasar el mensaje evangélico por los innobles recortes de las cruzadas, la inquisición y las guerras "justas" y los paseos bajo palio de los dictadores y los silencios cómplices ante el nazismo y el eterminio sistemático de seres humanos en las guerras-negocio, hambrunas y masacres, mientras el jerarca se pasea en papamóvil y da la comunión a monstruos genocidas, eso sí, bautizados y muy devotos.
Todo este movidón me deja por completo al margen de fumatas y de sfumati vaticaneschi. Impide que me interese lo más mínimo por esas historias irrelevantes y más propias de un programa de cotilleo que de una sociedad seria y ocupada en remontar los baches y sanar las heridas históricas que ese modo de entender la "vida espiritual" ha desencadenado en la humanidad desde hace tantos imperios y milenios, que se nos ha perdido la capacidad de reaccionar ante la barbarie camuflada de religiosidad gregaria y por eso, personas lúcidas y válidas en tantos aspectos, siguen abducidas por ese agujero negro del miedo al más allá y la trituración bedecida y rentable en el más acá. Seducidas por el baile de máscaras que se camufla de liturgia, salvavidas emocional-beato y rutinas obsoletas y vacías, donde precisamente Dios y el hombre, su único sagrario viviente, importan un comino.
Lo dicho, Teresa Forcades & company, ¿qué hacen unos chicos/as como algunos de vosotros los católicos militantes, en un antro como ése?
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