La democracia no es el problema y Franco fue un dictador sanguinario
Necesitamos tu ayuda para seguir informando
Colabora con Nuevatribuna
Cunde la especie de que una dictadura podría solucionar los problemas del sistema democrático, tal como sucedió con la República de Weimar. La dictadura franquista usurpó el poder con las armas y fue cruel con quienes perdieron la Guerra Incivil.
Pensar que la democracia es el problema y que se podría vivir mejor bajo una dictadura o que no hay diferencia entre uno u otro régimen político es desconocer las elecciones de la historia. Es obvio que ahora mismo incluso en los países presuntamente más prósperos, a la vista de unos buenos indicadores macroeconómicos que no se notan en la vida cotidiana, buena parte de las generaciones más jóvenes tienen la impresión de no poder planear su futuro, porque acceder a una vivienda para emanciparse se ha convertido en un lujo y el salario promedio no da para pagar las facturas más elementales.
Este panorama se ha traducido en un malestar social que menosprecia la democracia y el comportamiento de los partidos políticos no ayuda en absoluto con su peligrosa polarización, que convierte al adversario político en un enemigo a batir, generando un ambiente paramilitar de atrincheramiento ideológico y un maniqueísmo que impide trabar acuerdos para solventar los auténticos problemas de la ciudadanía. Los grandes debates quedan encubiertos y preteridos por acusaciones mutuas que convierten a la política en un instrumento para sus propios fines, insultando nuestra inteligencia con frivolidades pueriles o malversando perversamente un terrorismo que ya no existe sin reparar en el daño hecho con ello a las víctimas.
Mentir se ha convertido en el deporte favorito de los delincuentes y sucedáneos, aplicando los métodos del trumpismo. Inventarse una realidad paralela, una especie de imaginario mundo infantil, donde todo va según sus veleidosos caprichos y no cabe rendir cuentas ni hacerse responsable de nada en absoluto. Alguna gente compra este discurso porque les reconforta escuchar que hay fórmulas mágicas para sus miserias, por mucho que nunca se apliquen al ser fantasmagorías inasibles. Otros repudian la política, como si esta inaceptable pantomima pudiera homologarse con un arte tan serio y noble, cual es el de administrar honestamente la esfera pública.
La prestación de servicios básicos es lo que corresponde gestionar a quienes el voto popular coloca en las instituciones. En sus manos debería estar que contemos con los recursos energéticos y de comunicación más imprescindibles, además de garantizar un sistema sanitario, y educativo tan accesibles como bien dotados o que los más desvalidos no queden a la intemperie cuando necesiten auxilios. Ahora por ejemplo les correspondería regular cuanto concierne a esa IA que lo puede cambiar todo y que aumentará los privilegios de unos pocos en manos privadas.
Desmantelar lo público para privatizarlo absolutamente todo es algo incongruente con un sistema democrático que selecciona por un tiempo a quienes deben administrar la ‘res pública’. Para eso está la iniciativa privada cuyos réditos no deberían incrementarse gracias al erario público ni una especulación financiera propia de un casino. Los programas electorales que manifestaran su intención de privatizar sin tasa suponen algo contradictorio con el juego político, aunque consigan adeptos que consideren un robo la recaudación de tributos y crean más apropiado abstenerse de hacerlo como gorrones que se benefician del resto sin sonrojarse por ello.
Hace un siglo la República de Weimar atravesó un trance parecido. La socialdemocracia fue considerada el origen de todos los males y eso dio paso a una confrontación radical entre las posiciones más extremistas, abriendo paso al nazismo y su Estado totalitario. Solemos olvidar que mientras gobernaron las derechas la II República española no supuso ningún problema y que fue la victoria electoral del Frente Popular el detonante del golpe. Algunos generales decidieron traicionar a su patria desenvainando el sable y provocaron un fratricida conflicto bélico, que ganaron gracias al apoyo de Hitler y Mussolini, implantando luego un régimen fascista denominado nacional catolicismo por el decidido apoyo del Vaticano y la jerarquía eclesiástica española.
Sin bien es cierto que se cometieron atrocidades por parte de ambos bandos en la contienda, la posguerra permitió a los vencedores mostrar durante mucho más tiempo su crueldad con quienes portaban el gen rojo. En realidad, la cruzada era una batalla eugenésica, como la emprendida por el nazismo contra los judíos. De hecho, la brigada político social aprendió a torturar con las SS y Himmler le dio a Franco la idea de utilizar a los republicanos para reconstruir el país, utilizándolos como mano de obra esclavizada para construir verbigracia pantanos o el faraónico monumento del Valle de los Caídos.
Franco, después de traicionar su juramento al régimen republicano, usurpó el poder durante casi cuatro décadas durante las cuales media España fue sojuzgada o tuvo que partir al exilio. Algunos resultaron muy beneficiados y siguieron en las instituciones tras el advenimiento de la democracia. Las previsiones de continuar el régimen tras la muerte del Caudillo contaban con un monarca elegido a tal efecto y educado en los principios del Movimiento. Solo figuras como Torcuato Álvarez Miranda, Adolfo Suárez o Santiago Carrillo consiguieron encauzar una transición que quiso liderar Manuel Fraga, fundador del Partido Popular. Del 23 F mejor ni hablamos.
El medio siglo transcurrido desde la muerte de Franco nos permite hacer un balance y hacer un inventario de las contribuciones realizadas a la modernización del país o a su desmantelamiento. Es una triste noticia que la democracia sea considerada el mal radical y ciertos discursos catastrofistas calen tanto en una población harta de las acrobáticas piruetas circenses que algunos denominan ominosamente ‘política’, siendo únicamente politiquería del tres al cuarto.
Como cualquier otro instrumento, la política puede ser manipula y verse atropellada por unos abusos que la desnaturalicen. La política es cosa de todos y cada uno de nosotros. Mantenernos al margen deja el terreno libre a los a abusones de turno, cuya pretensión es utilizarla para perseguir sus propios intereses al margen del bien común. Para ese objetivo no dudan en difamar y recurrir al engaño sistemático, al modo en que lo hacía Goebbels o con su peculiar estilo hace ahora entre nosotros Miguel Ángel Rodríguez como mano derecha de Ayuso.
Recomiendo la lectura de Franco-ETA: La extraña pareja, un ensayo político que sirve para refrescarnos la memoria en este cincuentenaria del fallecimiento de Franco. Afortunadamente hay diversos documentales que podemos ver estos días gracias a esa efemérides. Las nuevas generaciones quizá no son conscientes de algunos privilegios cívicos que dan por supuestos y que ninguna dictadura preserva salvo para una escasa élite plutocrática, por muy mal que vean sus perspectivas de futuro, siendo esto algo que urge remediar sin más dilación y que requeriría la colaboración de todas las fuerzas políticas.


No hay comentarios:
Publicar un comentario