domingo, 3 de septiembre de 2023

Se podría añadir también: escribir para despertar y compartir el desayuno de la conciencia común y personal, la luz del amanecer y el programa de cada día con el rurún del "sí se puede", para ir montando entre tod@s la resituación, como canta Nacho Vegas...Gracias, hermano poeta, por compartir y quedarte disfrutando el medicinal proletariado de la palabra.

 

Escribir para quedar

Este mes de agosto me he dedicado a leer a Max Aub y sus narraciones sobre la Guerra civil en El laberinto mágico. Me apetece aconsejar su lectura, y no sólo por recordar aquellos acontecimientos históricos, sino por advertir que el comportamiento ético, ya sea en momentos muy graves o en situaciones más calmadas, acaba definiendo nuestra realidad.

El sentido último de la literatura es narrar la historia y convertirla en vida. Max Aub se lo planteó así desde un punto de vista personal en una anotación de sus Diarios el 9 de diciembre de 1962: “Porque se escribe para quedar y, si no se consigue, nada tiene sentido. Podría vivir con sólo vivir. Sin embargo, escribo, paso la vida, pensando cómo, qué escribir para quedar”.

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Esta necesidad de contar y quedar caracteriza El laberinto mágico, su ciclo de novelas históricas iniciado con Campo cerrado (1943). Se trata de una voluntad literaria con un peso ético muy significativo. Después del naufragio republicano, parecía lógico suponer que los vencedores iban a imponer su versión de los acontecimientos, apoderarse de los testimonios y la memoria. Darle voz a la mirada de los perdedores invitaba a escribir sobre los hechos sucedidos al margen de la oficialidad triunfal. Esta necesidad invitó a Max Aub a alejarse de su inmediata relación con la vanguardia para indagar en las posibilidades del realismo narrativo, con argumentos organizados para comunicar, algo que caracteriza los primeros volúmenes de El laberinto. Resulta fácil seguir la historia de un personaje como el protagonista de Campo cerrado.

Pero la ética literaria impone más exigencias. No sólo quedar, sino plantearse cómo quedar, convertir la escritura en un ejercicio de conciencia. Los conflictos en los que se escribe van más allá de la evidencia de una división clara entre el bien y el mal. Desde luego no se puede dudar que hubo un golpe de Estado criminal frente a un Estado republicano legítimo. ¿Pero cómo sucedieron las cosas, por qué no se advirtió lo que iba a ocurrir, qué responsabilidad tuvo cada cual en sus desatenciones o sus comportamientos?

Este deseo de ir más allá de una separación simple del bien y del mal es lo que da un valor ético profundo a las novelas históricas de Max Aub. Supone la perspectiva más enriquecedora al narrar los vínculos entre los hechos individuales de cada personaje y los acontecimientos sociales. El relato no olvida nunca lo humano en los episodios que se viven de forma colectiva y no puede adentrarse en una soledad sin escuchar los ecos de la historia en la que se conforma cada yo, cada reacción, cada ilusión, miedo, traición o lealtad. Como escritura elaborada sobre un papel, la vida es un ejercicio de conciencia que pone a prueba los vínculos entre un individuo y una comunidad, un ser y un estar.

Y esto caracteriza también las relaciones de Max Aub con la política, algo que no sólo afectó a sus comportamientos como ciudadano, sino al modo de elaborar sus personajes y sus argumentos como escritor. Desde Campo cerrado, una novela terminada en 1939, pegada a la Guerra Civil, y salvada de las peripecias difíciles que lo persiguieron hasta su exilio en México, el lector asiste a un mundo en el que las buenas ideas no justifican un mal comportamiento y las ideas equivocadas no impiden que surjan rasgos de humanidad en un enemigo. La relación entre la ética y la política siempre es difícil, pero el vivir literario, el vivir por dentro los hechos de la historia, permite que tanto en los personajes sacados de la realidad como en los pertenecientes a la ficción podamos descubrir las fronteras tensas del compromiso, la doctrina y la moralidad. Merece la pena tomarse a uno mismo como la consecuencia de un conflicto.

Heredero de Galdós y los Episodios nacionales, Max Aub ya tenía planeado casi todo lo que quería contar de su historia vivida cuando dio a la imprenta Campo cerrado en 1943. Anunció los cuatro volúmenes siguientes de El Laberinto Mágico. ¿Quería sustituir la labor de los historiadores? No, pero sabía por la lección galdosiana que la literatura va más allá de los lectores especializados, de las revistas y los libros propios de los especialistas. Y merecía la pena desde el exilio, 30 años antes de que fuera posible su regreso a España, contar, contarse, lo que había pasado. Ese es el sentido último de la literatura, contarse, contar, escribir para quedar, para hacerse memoria de un futuro posible.

Y a veces se cuentan las cosas en un mundo difícil, con demasiados olvidos o demasiadas prisas, con demasiados dogmas o demasiadas indiferencias, con demasiadas mentiras o demasiadas ingenuidades. Pero ojo a lo que afirma un personaje de Campo cerrado: “Los poetas son bichos que lo mismo cantan en invernaderos que en muladares”.

Pensemos ahora en nuestra democracia.


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