lunes, 11 de septiembre de 2023

Oportunísimas reflexiones y urgente análisis de una situación tan anómala como disparatada, en una democracia verdadera. Muchas gracias al Profesor Sánchez-Cuenca, CTXT y a Público por editar y publicar el pan diario de la conciencia colectiva: la salud social y democrática.


Ejem

Que se debata sobre una amnistía no es una impugnación de la Transición, sino la recuperación de su espíritu. Cualquier medida que se acuerde para “pasar página” será un paso adelante en la recuperación de un espíritu integrador

Ignacio Sánchez-Cuenca 10/09/2023

CTXT/Público 

Los enfurruñados aumentan su nivel de enfurruñamiento. Hace un par de años, cuando las cosas estaban más tranquilas, escribí un artículo en el que hablaba de las actitudes crecientemente conservadoras, resabiadas y nacionalistas de buena parte de las élites (políticas, económicas, periodísticas e intelectuales) que vivieron o protagonizaron la Transición. Algunos se molestaron un poco, consideraron que generalizaba sin base y que me metía en una innecesaria venganza generacional. Perdón por la inmodestia, pero creo que aquel artículo no ha envejecido tan mal. Esta semana Alfonso Guerra ha hablado en una entrevista en la COPE y Felipe González en otra en Onda Cero, y nos han dejado grandes ejemplos de su enfurruñamiento crepuscular. Como siempre, Guerra ha sido más incisivo, malvado y ocurrente que González. De todas las frases, esta de Guerra es mi favorita: “Esto que está pasando ahora, hoy, yo lo vivo como la derrota de mi generación.” Se está refiriendo, por supuesto, a las negociaciones y posibles pactos que se alcancen entre las izquierdas y los nacionalistas para formar Gobierno.

El lenguaje es tremendista; las acusaciones, gruesas. Hay una impugnación radical del intento de llegar a un acuerdo con los nacionalistas. Hasta tal punto es así que las críticas más duras a dicho posible acuerdo han procedido de las viejas glorias del PSOE, y no tanto de las derechas nacionalistas españolas, que se mantienen a la espera. Las élites enfurruñadas no creen, sino que afirman, con todo el aplomo y la contundencia que su amplia experiencia les permite, que la amnistía es inconstitucional y que, incluso si no lo fuera, es incompatible con la democracia y el Estado de derecho y supone, en la práctica, acabar con el legado de la Transición y dar paso al despiece de España.

Me gustaría apuntar dos cosas. La primera es un puro comentario ad hominem: no son ellos precisamente los más indicados para actuar como guardianes de los principios democráticos y constitucionales. La segunda es más de fondo: su postura, por mucho que digan lo contrario, es radicalmente contraria al espíritu de la Transición.

No sé bien cómo deberíamos tomarnos la alarma y ansiedad que muestran Guerra y González ante una posible amnistía. Los escrúpulos democráticos que muestran son dignos de admiración, sin duda, pero no está de más recordar que, junto a los muchos e impresionantes logros realizados durante su prolongada gestión de gobierno, también se encuentran decisiones y actuaciones algo menos edificantes y que restan, por decirlo suavemente, algo de autoridad moral a su enfurruñamiento presente.

Así, a vuelapluma, sin entrar en muchas profundidades, se me ocurren los siguientes episodios –que enumero sin orden alguno–. El primero, la flagrante violación de la Constitución acordada por los grandes partidos tras el fallido referéndum andaluz de 1980, saltándose a la torera, mediante ley orgánica de aplicación retroactiva, los requisitos que la Constitución establecía para que un territorio pudiera acceder a la autonomía por la vía rápida del artículo 151. El segundo, el coqueteo de los líderes del PSOE con la operación Armada, que contaba con el visto bueno del rey Juan Carlos: acabar con Suárez mediante la formación de un gobierno de concentración nacional presidido por el general Armada –aunque la operación quedó descabalada por la dimisión de Suárez, Armada todavía intentó reeditarla en la noche del 23-F, presentándole a Tejero la lista de ministros del gobierno que pretendía formar, en la que figuraban Felipe González, Javier Solana, Enrique Mújica y Gregorio Peces-Barba–. El tercero, la guerra sucia de los GAL, el terrorismo de Estado que llevó a la cárcel a un ministro de interior y un secretario de Estado de seguridad. El cuarto, el reguero de escándalos de corrupción que sacudió al país entre 1989 y 1996, y que supuso una fuerte degradación de la calidad de la entonces joven democracia española –el propio Guerra tuvo que dimitir por un caso de nepotismo–. El quinto, el control partidista –lo que algunas veces se llama “colonización”– de las instituciones. El sexto… En fin, en todas las casas cuecen habas.

Vayamos al segundo punto, que es en realidad el más importante. ¿De verdad una amnistía que beneficie a los encausados por la crisis constitucional del otoño de 2017 supone una negación o una traición de los principios fundacionales de la Transición? A diferencia de personas con ideas más radicales que las mías, yo no tengo mala opinión de la Transición. Al revés, es un periodo que me fascina y al que he dedicado unos cuantos años de trabajo, incluyendo una monografía y diversos artículos académicos. Me fascina porque es uno de los pocos momentos en la historia de los dos últimos siglos en el que se buscaron soluciones integradoras, dejando de lado la exclusión y la imposición que se habían puesto en práctica en casi todas las crisis políticas del país desde 1808. Tras las elecciones de 1977, en las que las izquierdas y derechas obtuvieron prácticamente idéntico porcentaje del voto, se produjeron tres importantes acuerdos integradores: la Ley de amnistía (la primera Ley de la democracia), los pactos de la Moncloa y la Constitución. La Constitución no era demasiado precisa con respecto al modelo territorial, así que, en sucesivas rondas negociadoras, se fueron constituyendo las primeras Comunidades Autónomas, todavía bajo el espíritu de la integración de los diferentes.

A mi juicio, la flexibilidad y apertura de los tiempos de la Transición se fue perdiendo paulatinamente. Así lo intenté argumentar en un intercambio –que a mí me resultó muy interesante y provechoso– con Amador Fernández-Savater en CTXT (aquí y aquí). Los dos grandes partidos, promoviendo el control de las instituciones y extendiendo el clientelismo y la corrupción, fueron ahogando los espacios que se habían conquistado en los primeros años de la democracia. Hubo una degradación progresiva del sistema. Los medios sufrieron una decadencia similar a la de los partidos, y el jefe del Estado, Juan Carlos de Borbón, se dedicó a enriquecerse con comisiones y a mover su fortuna por paraísos fiscales. Todo eso es lo que, en realidad, constituye la gran “traición” de las élites de la Transición a su propio proyecto.

Que ahora se debata sobre una amnistía no es una impugnación de la Transición, sino la recuperación de su espíritu. Todo se hizo mal en la crisis catalana. El Estado jugó sucio, poniendo en marcha a la llamada “policía patriótica” y usando, una vez más, los fondos reservados para operaciones ilícitas. El Gobierno de Mariano Rajoy se negó durante años a reconducir el conflicto y rehusó cualquier tipo de negociación que pudiera evitar la escalada de los independentistas catalanes. Los independentistas catalanes desobedecieron gravemente los principios constitucionales y se lanzaron a una aventura insensata sin tener el apoyo popular para ello. El poder judicial decidió montar una causa general contra el independentismo, plagada de irregularidades y más próxima al lawfare que a la justicia. El país entero salió debilitado y desprestigiado de la crisis constitucional de 2017. No se pudo hacer peor.

Los indultos y la reformulación del delito de sedición fueron un primer paso para restablecer un poco de orden democrático en el desastre producido. No sé si habrá una amnistía o algo similar, o más bien nada en absoluto, pero cualquier medida que se acuerde para “pasar página” será un paso adelante en la recuperación de un espíritu integrador que nos permita resolver las diferencias territoriales y nacionales de manera más conforme con lo que fue la Transición. Quién les ha visto y quién les ve.

Autor >

Ignacio Sánchez-Cuenca

Es profesor de Ciencia Política en la Universidad Carlos III de Madrid. Entre sus últimos libros, La desfachatez intelectual (Catarata 2016), La impotencia democrática (Catarata, 2014) y La izquierda, fin de un ciclo (2019).  

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Comentario del blogg: 

Viví la Transición a fondo. Cumplí 30 años en 1977.  Fui testigo de todo el proceso. España estaba expectante y dando tumbos entre esperar lo peor o que se produjese  el cambio a mucho mejor que casi todos y todas queríamos, en medio de dudas, miedos, esperanza y desconfianza... En realidad el motor principal del cambio visible fueron los sindicatos de trabajadores, en especial, UGT y CCOO, los que, junto a los estudiantes universitarios,  pusieron en pie a la conciencia social española. Los que durante el franquismo salieron a la calle, hicieron huelgas, fueron encarcelados y pasaron las de Caín, soportando palizas de los grises y hasta  asesinatos durante los interrogatorios que luego vendían como suicidios. 

Nicolás Redondo y Marcelino Camacho, con muchos otros trabajadores de la minería, de la construcción, de los transportes, de las carreteras y vías de comunicación,  etc, etc, fueron condenados a un montón de años de prisión, de los que al fin de la dictadura fueron liberados.

Claro que hubo Transición!, pero no fue la que esperábamos, aunque a bote pronto sirviese para funcionar lo menos malamente posible. Se puede "transicionar" de muchas formas, unas son violentas, otras pacíficas, otras llevadas a referendum, otras consensuadas en petit comité, otras impuestas a la fuerza a base de violencia considerada remedio "normal" cuando no se tienen luces ni capacidad para escuchar y comprender las diferencias de vida y circunstancias, siempre, en democracia, con sus derechos y deberes inseparables. 

Una gran mayoría esperábamos, ilusoriamente, of course,  que una Constitución presentable abriese por fin el camino para elegir el nuevo modelo de Estado votado y refrendado por todo el pueblo, pero nos quedamos con las ganas de poder elegir en las urnas entre monarquía o república. La Constitución se hizo y redactó a base de jugar con el miedo del pueblo y las fijaciones totalitarias de una oligocracia  que era -y sigue siendo- el ama de la economía y de  las instituciones, empezando por una monarquía impuesta por el dictador, que ahí se quedó, como una fijación pasajera de lo malo para evitar lo peor. Pero así se quedó atada y bien atada a la inmoralidad política que la hizo posible. Es lógico que ahora estemos en semejante plan y la Consti solo sirva de peana a los atascos del Poder Judicial o a las pifias del un rey de zarzuela y bodevil, más demérito que emérito, apalancado en el merder de sus mejunjes. En ese planazo llevamos la friolera de 45 tacos disfuncionando en plan "Virgencita, virgencita, que nos quedemos como estamos". 

Cuando votamos "sí" a la Constitución sin caer en la cuenta de lo que estábamos haciendo, firmamos nuestra sentencia de guiñol  democrático for ever. Concedimos al sistem in failure todo el poder absoluto para hacer lo que al Estado ideado e impuesto por un dictador y aplaudido por sus secuaces, le diese la real gana. Dimos lugar 'libremente'(¡?) a una oligocracia aparentemente nueva, que no estaba pringada en la Guerra Civil, ignorante, crédula, y convencida de que el dinero y el poder no tienen ideas políticas, sólo intereses, corridas de toros, verbenas, fallas, ferias, romerías y celebraciones procesionales desfilando por una historia antropológico/imperial que es más una vergüenza que otra cosa, yque en la ppatria se llama orgullo y orgull si es en catalán.

De modo que lo que necesita la politeia (la ciudadanía) al tinglado de la pringue primordial, le importa un rábano, porque con trabajitos precarios, acojonados por la amenaza del paro y con una oferta consumista imparable, el anzuelo está divinamente colocado ante los peces currantes, que aprovisionan la despensa del parné, que, a su vez,  vegeta divinamente en su ya globalizado Pazo de Meirás y sus sucursales en los Emiratos y Paraísos ad hoc. De tal modo que se han conseguido infiltrar los genes patógenos hasta en el tejido social de los trabajadores, que apoyándose en la igualdad por peteneras, también desean ser millonarios como objetivo existencial de sus vidas. Si algo ha conseguido el fuck sistem españolazo, ha sido reventar la conciencia social para convertirla en mugre normalizada y llegar al siglo XXI, a la misma altura psicoemocional, ética, creativa y práctica, del Paleolítico superior. De modo que ahora mismo, si se dialoga y se intenta conciliar, rebajar tensiones y conseguir acuerdos que no hagan daño a nadie y favorezcan la calidad de vida, se es un traidor, pero si se intriga, se compra, se vende y se corrompe todo lo que se toca, se es un genio de la economía, de la política y de la banca internacional. Estamos que lo tiramos. 

El estado actual de la humanidad está dejando en evidencia que el concepto "patria" se ha quedado obsoleto, a nuestra especie le han crecido los pies antropológicos y necesita unos cuantos números de ampliación y de nueva inteligencia natural, para que la artificial no se convierta en un peligro más. Los zapatos actuales ya no le sirven, le hacen daño y no la dejan caminar libre y sanamente. La emigración y los conflictos que la provocan crecen sin parar, demostrando que la única patria posible es el planeta y que ningún país, estado, negocio ni empresa, es dueño de la Tierra, sólo venimos a compartirla durante un tiempo y eso es cada vez más comprobable. Eso también significa que debe cambiar nuestra percepción del patriotismo como "virtud". Lo único que puede unirnos de verdad no es la raza, ni el folklore, ni el idioma, ni el fútbol, ni las creencias teóricas, ni las ideas políticas, ni el dinero, sino ka sana inteligencia del bien común que incluye a toda la humanidad, a todo el Planeta sin excepciones, a las demás especies vivas, a la Madre Naturaleza, al Padre Cosmos y a la energía que nos une, nos enlaza y nos incluye como los puntos de un tejido amoroso y acogedor, que envuelve con cariño y protege a tod@s por igual, si lo trabajamos y lo compartimos en el día a día, conscientes de cada instante, construyendo el presente a plena consciencia, aprendiendo del pasado para superar sus barreras en vez de ensalzarlas y repetirlas mecánicamente entrando en un laberinto que no tiene más salida que el final por agotamiento, sin olvidar que para que haya futuro, es fundamental que sobre todo haya un presente que valga la alegría y el entusiasmo, más que la pena y los gruñidos. El futuro sólo es posible desde el presente, nunca desde el pasado. Por esa razón una sociedad atascada en su pasado nunca evoluciona, se repite hasta que se agota. No evoluciona, no sabe como abrirse a la bifurcación y abandonar la toxicidad exterminadora de la entropía, como muy bien define el proceso el Nobel de Física Ilya Prigogine. No podemos quedarnos atascad@s en las patrias ni en los negocios que las han ido sustituyendo y apuntalando hasta poner en marcha global la Patria del Pastón (PP, qué coincidencia ¿verdad?),haciendo posible que Arabia Saudí pueda ser la dueña de los teléfonos españoles, sin ir más lejos...mientras la Tierra se rompe en Marruecos, se inunda, se quema o se congela o un ventarrón inimaginable, repentino y tremendo se la lleva puesta hacia no se sabe donde. Todo ese proceso enloquecido también es la transición de un final hacia un nuevo principio. 

Todo está conectado aunque tantas veces no lo parezca según las rutinas normalizadas como "lo de siempre".

La Transición española a medias hubiese sido magnífica sin los tóxicos adjuntos en las recetas de los chefs politicantes. Quienes no cocinaron el menú terminator, e incluso demostraron que se pueden crear recetas magníficas y superalimenticias del bien común, lo demostraron mientras pudieron y se lo permitieron institucionalmente: Marcelino Camacho, Nicolás Redondo, Manuela Carmena, Gerardo Iglesias, Julio Anguita, Antonio Romero Ruiz, Sánchez Gordillo alcalde de Marinaleda, Cristina Almeida, Cayo Lara, Nicolás Sartorius, el alcalde de Zamora, Héctor Illueca, Rosa Pérez Garijo, Yolanda Díaz, Alberto Garzón...conciencias más que despiertas, sabias y por ello, sanas, honestas, éticas, fraternas, humildes e imprescindibles si se quiere un cambio a mucho mejor, sí, claro que se podía, se puede y, si así se construye y así se trabaja unid@s en la Casa Común, se podrá! Pero sin olvidar que  para ello hay que acabar de realizar esa Transición que se nos quedó a medias. Que no sholo conshiste en hacer coshash como losh catalanesh, ni en montar pollos con los piolines en los puertos de la costa mediterránea,  mientras el president tránsfuga del momento se escapa en el maletero de un cotxe, sino sobre todo en conocer y practicar principios éticos y humanitarios inteligentes no picarescos, y fundamentales, como son la ética, la igualdad y el equilibrio sanador de la justicia y las luces suficientes para comprender que el bien común no es riqueza para una minoría desalmada y miseria manipuladora para desalmar y explotar a las mayorías que se van entrenando en el vacío insaciable desde la infancia en su propio pozo negro, con una esclavitud que les explotará y los hará papilla, en la que ya nadie es libre para cambiar de rumbo, porque  no se conocen ni se pueden experimentar rumbos que no acaben en "lo de siempre", por más que se juegue a decir y a cantar, que "se acabó".  No es nada extraño que con ese panorama la depresión sea la enfermedad que más acosa a la juventud de un país en ese estado de hundimiento humano camuflado como crecimiento y prosperidad, para más inri. 

Nadie nos enseña que no sirve de nada gritar e imponer a los demás lo que queremos que se acabe, sino que ese "se acabó" es fundamentalmente cosa de cada un@ de nosotr@s. Esa Transición sigue en pie y en plan zombi, llena de agujeros, de injusticias palmarias, de goteras, de moho y de roña vieja convertida en tradiciones y costumbres, agotada y sin sentido, ya toca revisarla urgentemente, estamos en otro momento histórico  completamente distinto, en el que lo que chapuceramente nos salvó del miedo hace cuarenta años, ahora nos está aplastando la capacidad y las posibilidades de convivir sanamente, justo, porque entonces no fuimos conscientes de aquel presente y no hicimos esa limpieza individual para que se convirtiese en colectiva al convivir, y así dimos premiso a las cloacas para seguir su marcha, camufladas de un ppoder muy "legal", sí, pero nada legítimo, ni sano, ni limpio, ni justo, ni humano de verdad. Mucho más un desguace que un territorio vivo y apto para ser cultivado, aprovechado sanamente y disfrutado en común. 

El viejo Psoe, González, Guerra, y gente del mismo calibre, se quedó atascada en el agujero negro del pifostio corrupto y en él siguen, completamente "normalizados"😱, por su propia trayectoria, es evidente e imposible que con ese equipaje podrido se consiga caminar sin efectos secundarios devastadores para el bien común como imprescindibles para el desastre de la humanidad. 

El Psoe debe poner fin a ese carnaval que perjudica tanto al partido como al estado y a la sociedad, porque deja los valores éticos del Psoe por los suelos y no se corresponden con la realidad de su militancia, mucho más decente y sana que esas  viejas aves carroñeras, a las que debieron excluir del proyecto socialista cuando se destapó el GAL y toda la ristra de indecencias corruptas que llegaron detrás. 

Demasiadas consideraciones hay todavía para que baste un Ejem! en casos así. Que lo diga la ciudadanía y el Profesor Sánchez-Cuenca, pase, pero que lo siga diciendo el Psoe, ya no tiene el menor sentido, y que la Constitución sea la convidada de piedra amordazada por su propio papelón, tampoco, a no ser que el Psoe comparta las mismas cloacas producto o semilla, nunca se sabrá, de la misma corrupción que aportó un trampantojo transicional, sin duda, tan sobrevalorado como tóxico. Ains!!! 

Las momias G&G, no pueden aportar nada que no esté muerto y podrido. Mejor un compasivo adiós, que tomarles por lo que no son, y según parece, por los resultados que padecimos y aún padecemos, nunca fueron.

La prueba del algodón en el transi-autotimo es meridiana: si hubiese habido una verdadera Transición política y social en los años ochenta y noventa, ni el pp ni vox existirían ahora mismo.


 


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