jueves, 27 de agosto de 2009

Buenos días para todos

Cuentan que la verdadera conversión del apóstol Pedro no fue cuando Jesús le eligió como discípulo, ni después de seguirle durante tres intensísimos años de experiencia, ni siquiera cuando recibió el encargo de cuidar del grupo porque reconoció el origen divino del Maestro. El verdadero y fundamental cambio de Pedro se produjo después de negar ante los esbirros del poder hebreo que conocía a Jesús y cuando el miedo le bloqueó hasta el extremo de la traición. Ahí Pedro, el fuerte y el convencido, el honesto y valiente -así se veía él hasta ese momento- comprendió su debilidad y su inconsistencia, ahí se hizo, por fin, consciente de su poquedad, de su nada. De la ausencia de fe y de confianza en aquello que veneraba e incluso le ocupaba su tiempo y dedicación. Y ahí comenzó su verdadero cambio. No de ideas ni de credos, sino de sustancia esencial. Vio su realidad auténtica. Y comenzó su toma de contacto con la santidad verdadera.

Dicen los relatos apócrifos que, después de la crucifixión, Pedro tuvo un sueño lúcido en el que el Maestro apareció resplandeciente y con las manos extendidas hacia él, con una sonrisa y una mirada de ternura y elevada comprensión le dijo: "Simón, no te atormentes más por lo que has hecho. Olvidalo; mientras tú me negabas ante los hombres yo te estaba reconociendo y sanando en el amor del Padre. No dejes que la oscuridad te engañe. El Amor jamás condena. Y Dios es Amor"
A partir de aquel momento Pedro cambió por completo. Y en cada acontecimiento comenzó a ver una oportunidad para la compasión y la misericordia, pues ¿qué otra cosa puede hacer quién se ha despertado y comprendido cuánto amor recibimos constantemente sin ser conscientes de ello y qué torpes y obtusos podemos llegar a ser al ignorarlo e interpretar a nuestro antojo limitador lo que nos sobrepasa?

Cuando te equivoques de camino o te caigas de esa altura en la que creías estar, no te desesperes ni te maltrates. Reconócete con paz y recuerda que aunque tú te castigues duramente por tus errores, el Amor -que te conoce de verdad- te sostiene, te comprende y respeta tu derecho a aquivocarte y a rectificar. A renacer. Y cuando vives esa experiencia, tu esencia cambia para siempre. El miedo, que es el origen de todo error y delito, se va para siempre. Ya no son tus limitados recursos los encargados de solucionar las cosas. El universo y tú sois uno cuando atraviesas la puerta irreversible de la humildad-verdad. Ahí comienza "otra vida" aún sin cambiar de plano material. Y el "milagro" se convierte en el compañero fiel. No es "milagro" sino el cumplimiento de las leyes supremas de la creación. La magia ha intentado reproducir los prodigios por medio de efectos mentales, pero no lo consigue hasta que ella misma se convierte en Amor y asciende hacia una ética sublime, cuando el "mago" alcanza el estado de la santidad, que no es renuncia ni lucha, ni curiosisdad ni juego superficial, ni deseo de "poder", sino rendición, fluidez y simplicidad. Gozo. Despojamiento y liberación. Felicidad sublime y completa. Inextinguible, pase lo que pase.

El cielo es ese estado de conciencia que te permite la felicidad en medio de la vida tal como llega. Y la felicidad es la manifestación del cielo en todo lo que vas viviendo sin depender de que ello sea "bueno" o "malo", de que aparentemente de "perjudique" o te "favorezca". El Amor borra el juicio, cambia el sabor y el contenido de la fruta del árbol de las confusiones.
Por eso es la llave del conocimiento, de la verdad y de la liberación.

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