martes, 4 de agosto de 2009

No es oro todo lo que reluce ni es luz verdadera todo lo que brilla

-Maestro ¿cuál es el punto justo entre el brillo del espíritu y el fuego artificial de la vanidad?

-Dicen que en un sistema solar de poca monta, insignificante, perdido en el universo algunos planetas y satélites que giraban alrededor de la estrella central comenzaron a quejarse de que al brillar en exceso, con una luz tan potente, aquel astro les eclipsaba su propio brillo y eso les incomodaba muchísimo. Cuando la estrella se enteró del malestar que generaba su luz, reunió a todos y humildemente se excusó por haberles molestado sin querer, sólo porque su condición inevitable era la luz. Así que decidió abandonar la oscuridad en la que ya no tenía sentido su trabajo para regresar a fundirse con su origen, y fue apagando los anillos luminosos de sus circuitos para no molestar a los otros cuerpos celestes opacos que la rodeaban. Y así, poco a poco, se redujo aquella potencia, hasta apagarse. Entonces, la vida desapareció por completo de aquel sistema ex-solar, y los planetas y satélites que girando entorno a la estrella, al recibir su luz, se veían y brillaban con la energía prestada, dejaron de verse en la oscuridad infinita del cosmos y nunca más se supo que existían, convertidos en piedras inertes e invisibles ya que la luz que les daba sentido se había marchado.

Pero tembién cuentan otra versión de la misma historia. Algunos planetas, cansados de no tener luz propia y de depender tanto de la estrella central, decidieron convertirse ellos mismos en astros independientes y, pretendiendo brillar al máximo, se incineraron hasta calcinarse. La estrella entonces tuvo que aumentar su luz hasta volver a producir vida, agua y vegetación en aquellas desérticas y rocosas desolaciones suicidas.

Pues lo mismo ocurre entre nosotros, los humanos. Hay seres que brillan con luz divina, sin que ellos lo pretendan, y cuyo resplandor es siempre benéfico para el entorno, crean vida, no piden nada a cambio y mantienen la energía del sistema, éstos son imprescindibles para el desarrollo y el equilibrio del universo. Existen también otros seres que pierden el sentido de la realidad y desean brillar por encima de los demás aunque eso suponga su propia destrucción y la de su entorno.

Quien vive en la luz de Dios no brilla con luz propia, sino que transparenta la luz divina. Sus obras son tan limpias como sus pensamientos y deseos. Por eso no tiene ningún interés en brillar por el hecho de ser visto ni admirado. Al contrario, desea solamente que sea el Amor divino lo que brille y sane el mundo, ya sea a través suyo o de los demás.
Quien vive en su ego personal desea ser reconocido, manejar poderes, exhibir riquezas, falsas virtudes y habilidades inútiles, adquirir importancia. Y eso acaba por agotarles en luchas estúpidas y crueles, por atraer la envidia sobre ellos y dejar sus vidas inertes y estériles, como aquellos planetas necios, que queriendo manejar un poder imposible, se autodestruyeron.

La envidia contra la luz del Espíritu es insignificante, ni se nota ni se siente ni se ve, pero contra la luz de lo mediocre es destructiva.

Por eso es muy necesario que aprendamos a distinguir de qué luz nos alimentamos.


Sanai-Ben- Syphanì "Discernimiento"

No hay comentarios: