George Orwell: «En tiempos de engaño universal, decir la verdad se convierte en un acto revolucionario».
martes, 29 de noviembre de 2022
Impecable y necesaria reflexión. Gracias, José María Castillo!
"Por eso la Iglesia está como está"
El despojo del "yo" y la exigencia del Evangelio
Si se lee el Evangelio, con el firme deseo
de llegar hasta el fondo, pronto se comprende que, ni Pedro ni los demás
apóstoles, “lo habían dejado todo”. No. Efectivamente, ¿aquellos
hombres lo habían abandonado todo? Sin duda todo, “menos el yo"
Judas vendió a Jesús, Pedro lo negó,
cuando Jesús oraba en la agonía, sus “seguidores” dormían. Todos huyeron
y lo abandonaron. Aquellos hombres, ¿habían seguido a Jesús?, “Sí”. ¿Se
habían despojado del yo?, “No”
Despojarse del “yo” es lo más necesario y lo más difícil que nos exige el Evangelio.
Por eso también es lo más necesario y lo más difícil para que la
Iglesia pueda cumplir su misión en el mundo. Si no asumimos y hacemos
nuestra, como tarea fundamental, el despojo del “yo”, no podremos entender el Evangelio. Y mucho menos, vivirlo y hacerlo presente en nuestra vida y en nuestro mundo.
Pero ¿qué quiere decir eso de el “despojo del yo”. Y, sobre todo, ¿por qué semejante “despojo” es tan importante? El Evangelio habla con frecuencia y a fondo del “seguimiento de Jesús”. Los apóstoles tuvieron que “dejarlo todo”:
familia, casa, dinero… Todo, hasta quedarse sin nada, como dijo
expresamente Jesús (Mt 8, 18-22; Lc 9, 57-62). Y como el mismo Jesús le
exigió al joven rico (Mc 10, 17-31; Mt 19, 16-29; Lc 18, 18-30). ¿Qué
más se podía pedir?
Muchas
veces, he tenido que plantearme yo mismo esta pregunta, que no se me
ocurrió a mí. La encontré en un teólogo bien conocido: E. Drewermann, que presenta esta cuestión tan complicada como exigente. Es más, tan importante como necesaria.
Un día, el apóstol Pedro le dijo a Jesús: “Nosotros ya lo hemos dejado todo y te hemos seguido” (Mt
19, 27 par.). Sin embargo, si se lee el Evangelio, con el firme deseo
de llegar hasta el fondo, pronto se comprende que, ni Pedro ni los demás
apóstoles, “lo habían dejado todo”. No. Efectivamente, ¿aquellos hombres lo habían abandonado todo? Sin duda todo, “menos el yo”.
Pero ¿qué quiere decir esto? Y, sobre todo, ¿cómo lo sabemos? Jesús predijo tres veces el trágico final que iba a tener en Jerusalén
(Mt 16. 21-28 par; 17, 22-23 par; 20, 17-19). Los apóstoles, que lo
“habían dejado todo”, en realidad demostraron – con su conducta – que
eso no era verdad. Les quedaba el “yo”. De eso, no se habían despojado.
¿Qué es esto? ¿Cómo se demuestra? Y, sobre todo, ¿qué significa?
Si
se leen los evangelios con atención, cualquiera se da cuenta de que,
desde el momento en que Jesús predijo, por primera vez, el final trágico
que le esperaba en Jerusalén, los apóstoles - “seguidores” de Jesús –
se pusieron a discutir cuál de ellos era el “más importante”, el
“primero”, el que tenía que “ocupar el primer puesto” (Mt 18, 1-5; Mc 9,
33-37. 42-48; Lc 9, 46-48; 17, 1-2), hasta el extremo de llevar a su propia madre (de los Zebedeos, Santiago y Juan),
para que ocuparan los cargos más altos (Mt 20, 21 par). Lo que provocó
la indignación de los demás (Mt 20, 24 par). Y con esto, se pone
evidencia que allí todos querían estar en lo más alto posible, ser
importantes y mandar.
Sin duda alguna,
aquellos hombres – los más cercanos a Jesús – se habían despojado de sus
casas, sus familias, sus bienes…, de todo, menos de su “yo”. Es
el “yo” que sabe, que tiene, que puede, que quiere o no quiere, que se
impone y decide siempre lo que más le interesa o piensa que es lo que
más le conviene. Por todo esto, se comprende que aquellos
“seguidores” de Jesús, cuando llegó la situación más difícil y de más
peligro, el “seguimiento” quedó destrozado. Judas vendió a Jesús, Pedro
lo negó, cuando Jesús oraba en la agonía, sus “seguidores” dormían.
Todos huyeron y lo abandonaron. Aquellos hombres, ¿habían seguido a
Jesús?, “Sí”. ¿Se habían despojado del yo?, “No”.
Y lo
peor de todo es que el “despojo del yo” sigue tan frecuente, incluso
tan violento y tan canalla, como la violenta cobardía que exhibieron los
apóstoles de Jesús, en la oscuridad de aquella noche.
Han pasado veinte siglos de lo que ocurrió la noche aquella.
Y sin duda alguna, en estos veinte siglos, son incontables las mujeres y
los hombres que se han despojado de su propio yo, para salvar la vida o
remediar el sufrimiento de los que más sufren en este mundo. Pero
desgraciadamente somos una inmensa mayoría los que anteponemos el
“propio yo” a lo que piensen, digan o hagan los que lo contradicen o se
oponen a él.
Por eso la Iglesia está como está.
Si en ella somos legión los que no nos despojamos del “yo”, la bondad y
el cariño, que nos debería unir y distinguir (cf. Jn 13, 34-35), se
reduce a mera palabrería, que engaña a los ingenuos.
Comentario del blog
El
ego humano es, sin duda, nuestro mayor y más ciego
instrumento deshumanizador. Y en efecto, por eso "estamos como estamos",
como afirmas, hermano José María, ya se sea religios@s o no. Esta más
que demostrado que el ego nos impide descubrir la luz
infinita que nos hace posibles y nos facilita la adicción a la
oscuridad, o sea, ir por la vida de
batacazo en batacazo, como si fuese lo más natural, hasta convertir el
mundo en una O.N.C.E. globalizada, con unos efectos secundarios
demoledores...Ains! Menos mal que el evangelio -el poso y simiente de
nuestro
origen infinito- lo llevamos dentro como una semilla, como un gen del
espíritu, que tod@s
reconocen/emos cuando la ven/vemos, que se siente y se "contagia" con
toda naturalidad, sin que nadie nos lo tenga que predicar, emerge
constantemente en la vida cotidiana, solo hay que dejarlo brotar y
volar como los
lirios del campo y las aves del cielo, regarlo con esperanza, con
nuestra respiración, nuestra mirada consciente y agradecida, con su
espontánea naturalidad en el cariño empático por todos y todas, que ni
juzga ni hiere, que comprende al Otr@ como a sí mism@; tal vez el error
sea predicar y difundir tanto la teoría sin vivir la práctica y acabar
por convertir la práctica en normas teóricas condensadas en
"sacramentos" que se toman y se reparten como sulfamidas y analgésicos
para aliviar los síntomas de tanta egopatía, que nunca se cura en ese
plan...de modo que el ego no solo no desaparece, sino que se refuerza,
precisamente porque goza de una "milagrosa" mala salud. Jesús curaba,
precisamente, porque al liberar del ego a los afectados, su luz hacía
posible que cada enfermo necesitado contactase con la semilla interna y
eso sucedía aunque no se lo pidiesen expresamente, con solo un contacto cargado de necesaria confianza (algo más hondo que la "fe"), como en el caso de
la hemorroisa.
Jesús
realizó y mostró la buena noticia directamente, por eso ambos están
presentes por todas partes. La "segunda venida" no es necesaria. El Amor
Infinito nunca nos abandona cuando se descubre y nacemos por segunda
vez. O sea, cuando el ego se diluye y se convierte en recuerdo
irrecuperable, gracias a "dios", que resultó y resulta ser mucho más
Padre/Madre que "señor" juzgón castigador, perfeccionista y premiante
de esclavos, adoradores y devotos, mucho más por miedo e inmadurez que
por amor y evolución. El ego solo es el taca-taca infantil para moverse
un poco mientras aprendemos a caminar. Solo eso. Cuando ya caminamos es
un estorbo, un muermo tóxico y hasta un peligro que provoca accidentes y tortazos sin parar.
Muchas gracias,
hermano Castillo, por el regalo de estas sanísimas e imprescindibles
reflexiones terapéuticas de verdad.
P.D. Ah, casi se me olvida añadir un testimonio personal: para quienes descubren lo que hay y lo que Es, el evangelio, más que una exigencia es un regalazo infinito. Paradójicamente, el cuponazo de una ONCE ya innecesaria por la feliz ausencia de motivos.
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