domingo, 1 de noviembre de 2009

Valencia se despereza

Ayer, en Valencia, por segunda vez en quince días, la esperanza plantó su antorcha. La ciudad volvió a iluminarse. Fue emocionante ver y escuchar a casi 30.000 personas manifestarse contra la corrupción, escenificando el funeral de una democracia pantomímica, reivindicando el derecho a la decencia, más allá de los credos políticos, apelando a la resposabilidad de cada uno de nosotros, haciendo despertar las fibras íntimas del compromiso, porque un conjunto de seres humanos honestos, responsables y despiertos tiene mucha más fuerza que una caterva numérica de dormidos, irresponsables y corruptos. Fue el entierro social de la sardina podrida de la política, entendida como "modus malvivendi" y meninfotista, como bochorno y vergüenza ajena de la ciudadanía. Un recital de ingenio y creatividad, con el poder sanador de la música, esa compañera permanente de un pueblo que con frecuencia, volcado en el fervor por todo lo que suena a víscera elemental y acomodado en la facilidad de una tierra rica y de costumbres ligeras, en fiesta perenne, se olvida de crecer, de profundizar, de madurar. Este pueblo diligente a la hora de ganar dinero e invertir a saco, pero muy perezoso para trabajar el campo ético y pedir responsabilidades a sus "vacas sagradas" electas, aunque nada selectas, por fin, se despereza, se estira y comienza a mirar a su alrededor.
El panorama que ve es desolador: quiebra, por falta de pagos, de todas las pequeñas empresas que abastecían a la administración. El índice de paro más alto del país. La deuda autonómica más grande. La sanidad más desastrosa y desorganizada, que no puede salvar ni siquiera la excelente calidad profesional del personal médico, de prestigio nacional, porque los medios materiales se han esfumado en un despilfarro y un descontrol absolutos. Una enseñanza de opereta bufa, tocando el vértice agudo del ridículo más lastimoso, que obliga a impartir en chino la asignatura de "Educación para la ciudadanía", que coloca a los enseñantes en los puestos que dejan libres los amigos y familiares de los líderes gurtelianos, cada vez más numerosos y prepotentes. Obras pantagruélicas que se desconchan y se agrietan con la vibración de los petardos y masclets, de la misma inauguración. Las obras de ampliación del metro, que ocupan el centro de la ciudad, paralizadas por falta de recursos, convierten Valencia en un caos vial y dejan a la ciudad convertida en un paisaje de postguerra, desolado y abandonado. Mientras los cochecitos fantasma de una limpieza(?) neurótica, esparcen a su alrededor la basura que si no hay barrenderos detrás -que no los suele haber porque eso significa más contratos- van contaminando con polvareda térrea y acústica todo el ambiente. La ley de dependencia no se cumple, la antitabaco en lugares públicos, tampoco, las desalinizadoras no han recibido el permiso de la administración autonómica, para solucionar el problema del agua. Las becas escolares y los colegios públicos están bajo cero, sin calefacción y sin material, sobre todo en las zonas rurales. La lína uno del metro, sigue con los vagones viejos y destartalados, a pesar de la masacre de 2006. Los restos de la Copa de América, son el grito silencioso de la impotencia frente a la ineficacia y la garrulería del equipo municipal, que se gasta un pastón en llenar de flores frescas los puentes y las calles fravoritas del centro, mientras el tercer mundo del Cabañal y los restos portuarios, se caen a pedazos, contemplados con indiferencia por el circuito desolado de una Fórmula 1, que bajo los rigores despiadados del estío valenciano y el cemento incandescente, no consigue colocar las entradas a nadie y acaba por regalarlas y ni aún así, logra el pleno, ni siquiera a medias. Eso, sí, para consuelo y refugio de tanta cutrez irresponsable y mísera, nos quedan esos cisnes navegables y wagnerianos del Parque de Cabecera, que al módico precio de 18 euros nos permiten dar una vueltecita por el lago para aliviar el panorama de nuestras reflexiones. Lástima que el poder adquisitivo de los posible usuarios no les permita disfrutar de ese privilegiado relax.
Y eso por no hablar del metro fantasma que iba a sustituir al modesto y fiel tren de toda la vida que comunicaba Valencia con Ribarroja . Las obras paradas sine die, el ayuntamiento, cuyo alcalde ha colocado a todo su clan familiar en el consistorio -que ya se califica de "Villa Tarazona"-y pretendía liquidar en un Pai toda la riqueza natural de aquel encantador entorno, -afortunadamente, la crisis ha salvado a la naturaleza de esa salvajada- prefiere invertir en Julio Iglesias, a 260.000 € la jugada, y dejar al pueblo sin medios de transporte, porque no se pueden pagar autobuses municipales hasta las paradas de metro o de renfe, más próximas. Sólo unos autobuses privados que van a su aire, se saltan horarios y llegan cuando quieren, llevan y traen a los desesperados vecinos que no disponen de coche, a los ancianos y trabajadores más humildes. Como suele suceder donde se asientan las huestes de la horterada beata e inhumana, festera y del Postiguet, estos Atilas de sacristia, mano larga y vergüenza missing- los más desprovistos de medios, pagan el pato. Bueno, en Valencia, por aquello del caché, pagan el cisne.
Cuando poco a poco, gota a gota, la necesidad y los problemas van ahogando a la ciudadanía, se produce el milagro del despertar. Ha tenido que ser la corrupción desmadrada e imparable, como un Niágara gigantesco, la que toque a zafarrancho y sacuda los bolsillos y las cuentas y -tristemente en segundo lugar- las conciencias. Al final, los trapos sucios de todos los que llegan al poder por el poder, son su propia denuncia y su propia sentencia cósmica. Toda España, toda Europa y todo el mundo, han entrado en el tiempo catártico de la limpieza. Sólo es el principio. La atmósfera terrestre no sólo está contaminada químicamente, sino moralmente, psíquicamente. Y como es arriba es abajo, por eso la lavadora del universo no se priva de hacer su trabajo. Al pricipio los dormidos lo achacan a conspiraciones y asuntos feos paranoides, pero con el tiempo irán comprendiendo que hasta los pelos de nuestras cabezas y las frágiles hojitas de un árbol tienen su puesto en el conjunto de la exitencia. Todo chanchullo y todo delito sale a la luz , incluso delitos enterrados en el tiempo, resucitan para explicar la cadena que los une al presente. No es ningún drama, es justicia. Y eso nos alegra y nos reconforta, porque revela el orden de la Creación y el fluir de la Evolución creadora.
Los ciudadanos no sólo están tomando la calle, sino - lo más importante- conciencia y responsabilidad. El poder sobre sí mismos, para decidir entre todos, dialogando y proyectando juntos, cómo quieren gestionarse y qué tipo de régimen desean. Como pueden oparticpar en las decisiones de gobierno. Sin propaganda ni marketing electoralista. Termina la era de la "democracia" acomodaticia y egócrata, y comienza el tiempo de la demosofía equitativa y solidaria. Un cambio real después de la limpieza a fondo. Resulta que aquel grito de la manifestación "Pobreza cero", se está haciendo carne entre nosotros: "¡Un mundo nuevo! ¡Sí, es posible!"

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