martes, 28 de abril de 2009

A viejos males, viejos remedios...Nada es nuevo cuando las almas están viejas

Nos quejamos por vicio y por falta de observación objetiva. Creamos entre todos un monstruo, lo alimentamos durante décadas, lo hacemos crecer nutrido, mimado, con todos los recursos de la imaginación, el talento y las posibilidades, le armamos hasta los dientes, lo blindamos, le forramos de dólares, euros y yenes, le complacemos en todo lo que nos va pidiendo...creeemos que lo dominamos y que nuestra habilidad de seres "superiores" tendrá siempre la sartén virtual por el mango. Pero no. Cuando un buen día el monstruo, haciendo uso de los poderes que le hemos dado, se pone farruco, se apodera de todo y nos aplasta con su volumen, entonces nos quejamos. Nos quedamos patidifusos ante el desastre y no sabemos a donde mirar para encontrar "al culpable" de tanta calamidad y el antídoto vacunador de bolsillos y bienestares sociales. Éso sobre todo. Lo otro, la monserga de los "valores", el coñazo de "la educación", el sinapismo de la ética y el topicazo absurdo de la coherencia, que es un verdadero cilicio en la chepa de esta "cibersociedad en progreso" , -sí, en progreso aunque no se sepa hacia qué ni hacia dónde, el caso es "progresar", aunque sea hacia un abismo sin fondo. Siempre nos salvará la campana del Titánic, en el último momento...
Bueno, a lo que iba, que ese cilicio de la moral, no sirve para nada , está claro, sobre todo si sus abanderados "profesionales" nos sorprenden con corrupciones alucinantes y siempre basadas en el mismo engañoso espejismo: el dios dinero es lo único que puede arreglarlo todo. De modo que la lección fundamental siempre se queda por explicar y aprender. Sin Valores que despierten la conciencia, el dios dinero seguirá siendo la enfermedad mortal de cualquier solución posible. Sin embargo,con la conciencia activa, ese mismo dinero se convierte en una energía más, estupenda para aliviar, mejorar, solucionar y construir. Quien está despierto en ese nivel superior puede crear lo que necesita y atraerlo a su vida desde el imán interno.

El problema de nuestra especie es que no estudia la historia y ya se sabe que las culturas que no conocen los errores de su pasado, acaban por fotocopiarlos en su presente.
Miremos, por ejemplo, crisis muchísimo peores que la humanidad ha padecido a lo largo de su "progreso". Por ejemplo, la Edad Media europea. Un tiempo oscuro, lleno de guerras brutales, invasiones, fanatismos, tormentos en la hoguera para los disidentes, poderes absolutos y absolutamente arbitrarios, incultura manifiesta, esclavitud y oligarquías terribles, genocidios entre las comunidades disidentes, recesión del verdadero cristianismo, que se vió aplastado desde el 313 y Constantino, reducido a una religión "victoriosa" y totalitaria. La "iglesia triunfante" -¿de qué?-.
Pues, hasta en esas tesituras horrendas, llenas de cruzadas, nacidas, redundantemente, del cruce de cables entre violencia y fe-tichismo religioso, aparece un paradigma de lucidez y de sensata revolución incruenta, sana y además, preciosa, que en su modestia, consiguió que en aquella Europa se suavizasen los vientos huracanados del odio y que ejerció durante centurias sobre la juventud de todo el continente una influencia sanadora y pacificadora. El joven Francesco d'Assisi consiguió con la sabiduría de los humildes, darle la vuelta a la difícil tortilla del patetismo social y fundamentar un dolce stil nuovo en todos los aspectos. Francesco era un sabio camuflado en la simplicidad y en la normalidad capaz de hacer milagroso lo cotidiano y extraordinario lo vulgar. Sobre todo porque estaba enamorado de la infinitud y de su ternura y además, sabía descubrirla en el fondo de cada ser yde cada sitiuación, tuvo la humildad certera de dejarse guiar por ese impulso de la gracia sin oponerle razones teológicas, ni dogmas acomodaticios. Permitió que el Espíritu fluyese sin trabas de ningún tipo, sin miedos y sin prejuicios.
Hoy podríamos aprender de su ejemplo a mirar esta crisis actual con otros ojos. A él le tocó también un tiempo oscurísimo, lleno de amenazas, pandemias, opresión, guerras entre vecinos, que podían ser aún más crueles que los enemigos sarracenos. Está escrito que en Perugia le torturaron y aprisionaron en una lucha entre ciudades, mientras que el sultán de Babilonia le recibió encantado y le hizo predicar su experiencia mística, hasta emocionarse y pedirle su bendición. Claro que para entonces el ex-hijo de Bernardone ya era Frate Francesco, il poverello, y todo su ser, una bendición para el mundo. Una llama de Amor verdaderamente viva.
Analicemos. Lo primero que puso en marcha el germen de un gran hombre en el cuerpo de un joven mequetrefe destinado por su padre a ser un burgués-gentilhombre, atildado, pesetero y vanidoso, fue precisamente la "crisis". La paliza física y moral que recibió en Perugia. Algo cambió profundamente en su interior mientras observaba la dinámica humana y sus socavones insalvables, si se quedaba limitada en su propia miseria. Y ese germen creció con el contraste entre la vida cómoda y regalada que llevaba en su casa y la realidad de un mundo golpeado por ambiciones, crueldades y barbaridades innumerables, entre "cristianos".
Así, Francesco, decidió que para comenzar un camino nuevo hay que liberarse de las vestiduras antiguas y , convocado por la autoridad del gobierno de su ciudad para que acatase las órdenes y obedeciese a su padre, él se despojó públicamente de los pesos añadidos. Fue un símbolo muy elocuente, que hoy también puede valernos como referencia. Francesco no se entretuvo en buscar "culpables", ni en disculparse, ni en tratar de contentar a su padre ni al obispo ni al príncipe. Ni en pensar en el posible ridículo, ni en que un joven atractivo y con posibles estaba a punto de arruinar su porvenir de próspero comerciante. No. Simplemente, se desnudó. Se limpió de residuos y lo hizo en público, para comprometerse de verdad. Con muchísimo cariño le recordó su padre que desde aquel momento, él se reconocía fundamentalmente hijo de Dios. Por lo tanto, hermano de todos los seres creados y eso le hacía responsable de un cambio muy profundo. El joven Francesco decidió que cuando se quiere un mundo mejor hay que ponerse a construirlo desde la base y dejarse de filigranas, barroquismos y capiteles corintios. Vio claro y se fue directo al grano, sin más.
Agarró como guía las Bienaventuaranzas porque seguramente era un profeta vidente y sabía que sólo ese programa "político" tiene el poder de cambiar algo en el hombre. Y se puso manos a la obra. Por un lado, para tener ocupada la mente, decidió hacerse albañil y reconstruir una ermita ruinosa, como símbolo de su propia reconstrucción. Era un poeta verdadero. Ya se sabe que los verdaderos poetas lo primero que tratan de componer es su propia vida con arte mayor, precisamente trabajando la menor y más humilde de las artes: la humildad que lleva al autoconocimiento sin contemplaciones ni zarandajas. No esperó ninguna subvención del gobierno, ni pidió permiso al arquitecto municipal. Ni fue en manifestación hasta las oficinas del paro. Se puso a trabajar y a solicitar a los pobres de la ciudad un lugar al sol para aprender de ellos el arte no menos grande de sobrevivir sin propiedades ni bienes. Dejando que la bondad de la vida fluyese de los corazones humanos, sin pasar por la oficina de asistencia social ni por el despacho de Caritas. Eso fue el comienzo. Poco a poco la crisis le fue mostrando el lado bueno de una dama despreciada, temida y evitada por todos: Donna Povertà. De la que Francesco se enamoró perdidamente. Pues no era lo mismo encontrarse con esa buena señora sin pretenderlo, que hallarla después de buscarla por todas partes. Y para llegar a ese punto de lucidez era necesario una catarsis tremenda, una sinceridad aplastante y un alma gigantesca que se había ido desarrollando a golpe de conciencia dentro de nuestro Fran, que ya nos apetece el diminutivo para llamar a un ser tan entrañable.
Solucionó su pánico a la lepra, que era entonces como una agripe porcina, pero mucho más bestia e interminable, con un abrazo bien fuerte al leproso que se le cruzaba cada mañana por el camino de la ermita agitando su campanilla de intocable, con lo que Fran fue el primer psicólogo gestalt de la historia. Se quitó para siempre los miedos y las hipocondrías. La verdad es que quien no se lanza al agua nunca aprenderá a nadar. Y él lo tenía muy claro. Un hombre que quiere ser libre no puede andarse por las ramas y debe afrontar de frente lo que más teme. Mientras no lo haga, nunca será libre de verdad por más milongas que se quiera contar a sí mismo.
Luego llegaron los esbirros eclesiales a pedirle cuentas de su pobreza y de su sospechosa filiación divina. Pero él, enamorado como estaba, los miró con el mismo amor con que miraba a Donna Povertà y no tuvo ningún inconveniente en ir hasta el Vaticano para pedir los permisos necesarios, dejarse scannear por la curia y decirles que en las Bienaventuranzas también hay sitio para papas y cardenales, cuando despiertan y dejan que el corazón se apee del papamóvil y del baldaquino. Que Padre/Madre Dios lo es para todos y que no se afligiesen por las púrpuras y los oropeles, las gemas y los ornamentos aparatosos y fashion, que éso tenía arreglo, sólo había que quitárselos de encima para estar más libres y ligeros, venderlos y repartir la pasta obtenida a los pobres, que como Lucía la mendiga, Giovanna la ciega, Guido el lisiado, Marco el leproso, Anna la viuda con 6 niños, etc...estaban con él en pequeñas cabañitas alrededor de aquella San Damiano que había dejado de ser un ermita, para convertirse en un palacio real, porque era justo, el retrato amoroso del Reino de Dios. Vamos, que la crisis empezaba a mostrar su mejor plano. Y lo dijo con tal humildad y cariño, con tal bondad natural, que ni un solo cardenal se libró de alguna lágrima que otra. Ellos también tenían un corazoncito y aún podían reconocer, bajo el peso plúmbeo de sus summae thologicae, la frescura que mana de la Fuente y la luz que viene derechita desde el corazón de Dios.
Poco a poco jóvenes inquietos y buscadores de toda Europa empezaron a desfilar por la Umbria y a experimentar los beneficios de una crisis bien resuelta. En vez de alistarse en la siguiente cruzada, se iban de camping a la dulce Italia y allí algo les conmovía y les transformaba la mirada y el alma cuando empezaban a respirar aquel aire único. Eso sí que era una revolución sin vuelta atrás. No vendían collares ni camisetas con flores, ni montaditos de mariguana, ni posters de Aurobindo, ni gominolas de mescalina, ni cuadernillos con los refranes de Mao Tse Dong, ni panfletos sobre el sexo en comuna, ni sobre el orgullo gay, -y eso que todos eran hombres...- no, que va, se despojaban de la costra programada, se quitaban las cadenas antiguas, desataban los lazos que no llevaban impresa la sigla del Amor y borraban los senderos que no llevan a ninguna parte, aprendían a volar sirviendo, ayudando y recibiendo humildemente lo que cada día trajese a cada uno, como un regalo bendito. Así de simple y de claro. En el espejo del hermano encontraban su propia radiografía. La convivencia hecha desde el Amor Divino es la mejor educadora y armonizadora del hombre. Así se liberaban de la mentira propia, de la fatuidad y de la apariencia. Unos se quedaban allí, otros regresaban a sus lugares de origen, pero todos aprendían que las crisis mundiales empiezan a solucionarse de verdad dentro del hombre y que eso produce la solución posterior compartida con los demás. Que una pandemia se cura cuando la gente pierde el miedo y cuida a los enfermos por Amor y les atiende en su sufrimiento, porque esa fuerza impide los contagios. Que la escasez termina cuando en vez de acumular se reparte lo que hay. Esa fuerza multiplica la materia de un modo increíble. La generosidad mueve montañas, porque es hija de la fe y está muy bien educada por ella. El milagro de los panes y los peces no fue un malabarismo de Cristo para hacer magia a lo Uri Geller, sino una muestra del poder que tiene la generosidad cuando se pone en marcha. Sólo fue posible hacerlo cuando el Amor repartió la poca materia prima que había en dos cestos.
En fin, que Fran fue un alumno aventajado en la escuela de los solucionadores de crisis. Y sabía como aplicar los remedios justos a los males injustos, convirtiendo las calamidades en una manifestación de la letizia, que obviamente no tiene nada que ver con un pase de modelos de la princesa de Asturias, sino con un estado superior de gozo coherente, donde la libertad y la autononía del SER son la clave del AMOR infinito y viceversa. Justo, esa felicidad que todos buscan donde no está ni se puede encontrar. Fuera del corazón y fuera del Amor. Es decir, que en vez de profundizar, se escapa, en vez de aceptar, se rechaza. En vez de dar, se retiene. En vez de soltar, se aferra. En vez de servir, se quiere dominar y en vez de pacificar se combate. En vez unificar, se divide. En vez de alegrarse y perdonar, hay rabietas y represalias, en vez de fluir se endurece...¿Cómo no va haber crisis? Lo raro es que no nos demos cuenta de que las producimos nosotros mismos. Pero bueno, ya llegará su momento y lo sabremos.

Paz y bien a todo el mundo. Y que, como el queridísimo Fran, aprendamos a vivir "A la buena de Dios", que no es sólo la "buena" sino la mejor.

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