Diario PúblicoEspaña no participará en Eurovisión tras confirmar la presencia de Israel

George Orwell: «En tiempos de engaño universal, decir la verdad se convierte en un acto revolucionario».
LUZ Y CAMINO
Nuestro camino es un canon entre el despiste y las luces,
entre lo incierto y lo obtuso, entre lo iluso y lo cierto,
entre lo malo y lo bueno, entre luces de teatro
y oscuridades sin freno, entre la muerte y la vida,
entre el Edén y el infierno...
Es tan sólo el despertar lo que puede liberarnos
de semejante tiberio sin presente ni futuro
porque el pasado es el atlas de nuestros mapas enfermos
perdidos en la rutina repetidora agotada
de los mismos cuentacuentos.
Hay que salir de la cueva en que nos hemos quedado
atrapad@s y dormid@s, igual que en "La vida es sueño"
dormitaba Segismundo, enfrentándose a la vida
sin ver y sin comprender los porqués de ese tormento.
El error es buscar fuera lo que ya llevamos dentro.
Esa luz que no se apaga por más que el mundo lo quiera,
esa Vida incandescente que en cada respiración
nos inyecta la hermosura eterna y supraconsciente,
que no conoce el misterio ni la magia ni el poder,
que no gobierna ni impone
porque es el servicio eterno que nos ama y nos sostiene,
que nunca nos abandona en su infinita paciencia
pedagógica y preciosa, milagrosa y sorprendente,
restauradora y alegre, padre, madre, hermana, hermano,
familia liberadora en el eterno creciente
en etnias, pueblos, estados y religión diferentes,
donde el tiempo y el espacio son cataratas del alma
y la conciencia el timón para que el barco vital
no se entretenga y navegue hacia el puerto del Amor,
de la Vida verdadera, en ese mar infinito que nos cuida
y nos mantiene.
Donde todo tiene arreglo aunque parezca que no,
si la Luz maravillosa que nos crea y nos sostiene
lleva la brújula eterna mientras le abrimos la puerta
con esas llaves conscientes de alma, mente y corazón
y de sorpresa en sorpresa salimos de la prisión
que nuestros mismos "sistemas" construyen sin darse cuenta,
al confundir los enredos con nuestra liberación,
el apagón de la Vida con apretar el botón
que conecte con la I.A y el Amor con el deseo
de control, vacío y apego.
Lo más hermoso, divino, auténticamente humano,
asumible y verdadero
es que esa LUZ nunca invade, ni se ofende,
ni se venga, ni castiga,
nunca secuestra ni cobra por expandir su reflejo.
En las Bienaventuranzas Jesús nos dejó el programa
tan claro como concreto.
Las puertas sólo las abre la LUZ que llevamos dentro,
el Amor tan sólo llama, si no le abrimos no entra
porque no fuerza ni invade, y hasta lo erróneo respeta,
por eso es el don eterno,
lejos de la idolatría y el secuestro de conciencias...
Donde el error no perdona, la Luz y la bendición
aplican su tratamiento poniendo la otra mejilla
con la escucha y el perdón, el más sano linimento
que aporta la solución para tan torpes inventos.
| 7:34 (hace 3 horas) |
| |||
|
|
|||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
|
|||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
|
|||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
En los primeros años sesenta me enteré de quién era Franco. Apenas tenía doce años y, desde la ventana del piso en el que vivía en A Coruña, vi cómo circulaba por la carretera un convoy de coches negros, precedidos por motoristas, en el que iba un enorme vehículo, y escuché a mi madre decir: “Ahí va Franco”.
Era aquel individuo cuya efigie estaba en las monedas, en los sellos de correos y colgaba de la pared, sobre la pizarra de la clase, junto al crucifijo y a la estatuilla de la Virgen María.
Era quien, según me contó mi abuela, había mandado fusilar a mi abuelo Antonio y a miles de abuelos que nunca llegarían a serlo.
Era el hombre regordete, vestido de blanco, que los chiquillos veíamos de lejos cuando subía al yate “Azor”, entre marinos que presentaban armas y oficiales de gorra de plato que le saludaban firmes y quietos como estatuas. Atracado al lado de su barco siempre se encontraba un destructor, normalmente el “Hernán Cortés”, y alucinábamos al ver a los buceadores que se sumergían en las oscuras aguas del puerto para vigilar su fondo.
Cuando unos hombres con gabardina llamaban a nuestra puerta y a todas las puertas de todas las casas que daban a la carretera de entrada a la ciudad, y se levantaban la solapa para mostrar la placa policial, decían: “Va a venir Franco a veranear”. Luego comprobaban unos papeles que mis padres les enseñaban y se iban a otra casa.
Era también el que iba a pescar salmones aguas arriba del río Eume, donde, tal como decía “el parte” de Radio Nacional y mostraba el Telediario, posaba con un ridículo sombrero tirolés ante los peces capturados, igual que hacía con jabalíes, ciervos y perdices cuando iba de caza.
En aquellos días de verano de 1963, Franco era el que veíamos en las portadas de “Arriba”, “Pueblo”, “ABC” o “El Alcázar”, que colgaban en los quioscos. Salía con su mujer, Carmen Polo, a la que todo el mundo conocía por “La Collares”, rodeado de sus familiares en el Pazo de Meirás. Seguramente poco después de haber firmado, a la hora del café como era su costumbre, el “enterado” de las penas de muerte a garrote vil impuestas a los anarquistas Delgado y Granados, quienes, acusados de dos atentados sin víctimas, habían sido detenidos, torturados, juzgados y ejecutados en diecinueve días. De la misma manera en que, tras un juicio como todos sin garantías, había firmado en abril el fusilamiento del dirigente comunista Julián Grimau.
Lo escuchábamos en la Pirenaica, que mi padre y mi madre ponían por las noches —cuando su trabajo se lo permitía— muy bajito, para que nadie lo oyera, aunque sabíamos que otros vecinos también la conectaban diariamente en la onda corta. Entre ruidos, que a mí me sonaban a frituras y con un sonido que iba y venía, lograban mis padres —y yo de paso— enterarse de lo que ocurría de verdad.
Por esa misma Radio España Independiente, supimos los niños que, en 1962, hubo una “Huelgona”, o sea, una gran huelga que, desde los mineros asturianos y leoneses, se había extendido a toda España. Nos enteramos de que habían conseguido arrancar mejoras, pero que habían sufrido una dura represión, con torturas, cárcel y deportación de cientos de trabajadores.
Franco era un militar que, en los primeros días de su golpe de Estado, había mandado matar primero a sus compañeros de armas leales al gobierno legítimo. El mismo que vimos en el NO-DO entrar bajo palio en la abadía de Montserrat y en El Escorial, rodeado de todos los obispos.
Yo era niño, pero me enteré de quién era Franco: el traidor y asesino que mandaba en España.