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En las últimas horas se ha comentado mucho el apretón de manos entre Donald Trump y Pedro Sánchez
en la cumbre de Egipto que certificaba el alto el fuego en Gaza. Los
más entendidos identifican una vieja técnica habitual en Trump: entre
mucha sonrisa, pegarle un tirón a la mano de la otra persona para
obligarle a perder la compostura y, por tanto, dejarle descolocado y
quizá humillado en la imagen. Dicen que Sánchez supo aguantarle el tipo.
En fin, son los gestos de palacio en los que se entretienen los
cortesanos, pero la cosa es que ayer todo era cordialidad, “estáis
haciendo un gran trabajo”, y hoy, amenazas: el presidente de EEUU vuelve
a decir que la inversión militar de España “es increíblemente irrespetuosa y debería ser castigada”.
Pero qué esperamos. Donald Trump es capaz de pedir el Nobel de la Paz un día y al día siguiente decirle a Netanyahu que qué bien ha usado en Gaza las armas que él le ha enviado. Es capaz de presentarse como domesticador de tiranos y al día siguiente, ayer, bombardear de nuevo una lancha y matar a seis
personas más “por narcotraficantes”, sin pruebas, sin juicio, sin nada,
solo por tocarle las narices a Venezuela. Ya van 23 ejecuciones
extrajudiciales en alta mar.
En esas manos estamos. En este show de Trump, la segunda fase del alto el fuego
pasa por intentar que todos olvidemos el genocidio e imponer un nuevo
formato para el sometimiento de Palestina. El problema es que ese alto
el fuego es muy, muy frágil, y que a los palestinos no les van a faltar
razones para cabrearse desde el primer día: Israel está retrasando la apertura del cruce fronterizo de Rafah, anda rebajando la cantidad de camiones de ayuda que entran y, para colmo, ayer su ejército mató a varios palestinos en Gaza
porque, según su versión, se acercaron demasiado a los soldados. La
versión palestina es que eran civiles que trataban de volver a casa por
primera vez en meses.
Con
la liberación de los presos palestinos, también ha habido imprevistos.
Decenas de hombres detenidos en estos dos años de genocidio no han sido
devueltos a sus familias sino deportados a Egipto, de donde no está
claro que puedan salir.
Hoy en el podcast,
comprobamos sobre el terreno cómo ha sido ese intercambio de presos y
rehenes entre Israel y Palestina. Allí había una periodista de
elDiario.es, comprobando las diferencias.
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