sábado, 25 de octubre de 2025

Buena pregunta. Hay gente que confunde el estoicismo con la resignación, cuando en realidad ser estoicos es tener la conciencia despierta para poder ver que lo fundamental de nuestras vidas es desarrollar la capacidad para distinguir lo que nos sucede de cómo podemos gestionar e integrarlo. O sea, que lo que nos pasa no nos arrastre como hojas caídas del árbol de lo incontrolable. Pues no se trata de controlar ni manipular, sino de comprender, de armonizar, de ajustar e integrar el fenómeno en el noúmeno. Lo que sucede y transita unido a lo que ES, asume, acoge y transforma ad hoc, armoniza, nutre, enseña y nos despierta. El estoicismo no consiste en ser pasotas, indeferentes ni "sufridores" forzos@s. Todo lo contrario. Es estar despiert@s y preparad@s para asumir cada sorpresa de la vida con el alma y la conciencia bien entrenadas en el gimnasio cotidiano del SER Supraconsciente, que en realidad SOMOS TOD@S. Hijos e hijas de la misma Casa Infinita, que se materializa en el Bien Común del Nosotr@s. De algo tiene que servirnos el disponer a lo largo del tiempo, de los espacios materiales y energéticos, en ese camino precioso, aunque también lleno de riesgos y sopresas de todo tipo, que llamamos Evolución de la especie...De modo que tenemos la opción de convertir las dificultades y los riesgos en aprendizaje y soluciones, o todo lo contrario, en sufrimientos y destrozos, generalmente confundidos con riquezas, victorias y egocracias de muy poca duración y con más desastres que aciertos. Muchísimas gracias a Nueva Tribuna y al hermano y maestro Roberto R. Aramayo, incansable amigo y amante del conocimiento: filos-sofos en el griego original🙏🙏🙏🙏 !!


FILOSOFÍA

¿Acaso nos gustaría ser estoicos?

Un diálogo con Iker Martínez y su magnífico libro dedicado al Estoicismo.
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La estoa de Átalo, en Atenas.

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En su recién aparecido libro Estoicismo: Desde el helenismo hasta nuestros días, Iker Martínez nos familiariza con una de las corrientes del pensamiento que han sabido perdurar por ir adaptándose a los cambios. Como dice su prólogo, el frondoso árbol de la cultura occidental tiene algunos brotes efímeros que responden a modas pasajeras, pero hunde sus raíces en tradiciones persistentes, cual sería el caso del estoicismo. La filosofía estoica tuvo un comienzo tan casual como lo tiene nuestra propia vida. En el puerto del Pireo un comerciante llamado Zenón vio naufragar al barco que traía su carga. Se distrajo de su pérdida con un libro sobre los Recuerdos de Sócrates. Al querer localizar a gente como la descrita en esa obra, le indicaron que siguiese a un mendigo, cuya vida era muy simple y carecía de posesión alguna. Tras frecuentar la Academia fundada por Platón, decidió erigir la suya propia. Mientras dictaba sus lecciones cruzaba en ambas direcciones un hermoso “pórtico”, término que se designa en griego con el vocablo stoa, pasándose sus discípulos a denominarse zenonianos o estoicos, entre los que destacan Cleantes y Crisipo. Así comienza un subyugante relato de la evolución y los avatares del estoicismo.

Con una precisión que combina rigor y amenidad, nuestro autor va desgranando los principales hitos que jalonan el devenir del estoicismo. Es apasionante seguir su atinada exposición, trufada de anécdotas y ejemplos que la hacen muy asequible incluso a quienes no estén particularmente avezados con las lecturas filosóficas, pero les interese saber más acerca de algo sobre lo que se habla tanto a todas horas, no siempre con el mismo fundamento. El estoicismo impregna nuestro imaginario colectivo, como lo hacen algunas ideas filosóficas que han formateado nuestro acervo cultural a lo largo del tiempo. De hecho, su poso reposa tácitamente bajo las obras de autores tan relevantes como Spinoza o Kant, sin ir más lejos. Es una savia que nutre sin explicitarse reflexiones cruciales para entendernos mejor a nosotros mismos, como serían también las aportadas por Darwin, Freud o Marx. Aunque no se hayan leído sus escritos, nuestra visión del mundo no sería la misma sin ellos.

La exposición es impecable y la estructura del Estoicismo de Iker Martínez no podría ser más atinada. Comenzando por el principio, expone la creación del sistema en Grecia, haciendo ver que lógica, física y ética supondrían un continuo indiscernible dentro del mismo. Así van apareciendo núcleos tan vitales como su peculiar concepción del cosmos y del destino, sin dejar de lado las atractivas pasiones o el controvertido tema del suicidio. Todo ello tratado con una sutileza y claridad que son muy de agradecer.

Seguidamente, asistimos a su recepción en una Roma que primaba la política y el derecho, pero que no dejó de sucumbir al hechizo del estoicismo, al punto de verse popularizado por el emperador Marco Aurelio, si bien sus célebres Meditaciones no fueron escritas con el afán de hacerse públicas. Al filósofo hispano Séneca le tocó en suerte desempeñar cargos públicos de una enorme relevancia y lo hizo en una época muy convulsa, marcada por los emperadores Tiberio, Calígula, Claudio y Nerón, del que por cierto llegó a oficiar como preceptor. Es curioso que por un encargo circunstancial Diderot le consagró al final de su vida una prolija biografía en la que defendía su trayectoria, hasta el punto de identificarse parcialmente con el personaje de Seneca, pese a no tener ninguna veleidad estoica que se revelara en su admirable carácter y haberle criticado con saña en su juventud. Comoquiera que sea, Séneca nos legó sus conocidas Cartas a Lucilio, junto a tratados acerca de la ira y la clemencia. Otro nombre bien conocido es el de Cicerón, del que Iker Martínez es un reputado especialista. El ideal del sabio al que debe aspirar todo necio se transmuta con Cicerón en un ciudadano respetuoso con las costumbres de sus ancestros. En realidad, a Cicerón el estoicismo le interesa como un instrumento para mejorar las leyes de la república romana y por extensión de una sociedad cosmopolita.

Epicteto, que había sido esclavo del secretario de Nerón, acentúa la vertiente moral del estoicismo, intentando liberar al ser humano de los errores que comete a diario, estableciendo para ello las condiciones necesarias para el ejercicio de la propia libertad. Al haber cosas que no dependen de nosotros, más nos vale centrarnos en aquellas otras que son asunto nuestro. Esto nos evitará reprochar a los dioses o a los demás aquello de lo que solo somos responsables nosotros mismos. La meta sería conseguir un ánimo imperturbable por todo aquello en lo que no podemos incidir. Es lo que Marco Aurelio denominará una ciudadela interior inexpugnable por los acontecimientos externos.

De algún modo, Kant hace una operación similar, como testimonia el comienzo de su Fundamentación para una metafísica de las costumbres, donde recuerda que la filosofía griega se dividía en física, ética y lógica. Reconociendo que tal división es muy cabal y no cabe rectificar nada en ella, señala que quizá quepa explicitar el criterio aplicado a la misma, para definir las divisiones consiguientes. La filosofía formal, que se ocupa de la forma del entendimiento y de la propia razón, sin distinguir entre los objetos, es la lógica, mientras que la filosofía material se divide a su vez en dos, versando sobre las leyes de la naturaleza o de la libertad. La física se ocupa de las primeras y la ética de las costumbres, de lo que determina nuestra libertad y del obrar autónomamente para sentirse contento con uno mismo, logrando una paz interior. Disculpen la digresión.

Después de su metamorfosis ético-política en el pensamiento romano, Iker Martínez nos presenta el neo-estoicismo a lo largo de la historia, aludiendo a su incidencia en autores que jalonan la historia de las ideas filosóficas, antes de acabar abordando el estoicismo como actual fenómeno de masas. La prensa, películas y series de televisión juegan con una caricaturización del modelo del sabio estoico, que acaba siendo utilizado en manuales de autoayuda. Elon Musk asegura que las Meditaciones de Marco Aurelio le cambiaron la vida, debiéndole su perseverancia, y el fundador de Amazon, Jeff Bezos, propone un liderazgo estoico que consistiría en mantener la calma bajo presión. El éxito en los negocios (algo muy alejado dicho sea de paso del mendigo que inspiró a Zenón) pretende apropiarse las virtudes estoicas, demostrando con ello su extrema versatilidad. Pero esta vulgarización del estoicismo nos permite al menos conectar con unos valores clásicos descreditados en las últimas décadas, como el mérito y el esfuerzo, fundamentales antaño para cohesionar nuestra convivencia y que conviene rescatar para el futuro.

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Al finalizar la lectura, cabe que cada cual se pregunte a sí mismo si le gustaría ser estoico, descubriendo que se trata de una pregunta bastante compleja, siempre que tengamos en cuenta las diversas facetas y dimensiones presentadas por esta corriente fundamental del pensamiento a lo largo de su devenir histórico, cuyas raíces nutren todavía nuestra percepción del presente. Desde luego, no viene mal identificarlo con la templanza del ánimo y no tomarse las cosas a la tremenda, manteniendo un sano sosiego interno que a la postre nos alegra el horizonte de un destino del cual somos responsables, al centrarnos en cuanto nos incumbe y cae bajo nuestro control, sin descargar así nen cualquier otra instancia divina o humana nuestra propia responsabilidad, como también señala Kant.

Siempre nos cabe controlar nuestras pasiones, aunque no renunciemos a experimentarlas (como bien sabía ese Diderot al que le gustaba sucumbir a las tentaciones cuando no eran perjudiciales para nadie), puesto que de sabios es rectificar, en lugar de porfiar como hacen los necios, algo de lo que por desgracia hay sobrados ejemplos hoy en día, al considerar erróneamente que reconocer una equivocación es una debilidad y no una fortaleza.  

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