Opinión
El 'airpayaso' Bustinduy

El macho alfa de la compañía de vuelos baratos Ryanair, Michael O'Leary, anunció hace unos meses una campaña de la aerolínea con el rostro de nuestro ministro de Consumo, Pablo Bustinduy, caracterizado de payaso. Para desgracia de todos, el millonario irlandés no ha cumplido su promesa. Hubiera sido un gran paso para la historia de la publicidad y la propaganda política.
En lugar de los ya saturantes rostros de grandes y bellas estrellas de la pantalla o deportivas, con sus botox y sus hormonas, el pálido y algo mohíno semblante de Bustinduy, surcando los cielos cual Altazor, sería poesía en las alturas.
Y, como todos bien sabéis, la poesía siempre dice la verdad. El mensaje en este caso es cristalino: las oligarquías financieras denigran ya públicamente y con escarnio a la clase política democrática. Hacen saber al mundo que no respetan a los representantes electos de los pueblos. Los consideran payasos que obstaculizan sus negocios imperiales. La democracia es la peor enemiga de la plutocracia (bueno, así debería de ser, aunque ya tal, que diría Mariano).
Insisto en que es una pena que O'Leary no haya cumplido su amenaza de estampar el rostro apayasado de Bustinduy en el fuselaje de sus aviones. Y estoy seguro de que puedo hacer extensible al ministro sumarista esta aflicción que yo siento.
Desde que el irlandés elevó a la opinión pública su lisérgica ocurrencia, la popularidad del titular de Consumo no ha parado de crecer. De hecho, y según el Centro de Investigaciones Sociológicas, culminó el último curso político como el miembro más valorado del gobierno, junto a Carlos Cuerpo, titular de Economía. Con su faz sobrevolando España a 33.000 pies de altura, acabarían votándole hasta las gaviotas del PP.
Las cifras macroeconómicas pueden explicar con facilidad la querencia popular hacia Cuerpo, capaz de ir a hacer negocios de Estado a Japón y dirigirse en fluido japonés a los oligarcas nativos. Las grandes cifras lo respaldan, por mucho que ese elixir de la abundancia apenas llegue al proletariado ni, por supuesto, a esa abundante pseudo clase media que no se reconoce proletaria por vergüenza o ignorancia aspiracional.
Las simpatías hacia Bustinduy en el CIS representan justo lo contrario: la valoración de la rebeldía de lo pequeño, de lo microeconómico, de la justicia en la cesta de la compra, que es donde reside la justicia verdadera: no hay libertad, igualdad ni fraternidad con hambre.
No es necesario que os recuerde que esta guerra de O'Leary contra Bustinduy nació del empeño del ministro de sancionar a Ryanair por cobrar por los equipajes de mano, una práctica que ya en 2014 consideró ilegal el Tribunal de Justicia de la Unión Europea.
Ahora los lobistas (europarlamentarios de distintas ideologías que hacen política en favor de grandes empresas en Bruselas, a cambio de pingües beneficios y puertas giratorias) han conseguido que Úrsula von der Leyen y sus hombres de negro cuestionen la sentencia del alto tribunal, la desprecien y amenacen al Gobierno de Pedro Sánchez con sanciones si sigue multando al multimillonario irlandés y a sus volanderos iguales.
La máxima responsable de este sindiós llamado Europa denigra públicamente las decisiones del más alto tribunal continental, cuyas sentencias deben acatarse con carácter obligatorio y permanente, según sus estatutos fundacionales.
Wonder Leyen le demuestra a los antieuropeístas que ella también se ríe de las más altas instituciones continentales. Carnaza para empresarios iliberales y más votos para Víktor Orbán, Santiago Abascal, Le Pen/Bardella, Alice Weidel, Meloni y demás neofascistas que intentan dinamitar la unión más o menos desde dentro. No tendrán que esforzarse mucho si la presidenta del cotarro desdeña tan aristocráticamente a su tribunal de justicia.
Habrá que darle ánimos a Bustinduy, porque presiento que va a ir quedándose muy solo en lo institucional. Pero la calle, el CIS, es otra cosa, ministro. Y, de momento, suena bien. Habrá que perseguir su taconeo.
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