Estrés, cerebro y conducta
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La Organización Mundial de la Salud define al estrés como el conjunto de reacciones fisiológicas que preparan al organismo para la acción; algunos autores mencionan que es una respuesta natural y de vital importancia para la supervivencia de los individuos.
Pero en el acontecer diario, el estrés ha dejado de presentarse de forma natural y ha comenzado a ser la manifestación de cargas excesivas en algunas personas, provocando diversas enfermedades que afectan, la mayoría de las veces, en la realización de las actividades cotidianas.
Samuel Johnson dijo: “casi todo lo absurdo de nuestra conducta es resultado de imitar a aquellos a los que no podemos parecernos”
El cortisol es la hormona principal del estrés. Cuando estamos ante una situación estresante se envía una señal a la hipófisis que activa por vía hormonal las glándulas suprarrenales (pequeñas glándulas ubicadas en la parte superior de cada riñón). Éstas son las que liberan el cortisol, que al elevarse en sangre incrementan los niveles de glucosa para todo el organismo, así los órganos trabajan con mayor eficiencia, siendo apropiado para tiempos cortos, pero en ningún caso para los largos.
Se sabe que el estrés puede afectar los circuitos neuronales involucrados en la toma de decisiones, la cognición, la ansiedad y el estado de ánimo, lo que lleva a repercusiones conductuales. El impacto del estrés en el sistema nervioso central (SNC) depende del tiempo, pero también de la región y del circuito. Si bien está bien establecido que el estrés puede inducir alteraciones específicas de la región dentro del cerebro, la corteza prefrontal (CPF) se erige como una región crítica debido a su papel central en la regulación emocional y los procesos de toma de decisiones, que son cruciales para la percepción del apoyo social, la modulación de las respuestas de estrés y ansiedad, así como para el control cognitivo y el funcionamiento ejecutivo. De hecho, los cambios estructurales inducidos por el estrés en la CPF tienen una contribución importante a la fisiopatología de las afecciones neuropsiquiátricas. Además, se ha demostrado que las alteraciones en los circuitos neuronales de la CPC originan un espectro de síntomas asociados con trastornos neuropsiquiátricos.
En cuanto al estrés agudo, existe una falta de consenso sobre su impacto en la memoria de trabajo. La exposición a un factor estresante psicológico incontrolable leve pero agudo puede debilitar rápidamente la conectividad de la CPF y la función cognitiva. Por otro lado, otros autores demostraron que el estrés agudo aumenta la liberación de glutamato en la CPF, lo que se asocia con un mejor rendimiento cognitivo, incluida la memoria de trabajo. Así, parece que el impacto del estrés agudo podría estar influenciado por varios factores como la tarea específica evaluada, la duración y naturaleza del estresor, el contexto en el que ocurre el estresor, así como por la edad o el sexo. Con respecto al estrés crónico, tiene un impacto significativo en la integridad y función celular en múltiples regiones del cerebro, particularmente al inducir la reorganización dendrítica y sináptica, y la remodelación glial, procesos que también están influenciados por el sexo. De hecho, los estudios que utilizan modelos animales han demostrado que las hembras, en comparación con los machos, exhiben una mayor susceptibilidad a la disfunción de PFC inducida por el estrés.
Un estudio reciente analiza los efectos negativos del estrés en los cerebros de ratas macho y hembra y concluye que el estrés agudo induce comportamientos similares a la ansiedad, especialmente en los machos, mientras que el estrés crónico está más asociado con síntomas depresivos.
Los investigadores también encontraron cambios en las proteínas clave de la barrera hematoencefálica, lo que demuestra que el estrés compromete las defensas cerebrales de diferentes maneras según la duración y el sexo. Estos hallazgos subrayan la importancia de adaptar las estrategias de prevención y tratamiento de la salud mental tanto al tipo de estrés como a las diferencias biológicas.
Está bien establecido, pues, que el estrés puede aumentar la susceptibilidad a diversos trastornos neuropsiquiátricos, como la depresión y la ansiedad, que son muy prevalentes en todo el mundo y representan una carga económica significativa y un problema de salud pública en nuestra sociedad. La Organización Mundial de la Salud estimó que, en 2019, alrededor de 970 millones de personas en todo el mundo, una de cada ocho, padecían un trastorno mental.
La evidencia, como se ha comentado, también apunta a diferencias de sexo en la prevalencia y las respuestas al estrés. De hecho, mientras que las mujeres representan dos tercios de los pacientes con trastornos relacionados con el estrés, otro indicador muestra que más de dos tercios de las víctimas de suicidio son hombres.
Aunque el estrés es parte de la vida y, en pequeñas dosis, incluso puede ser beneficioso, la exposición excesiva, ya sea aguda o crónica, puede tener profundos efectos negativos, especialmente en el cerebro, lo que puede conducir a enfermedades cerebrovasculares.
Los investigadores también encontraron cambios en las proteínas de la barrera hematoencefálica (La barrera hematoencefálica es una membrana selectivamente permeable que regula el paso de moléculas desde el torrente sanguíneo al tejido cerebral), lo que demuestra que el estrés compromete las defensas cerebrales de diferentes maneras según la duración y el sexo. Estos hallazgos subrayan la importancia de adaptar las estrategias de prevención y tratamiento de la salud mental tanto al tipo de estrés como a las diferencias biológicas.
Por último, compartir esta reflexión de Samuel Johnson: “Casi todo lo absurdo de nuestra conducta es resultado de imitar a aquellos a los que no podemos parecernos”.



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