¿Tiranos para siempre? Las confidencias de Putin con Xi Jinping sobre longevidad e inmortalidad
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Uno siempre se pregunta de qué hablarán los líderes mundiales cuando se reúnen. ¿Se interesarán por cómo va el país del otro mandatario? ¿Preguntarán por la familia? ¿Discutirán problemas de calado? Ahora sabemos algo más, al haber transcendido una conversación privada entre Putin y Xi Jinping. Ambos parecen preocupados por sus propias expectativas vitales. A sus 72 años el mandatario chino cree poder alcanzar los ciento cincuenta con relativa facilidad. Pero a Putin eso le parece una bagatela y apuesta directamente por la inmortalidad. Ahí es nada.
Putin parece padecer lo que he dado en llamar el síndrome de Calipso. Así se llamaba la diosa que ofrece a Odiseo una eterna juventud, oferta rechazada por Ulises para volver a su hogar. Aunque quizá no le importara seguir la suerte de Titón, el mortal a quien Zeus concedió la inmortalidad que le pidió su enamorada hija Eos o Aurora. Ser inmortal no le impidió al pobre Titón seguir envejeciendo y sufrir una decrepitud insoportable que repugnó a su enamorada. En sus ‘Viajes de Gulliver’ Swift se refiere a personas inmortales que padecen los agobios de una edad avanzada y envidian a quienes abandonan este mundo.
No es raro que los tiranos quieran serlo de por vida y cambien para ello unas reglas de juego que les permitan hacerlo así o emprendan guerras que les hagan continuar en su puesto de mando. La novedad sería el que ahora los mandatarios con esa vocación querrían seguir siéndolo para siempre. Cuesta concebir que Calígula o Nerón hubiesen logrado la inmortalidad perpetuándose como emperadores hasta el final de los tiempos. La historia hubiera sido muy otra.
De no mediar un tiranicidio, muchos dictadores han dejado de serlo por una muerte más o menos natural, como sería el caso de Stalin y Franco. Sin duda, se hubiesen apuntado al carro de Putin, si hubieran tenido esa opción, ahora serían una especie de momias vivientes. Otra cosa es que sus respectivos legados hayan logrado sobrevivir e incluso renacer, como sucede con el del propio Hitler. Sus hazañas quedan reivindicadas por la nostalgia de una época dorada donde no se daban ciertas penurias y todo era presuntamente perfecto, al menos para una pequeña élite con enormes privilegios.
Hubiera sido curioso que Trump interviniera en esa conversación. A buen seguro habría suscrito la longevidad invocada por su antagonista homólogo chino, porque no le importaría seguir en La Casa Blanca unas cuantas décadas más, envejeciendo con garbo para gran espanto de Melania. Cabe suponer que nuestros grandes líderes no piensan en una longevidad o inmortalidad extensivas al conjunto de la humanidad, sino solo para un pequeño grupo de afortunados. Porque de lo contrario no habría sitio ni recursos que diesen abasto para todos. Ni siquiera los habría para quienes ya dan en acapararlos ahora.
Vivir más tiempo es una conquista que ya se ha realizado en algunos lugares y que merece la pena cuando las circunstancias resultan propicias. Pero los horizontes vitales de Putin y XI Jinping nos estremecen, al significar la pervivencia de ciertos dirigentes en el poder, sin margen alguno para ningún tipo de alternancia. Imaginar por ejemplo a Netanyahu como perpetuo primer ministro de Israel es algo absolutamente desolador y eso mismo vale para el caso de Putin sin ir más lejos. Tradicionalmente se pasaba el testigo a un miembro del propio linaje o de la misma cuerda. Pero ahora corremos el riesgo de ver las mismas caras perpetrando sus idiosincrásicas atrocidades. Una nueva pesadilla.


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