Netanyahu en el podio de la vuelta ciclista
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Nadie tiene nada contra el Estado de Israel y sus gentes. Pero es absurdo que no puedan denunciarse las atrocidades lideradas por su primer ministro, alguien que tiene pendiente rendir cuentas ante la justicia en su propio país por trapicheos de diversa índole y debería hacerlo ante una corte internacional por sus crímenes de guerra. Los eufemismos que se quieran aplicar no cambian un ápice una realidad insoportable. Hay niños muriendo de hambre y una población civil que no sabe dónde refugiarse tras haber visto cómo sus casas quedaban reducidas a escombros. Ni siquiera los hospitales han quedado a salvo. Uno de los ejércitos mejor pertrechados del mundo pretende hacer emigrar a quienes habitan la franja de Gaza para colonizarla.
Rasgarse las vestiduras por esta barbarie no significa respaldar o bendecir la masacre terrorista que perpetró Hamás en primera instancia. Esto es aborrecible y sus responsables deben pagar por ello. Pero ninguna guerra presuntamente defensiva justifica cometer atrocidades inhumanas como si se tratara de una venganza bíblica decretada por el dios del Antiguo Testamento. La Ley del Talión tiende a perpetuase indefinidamente, al verse multiplicados los agravios en uno y otro sentido. No es antisemita hablar de algo homologable con un genocidio y resulta patético invocar el holocausto nazi o las andanzas de la execrable Inquisición española para pretender neutralizar las protestas.
La comunidad internacional no puede seguir asistiendo indiferente a una crueldad que clama desde luego al cielo. Por eso celebro que la sociedad civil manifieste su insumisión, pese a la censura y persecución que conlleva cualquier comentario negativo sobre las intolerables actuaciones militares y parabélicas de Netanyahu. No se trata en absoluto de optar por Palestina contra Israel. Urge completar esa resolución que propició la creación del Estado de Israel y hacerlo convivir pacíficamente con un Estado palestino. Tampoco cabe confundir al pueblo palestino con los terroristas de Hamás, al igual que no puede identificarse a los judíos de Israel con sus extremistas dirigentes ultra ortodoxos.
Haber padecido la opresión en un momento dado y declararse heredero del terrible Holocausto judío no da patente de corso para emular unos excesos que recuerdan a los cometidos por sus victimarios en su día. Negarse a guardar silencio ante un atropello contra la humanidad no puede ser tildado de antisemita o partidario del terrorismo. El sionismo debe respetar los derechos humanos y el derecho internacional, si quiere pertenecer al concierto de las naciones y no invocar innegables tragedias históricas para sumar un capítulo a una deplorable historia de la infamia. Por eso me permito aplaudir y secundar todo cuanto pueda contribuir a poner sobre la mesa una situación absolutamente censurable.


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