viernes, 31 de diciembre de 2021

Muy buenas reflexiones, Luis Arroyo, gracias por compartirlas

 

Empezamos el año que termina hoy con las imágenes de varias decenas de idiotas invadiendo el Capitolio de Washington. Idiotas en el sentido literal del término: “tontos o cortos de entendimiento”, “engreídos sin fundamento para ello”. Y también en el sentido etimológico: el idiotés griego es quien que se preocupa sólo de lo suyo y no de los asuntos públicos.

La imágenes de aquellos marginados repanchingados en los despachos de los congresistas fueron quizá la expresión máxima del aviso que nos da la Historia. La idiotez campa a sus anchas, toma los templos de la Ilustración y ataca cuando menos lo esperas.

Mi libro del año ha sido la minuciosa y monumental biografía novelada que Antonio Scurati está redactando de Benito Mussolini. Se han publicado las dos primeras partes: M. El hijo del siglo y M. El hombre de la providencia. Scurati ha penetrado durante una década en la mente del dictador italiano, en los textos históricos, en las crónicas de la época y de sus contemporáneos. Y ha retratado como nadie lo había hecho hasta ahora los prolegómenos, el origen y el desarrollo del fascismo. El libro es desde el principio un relato descarnado de la fragilidad de la racionalidad cartesiana. De la capacidad que poseen algunos hombres oportunistas (abundan más que entre las mujeres) para “olisquear las tendencias” y canalizarlas en su propio interés, al servicio de una visión lunática y endiosada de la comunidad. Y de la propensión de los seres humanos a seguir sus profecías y a rendirse ante ellas.

Sobre ese comportamiento visceral, intuitivo, casi animal, nos advierten también los teóricos de las ciencias del comportamiento, empeñados en desmentir científicamente que los seres humanos tenemos en el cerebro una maquina preparada para razonar, para analizar minuciosamente lo que sucede, para tomar decisiones frías y articuladas de manera “racional”. Nuestro cerebro no está hecho para razonar, afirma Daniel Kahneman, el padre de esa escuela, sino para sobrevivir. Y es obviamente más fácil sobrevivir si se adoptan atajos heurísticos que permitan tomar decisiones con un menor gasto de energía. Con argumentaciones sencillas y fácilmente digeribles. Del tipo “socialismo o libertad”. 

Así, cuando algunos nos satisfacemos de que el Gobierno de España haya cerrado ese año con una hoja de servicios más que presentable, cumpliendo a dos años del comienzo de la legislatura la mitad del programa de gobierno, luciendo una reforma laboral acordada con empresarios y trabajadores, logrando ser el primer gobierno de la Unión en recibir los fondos europeos destinados a paliar los desastres de la pandemia, quizá nos precipitamos al considerar que esos son méritos que el común de la ciudadanía agradecerá con su voto cuando toque. Como dicen los estadounidenses, la gente no responde en su comportamiento político a una lista de logros, como si se tratara de the laundry list (la lista de la colada, o “de la compra” diríamos nosotros). Responde ante la narrativa simple, idiota, que refuerza acríticamente su identidad dentro del rebaño.

Scurati lo dice relacionando a Mussolini con otros líderes populistas más recientes, y advirtiendo de su peligro:

"Cada vez que las personas cultas, leídas, normalmente de izquierda, vemos a Trump o Boris Johnson como payasos estamos actuando como idiotas. Somos nosotros los que no vemos. También en esto Mussolini fue un arquetipo, porque entendió que en la era de la política de masas el político tenía que hablar a través del cuerpo, de cuerpo a cuerpo, como una especie de vibración sorda, no del intelecto al intelecto. Esto que nos parece ridículo y enfático era una manera de acentuar el lenguaje corporal. Mussolini le hablaba a la parte más baja de la gente. Y desafortunadamente la condición humana es así: cuando la vida baja se encuentra con la vida alta, prevalece la baja. Un hombre inteligente puede comprender a un imbécil, pero no al revés, y esa es una ventaja del idiota en política".

 
 
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 Comentario del blogg
 

  Añadiré un modesto apéndice a la cita de Scurati (un término que en italiano significa "oscuros", ¡qué curioso apellido, verdad?). 

Un ser humano verdaderamente inteligente puede conseguir que otro ser humano 'imbécil' le comprenda, si deja de juzgar y sabe ponerse en el lugar del imbécil en vez de creerse mejor que él. Si los más inteligentes no son capaces de despertar la inteligencia dormida de los "imbéciles", es que posiblemente no sean tan inteligentes como parecen, algunos cabos tienen sueltos. Un verdadero inteligente es empático y sabe por experiencia que todo imbécil aparente lleva dentro una inteligencia dormida distinta de la suya, pero nunca inferior, y lo descubre porque no juzga ni insulta a los aparentemente deficientes, idiotas y engreídos, al contrario, comprende su estado y los ayuda a despertar estando cerca en vez de pasar de ellos. 

¿Existiría la especie humana aún si los sabios que nos acompañan desde el comienzo de las civilizaciones, hubiesen despreciado a los idiotas e imbéciles en vez de enseñarles a pensar, a escuchar, a dialogar, a expresarse, a descubrir conceptos, crear ideas, observar y deducir, a perdonar y comprender, y a superar sus deficiencias? Menos mal que todos ellos no fueron scurati (oscuros)...sino todo lo contrario: troppo luccidi e curanti.

 A propósito de este comentario me viene a la memoria un caso real que dio lugar a que apareciese el primer psiquiatra de la Historia, al menos en España, gracias a que era inteligente de verdad y no solo de envoltura y etiquetaje. Fue el caso de Joan Gilabert Jofrè, un fraile mercedario, valenciano, nacido a mediados del siglo XIV que trabajaba en el Hospital que ahora es la mayor biblioteca municipal de Valencia, en el centro histórico de la ciudad, rodeada de unos jardines que se remontan a la época del Imperio Romano. 

En ese espléndido edificio eran acogidos en aquella época todos los enfermos pobres que carecían de recursos y por supuesto de atención médica. Los mercedarios se ocupaban de ellos y de los presos. Constantemente aparecían alrededor y a las puertas del edifico muchas personas alteradas y perdidas, pidiendo ayuda a gritos, los vigilantes del hospital y los vecinos de alrededor los echaban a palos, conjuros y pedradas, alegando que estaban endemoniados y que no debían acercarse a un lugar tan vulnerable como un hospital. 

Fue Jofrè el único que se acercó a ellos, a interesarse por su estado, sus urgentísimas necesidades y  peticiones desesperadas de ayuda y socorro. Enseguida comprendió y lo dijo a todos los "cristianos" apedreantes: no eran endemoniados, eran enfermos mentales, a los que la ciencia aun no había sabido diagnosticar. Y lo que necesitaban era atención, acogida y cuidados en un lugar diferente, en un hospital especial para ellos y sus necesidades terapéuticas. 

Hizo todo lo posible hasta encontrar un lugar en el extraradio urbano, junto al entonces pueblito de Patraix, actualmente un barrio pegado al centro de la ciudad, y allí se construyó el primer psiquiátrico de la historia, con dos pabellones para internos según la gravedad de los síntomas, que ahora son respectivamente, una biblioteca/archivo histórico y un centro de atención de medicina de familia, para personas mayores  y parte de lo que entonces fue la casa de los cuidadores, el convento de Santa María de Jesús, son las oficinas  municipales del barrio. 

Jofrè trabajó a fondo para que los hasta entonces 'endemoniados' se reconociesen como "innocents", "alumbrats" y "folls" (locos, en valencià), no malas personas ni imbéciles, ni peligrosos, algo que hasta entonces se había considerado como "normalidad". Consiguió que se dedicase dinero, cooperación, cuidado y atención a sus necesidades y que la locura dejase de ser un estado infernal para considerarse lo que ahora es: una enfermedad del cerebro y del sistema nervioso, no una posesión diabólica, pero sí era diabólico, en realidad, apedrearles hasta matarlos o dejarlos heridos y olvidados a su pésima suerte, para morir en la calle como perros abandonados, que era lo que hasta entonces era "lo normal".  Pero apareció Jofrè. Un ser tan inteligente como providencial. 

Joaquín Sorolla, cinco siglos después, dejó plasmada la imagen de aquellos acontecimientos en este cuadro:

 

La moraleja reconfortante en el aprendizaje de este pasado  podría ser que si los más inteligentes dejasen de mirarse el ombligo y de enfurruñarse contra los menos despiertos, -hay muchas formas de apedrear- se dedicasen a ayudarles, a mirarlos desde la empatía que es el umbral de la compasión, en vez desde el complejo de  superioridad y la exclusión automática de la órbita de los "perfectos", el número de 'imbéciles', seguramente se quedaría en nada. Como pasó a la historia la lapidación diaria a los pobres locos en la puerta del hospital valenciano, que ahora es una farmacia de guardia de la inteligencia compartida para lectores y lectoras, una biblioteca espléndida y un centro de cultura monumental para todos y todas. El mundo mejora cuando sus pobladores se empeñan en mejorar y no solo de imagen, de posición social y financiera. Sino, sobre todo, como seres humanos de verdad.

 


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