Empezamos el año que termina hoy con las imágenes de varias decenas de idiotas invadiendo el Capitolio de Washington. Idiotas en el sentido literal del término: “tontos o cortos de entendimiento”, “engreídos sin fundamento para ello”. Y también en el sentido etimológico: el idiotés griego es quien que se preocupa sólo de lo suyo y no de los asuntos públicos.
La imágenes de aquellos marginados repanchingados en los
despachos de los congresistas fueron quizá la expresión máxima del aviso
que nos da la Historia. La idiotez campa a sus anchas, toma los templos
de la Ilustración y ataca cuando menos lo esperas.
Mi libro del año ha sido la minuciosa y monumental biografía novelada que Antonio Scurati está redactando de Benito Mussolini. Se han publicado las dos primeras partes: M. El hijo del siglo y M. El hombre de la providencia.
Scurati ha penetrado durante una década en la mente del dictador
italiano, en los textos históricos, en las crónicas de la época y de sus
contemporáneos. Y ha retratado como nadie lo había hecho hasta ahora
los prolegómenos, el origen y el desarrollo del fascismo. El libro es
desde el principio un relato descarnado de la fragilidad de la
racionalidad cartesiana. De la capacidad que poseen algunos hombres
oportunistas (abundan más que entre las mujeres) para “olisquear las
tendencias” y canalizarlas en su propio interés, al servicio de una
visión lunática y endiosada de la comunidad. Y de la propensión de los
seres humanos a seguir sus profecías y a rendirse ante ellas.
Sobre ese comportamiento visceral, intuitivo, casi animal, nos advierten también los teóricos de las ciencias del comportamiento,
empeñados en desmentir científicamente que los seres humanos tenemos en
el cerebro una maquina preparada para razonar, para analizar
minuciosamente lo que sucede, para tomar decisiones frías y articuladas
de manera “racional”. Nuestro cerebro no está hecho para razonar, afirma
Daniel Kahneman, el padre de esa escuela, sino para sobrevivir. Y es
obviamente más fácil sobrevivir si se adoptan atajos heurísticos que
permitan tomar decisiones con un menor gasto de energía. Con
argumentaciones sencillas y fácilmente digeribles. Del tipo “socialismo o libertad”.
Así, cuando algunos nos satisfacemos de que el Gobierno de
España haya cerrado ese año con una hoja de servicios más que
presentable, cumpliendo a dos años del comienzo de la legislatura la
mitad del programa de gobierno, luciendo una reforma laboral acordada
con empresarios y trabajadores, logrando ser el primer gobierno de la
Unión en recibir los fondos europeos destinados a paliar los desastres
de la pandemia, quizá nos precipitamos al considerar que esos son méritos que el común de la ciudadanía agradecerá con su voto cuando toque.
Como dicen los estadounidenses, la gente no responde en su
comportamiento político a una lista de logros, como si se tratara de the laundry list
(la lista de la colada, o “de la compra” diríamos nosotros). Responde
ante la narrativa simple, idiota, que refuerza acríticamente su
identidad dentro del rebaño.
Scurati lo dice relacionando a Mussolini con otros líderes populistas más recientes, y advirtiendo de su peligro:
"Cada vez que las personas cultas, leídas, normalmente de
izquierda, vemos a Trump o Boris Johnson como payasos estamos actuando
como idiotas. Somos nosotros los que no vemos. También en esto Mussolini
fue un arquetipo, porque entendió que en la era de la política de masas
el político tenía que hablar a través del cuerpo, de cuerpo a cuerpo,
como una especie de vibración sorda, no del intelecto al intelecto. Esto
que nos parece ridículo y enfático era una manera de acentuar el
lenguaje corporal. Mussolini le hablaba a la parte más baja de
la gente. Y desafortunadamente la condición humana es así: cuando la
vida baja se encuentra con la vida alta, prevalece la baja. Un hombre inteligente puede comprender a un imbécil, pero no al revés, y esa es una ventaja del idiota en política".
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Comentario del blogg
Añadiré un modesto apéndice a la cita de Scurati (un término que en
italiano significa "oscuros", ¡qué curioso apellido, verdad?).
Un ser humano
verdaderamente inteligente puede conseguir que otro ser humano 'imbécil' le comprenda,
si deja de juzgar y sabe ponerse en el lugar del imbécil en vez de creerse mejor que él.
Si los más inteligentes no son capaces de despertar la inteligencia
dormida de los "imbéciles", es que posiblemente no sean tan inteligentes
como parecen, algunos cabos tienen sueltos. Un verdadero inteligente es
empático y sabe por experiencia que todo imbécil aparente lleva dentro
una inteligencia dormida distinta de la suya, pero nunca inferior, y lo
descubre porque no juzga ni insulta a los aparentemente deficientes,
idiotas y engreídos, al contrario, comprende su estado y los ayuda a
despertar estando cerca en vez de pasar de ellos.
¿Existiría la especie
humana aún si los sabios que nos acompañan desde el comienzo de las
civilizaciones, hubiesen despreciado a los idiotas e imbéciles en vez de
enseñarles a pensar, a escuchar, a dialogar, a expresarse, a descubrir
conceptos, crear ideas, observar y deducir, a perdonar y comprender, y a
superar sus deficiencias? Menos mal que todos ellos no fueron scurati
(oscuros)...sino todo lo contrario: troppo luccidi e curanti.
A propósito de este comentario me viene a la memoria un caso real que dio lugar a que apareciese el primer psiquiatra de la Historia, al menos en España, gracias a que era inteligente de verdad y no solo de envoltura y etiquetaje. Fue el caso de Joan Gilabert Jofrè, un fraile mercedario, valenciano, nacido a mediados del siglo XIV que trabajaba en el Hospital que ahora es la mayor biblioteca municipal de Valencia, en el centro histórico de la ciudad, rodeada de unos jardines que se remontan a la época del Imperio Romano.
En ese espléndido edificio eran acogidos en aquella época todos los enfermos pobres que carecían de recursos y por supuesto de atención médica. Los mercedarios se ocupaban de ellos y de los presos. Constantemente aparecían alrededor y a las puertas del edifico muchas personas alteradas y perdidas, pidiendo ayuda a gritos, los vigilantes del hospital y los vecinos de alrededor los echaban a palos, conjuros y pedradas, alegando que estaban endemoniados y que no debían acercarse a un lugar tan vulnerable como un hospital.
Fue Jofrè el único que se acercó a ellos, a interesarse por su estado, sus urgentísimas necesidades y peticiones desesperadas de ayuda y socorro. Enseguida comprendió y lo dijo a todos los "cristianos" apedreantes: no eran endemoniados, eran enfermos mentales, a los que la ciencia aun no había sabido diagnosticar. Y lo que necesitaban era atención, acogida y cuidados en un lugar diferente, en un hospital especial para ellos y sus necesidades terapéuticas.
Hizo todo lo posible hasta encontrar un lugar en el extraradio urbano, junto al entonces pueblito de Patraix, actualmente un barrio pegado al centro de la ciudad, y allí se construyó el primer psiquiátrico de la historia, con dos pabellones para internos según la gravedad de los síntomas, que ahora son respectivamente, una biblioteca/archivo histórico y un centro de atención de medicina de familia, para personas mayores y parte de lo que entonces fue la casa de los cuidadores, el convento de Santa María de Jesús, son las oficinas municipales del barrio.
Jofrè trabajó a fondo para que los hasta entonces 'endemoniados' se reconociesen como "innocents", "alumbrats" y "folls" (locos, en valencià), no malas personas ni imbéciles, ni peligrosos, algo que hasta entonces se había considerado como "normalidad". Consiguió que se dedicase dinero, cooperación, cuidado y atención a sus necesidades y que la locura dejase de ser un estado infernal para considerarse lo que ahora es: una enfermedad del cerebro y del sistema nervioso, no una posesión diabólica, pero sí era diabólico, en realidad, apedrearles hasta matarlos o dejarlos heridos y olvidados a su pésima suerte, para morir en la calle como perros abandonados, que era lo que hasta entonces era "lo normal". Pero apareció Jofrè. Un ser tan inteligente como providencial.
Joaquín Sorolla, cinco siglos después, dejó plasmada la imagen de aquellos acontecimientos en este cuadro:
La moraleja reconfortante en el aprendizaje de este pasado podría ser que si los más inteligentes dejasen de mirarse el ombligo y de enfurruñarse contra los menos despiertos, -hay muchas formas de apedrear- se dedicasen a ayudarles, a mirarlos desde la empatía que es el umbral de la compasión, en vez desde el complejo de superioridad y la exclusión automática de la órbita de los "perfectos", el número de 'imbéciles', seguramente se quedaría en nada. Como pasó a la historia la lapidación diaria a los pobres locos en la puerta del hospital valenciano, que ahora es una farmacia de guardia de la inteligencia compartida para lectores y lectoras, una biblioteca espléndida y un centro de cultura monumental para todos y todas. El mundo mejora cuando sus pobladores se empeñan en mejorar y no solo de imagen, de posición social y financiera. Sino, sobre todo, como seres humanos de verdad.
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