lunes, 13 de diciembre de 2021

Gracias, Javier Aroca, no se puede sacar más jugo a una ranchera, a base de verdades como templos, que el día a día no solo verifica y constata, sino que sacude y zumba por todas partes, esta corrala de estado acorralado por sí mismo, que ya es el colmo de la trampantojología postraumática dictatorial y de la vergüenza política y social en usufructo...Ains!


Y su palabra es la ley

El rey emérito Juan Carlos I.

eldiario.es

La Justicia británica tiene que tomar la decisión de admitir o no un pleito que involucra a dos amantes: uno, noble, y ahora rey honorífico de España; otra, una empresaria que presume de nobleza, al parecer usurpada. No tendrá que decidir si es verdad que se produjeron amenazas y acosos por parte del Sr. Borbón a la Sra. Larsen, sino si siquiera pueda ser juzgado en razón del privilegio de nacimiento de su inmunidad real.

Es posible que la justicia de su graciosa majestad británica decida extenderle su inviolabilidad para este caso, tan poco constitucional, en el sentido español, ciertamente ignorado, del privilegio. Eso esperan algunos, pero no podrá devolverle la virtud, -se temen casi todos-, ese don que se le presume y exige a los jefes de Estado en el ejercicio de sus obligaciones constitucionales que el exmonarca ha tirado por la atarjea de la historia. Tampoco conseguirá que muchos españoles se recuperen de la vergüenza de ver a un exjefe de Estado, con título de Rey de España, envuelto en líos de faldas, fiscales, sus evasiones, blanqueo de capitales, extrañado en el Golfo de manera vergonzante.

La monarquía española con estos vaivenes y argumentos se aleja de los fundamentos constitucionales de su legitimidad y se aproxima a fundamentos y privilegios propios de las monarquías golfinas

Será el derecho de los reyes el que juegue en su beneficio, el pensamiento dinástico, pero no el derecho de los hombres, inspirado en la Revolución francesa y en los principios democráticos en los que descansa la legislación internacional, recibida en el derecho español a través de una ley orgánica 16/2015, de 27 de octubre, sobre privilegios e inmunidades de los jefes y exjefes de Estado, firmada por el propio Felipe VI, que niega en España lo que Juan Carlos I reclama en Londres (léase su artículo 23). Lo más pintoresco de todo es que su defensa, en tierras de la pérfida Albión, invoque al primer Borbón y se esgrima la vigencia del Tratado Utrecht que firmó Felipe V de España, un francés animoso, el que mutiló territorialmente España con las cesiones de Gibraltar y Menorca, Tratado del bochorno, según algunos historiadores cortesanos, porque se humilló a España.

Esos mismos historiadores cuentan, en el sentido historiográfico y en el de Calleja, que aquel tratado trajo la paz. Una paz entre reyes tras una guerra provocada por ellos mismos en la que los cientos de miles de muertos los puso el pueblo, como siempre. No fue suficiente, no pararon los Borbones, en menos de un siglo ya habrían vendido la corona a Napoleón que, luego, hubo de ser recuperada por el pueblo. Un pueblo que constituido en nación elaboró la Constitución de Cádiz para que uno de los vendedores, Fernando VII, con absolutismo y arrogancia en el ADN, la acabara aborreciendo y robando al pueblo español. Y hasta nuestros días, restauración tras otra. 

El rey honorífico, que sabe bien que está afuera, ya no es miembro de la Casa Real, pidió asuntos propios reales indefinidos , pero sí miembro de la Familia Real, sin sueldo pero subsidiado. Pero, tal vez, lo que quieran decir sus abogados, y él mismo se crea, es que con dinero o sin dinero es el Jefe del Linaje, de la Casa de Borbón , algo que su hijo no parece estar dispuesto a conceder, como Juan Carlos no concedió a su padre, Juan. Un privilegio en todo caso, un hago siempre lo que quiero, lógica dinástica frente a la lógica democrática. Y todo ello, de manera simultánea, reclamando una paguita y un pisito en la Zarzuela. Pero sigo siendo el rey.

Las instituciones democráticas españolas no saben qué hacer con el rey honorífico, una piedra en el camino, y esperan que la Justicia británica hasta les dé aire, a ver si salen del ridículo limbo en que se encuentran. No merece la pena construir una crítica desde una lógica republicana, es más corrosivo y bochornoso notar el proceder de la cultura monárquica y sus cortesanos pero, en todo caso, el camino y probable desenlace del asunto pone de manifiesto la inviabilidad y anacronismo de la monarquía desde una perspectiva democrática y, al mismo tiempo, el triste reconocimiento de que la tal institución solo existe porque los poderes metademocráticos quieren y un pueblo servicial e indolente consiente. 

Y, entonces, surge imponente la triste figura de don Quijote: "Mira, Sancho: si tomas por medio a la virtud, y te precias de hacer hechos virtuosos, no hay para qué tener envidia a los que los tienen en príncipes y señores , porque la sangre se hereda y la virtud se aquista , y la virtud vale por sí sola lo que la sangre no vale". Suyo siempre, don Miguel.

P.d. In Memoriam Vicente Fernández.

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