jueves, 21 de febrero de 2019

Otros puntos de vista interesantes para el debate político y social



Repasar el A, E, I, O, U

En democracia las sentencias de los tribunales no son elementos a ponderar, son decisiones a acatar; la calle no dicta las normas; la unidad de España es muchas cosas pero no es un dogma y menos un dogma moral

VÍDEO: PABLO PALACIOS



Llevamos 40 años de democracia pero, ante los disparates que se oyen, creo que nos vendría bien repasar el teórico. La democracia real importa más que la ley, había declarado el president Torra en Onda Cero la semana pasada, y lo mismo afirmó ayer el ex conseller de Territori de la Generalitat de Cataluña Josep Rull ante el Supremo, o el día anterior el ex conseller de Presidencia Jordi Turull, con un apéndice escalofriante: Al Govern le tocó ponderar, dijo, para decidir si obedecer el mandato ciudadano o las resoluciones judiciales. Se dijo igualmente en el juicio: desatendimos al Constitucional porque no tiene autoridad moral.
Meses atrás, en su época desprejuiciada y eufórica, Podemos llegó a afirmar que la verdadera autoridad procedía de la calle, que el Parlamento era un ámbito burocrático de validación.
En los últimos días y hasta hoy, se ha acusado a Sánchez de asaltante ilegítimo del poder. Algunos hablan con soltura de golpe de Estado, otros hablan de fascismo, alguien dice que la unidad de España es un bien moral. ¿Qué ocurre, que nos hemos vuelto locos? ¿Hemos olvidado la capacidad incendiaria de las palabras, el efecto corrosivo de los conceptos adulterados?
No hay democracia sin respeto a la ley. En democracia las sentencias de los tribunales no son elementos a ponderar, son decisiones a acatar; la calle no dicta las normas; la unidad de España es muchas cosas pero no es un dogma y menos un dogma moral; Sánchez llegó a la Moncloa de forma constitucional, etc. Tener que recordar el a, e, i, o, u de la democracia revela la profundidad de nuestro problema. Sin cimientos sólidos, qué pretendemos construir.

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El gallinero mediático es siempre una tentación, que desde la cordura hay que esforzarse en superar. El destarifo alarmista, las descalificaciones, los insultos y las astrakanadas de la pseudo política, nos deberían hacer cada día más sensatas, cautos y más críticos también a la hora de descubrir nuestras programaciones particulares o sectoriales, para no acabar enredadas en las mismas posturas amenazantes que nos repelen y nos preocupan. 
Por supuesto que la calle no es la que hace las leyes, -sólo faltaría que además de mantener a los tres poderes del estado con el sudor, el  cansancio, las tensiones y los sacrificios constantes , tuviésemos que legislar también, para eso pagamos impuestos por todo lo que adquirimos o trabajamos- pero sí es cierto que la calle tiene la responsabilidad y obligación moral de denunciar los fallos y las injusticias que sufre la ciudadanía y de ser la guía a pie de vida real de los gestores de despacho político, tan proclives a despistarse, que en cuanto se ven con el poder entre manos se olvidan de su verdadero cometido, que no es tanto esa representación parlamentaria de la que se pavonean, como el servicio de ser portavoces de la asamblea ciudadana. Algo que en democracia debe ser su obligación.  Pero lo cierto es que ellos tienden por inercia, a  quedarse solamente como fieles servidores de sus partidos en primer lugar, el bien común solo parece ser la excusa y la cantinela para la publicidad pre-electoral y el lucimiento oratorio sin consecuencias posteriores, luego, se pincha el globo de la seducción, y como en las parejas descuidadas, se rompe todo por el desinterés y la negligencia que derivan en lamentables consecuencias para la ciudadanía, no para ellos, si logran seguir enchufados a las redes del poder, durante innumerables legislaturas hasta convertir la temporalidad democrática de los encargos políticos, en una profesión vitalicia, aunque no hagan nada más que mariposear por escaños y pasillos del Congreso, jugando al móvil o al Candi Cruss, sin que eso mejore nada e incluso vaya empeorando las situaciones sin salida o con salida peor que la entrada. 

En cuanto al hábito de no poner jamás en tela de juicio las decisiones de la justicia, también habría que añadir, que es precisamente en la democracia, donde se pueden y se deben impugnar los abusos de la Justicia cuando se cometan, -las leyes muchas veces son injustas y sus intḉerpretes tienen prejuicios ideológicos, religiosos, culturales, o de clase social, o sea, que se equivocan- , acatar barbaridades por el hecho de estar consideradas "legalidad" solo es propio de regímenes opresores y tiránicos que ejercen el poder jugando con el miedo y la amenaza de "la ley" como una absoluta espada de Damocles, como juicio divino de un mundo laico, que sigue buscando dioses infalibles, en vez de  trabajar la conciencia personal y colectiva, sobre todo cuando las leyes "misteriosamente" son durísimas para los menos favorecidos por el poder y el dinero y mucho más transigentes con quienes se pueden pagar fianzas por delitos mucho más graves que ser insolventes sociales por fallo estatal de esa misma justicia que no ve delito en los abusos gravísimos de quienes peor lo pasan. Asombrosamente, la ley, que es un constructo humano y falible por ende, se nos pretende imponer como infalible y absoluta verdad. Y no,  en realidad no lo es. También la ley es relativa y si no es ética ni moralmente lícita y causa más daño que bien a los DDHH,  deja de ser imparcial para volcarse en intereses ya programados con ventajas. Por ejemplo, ¿es propio de una ley justa, igualitaria y democrática que el rey sea, por ley constituiconal irresponsable jurídico de sus actos, aunque los resultados sean delitos flagrantes descarados o que los parlamentarios y cargos de los partidos sean  inmunes e impunes jurídicamente, y que ladrones y gangsters "metidos en política para forrarse" sigan como diputados riéndose en la cara de los ciudadanos, porque  la mayoría de las veces salen absueltos de cualquier barbaridad si eso no  perjudica políticamente al partido, -como ocurrió con Cifuentes y no con Casado, (es un ejemplo de como funcionan los partidos, no en concreto las leyes, sino del oportunismo partidista y sus indecencias)- por esas leyes maravillosas e incontestables? Una injusticia descarada y cínica, con el recochineo de estar amparada en una ley muy "legal", como lo es dejar en la calle a familias que una vez mandadas al paro no pueden seguir pagándose el alquiler o la hipoteca o a pensionistas recortados que si comen no tienen techo y viceversa, no creo que haya que acatarla sino impugnarla y quitarla del medio cuanto antes, por inhumana y desalmada, porque no cumple con el primer deber de la Justicia que es equilibrar la balanza de las desigualdades y no castigar y ensañarse según el status social del reo, sino penalizarlo exclusivamente según  la gravedad de sus delitos. 

Lo respetable de la ley no es su mera condición de ser ley, "por la gracia del poder" sino por su contenido en intencionalidad  motivadora y por el resultado último y práctico de su aplicación. ¿Es capaz de compensar adecuadamente a las víctimas y a la vez de corregir y reeducar a los culpables? ¿O solo se ocupa de ser rigurosa y férrea por puro dogmatismo togado, aunque sea peor el remedio que  la enfermedad, a golpe de artículo sin más? 

Si la ley no es capaz de ser en realidad ese pilar tan vital y básico para la sociedad y la convivencia, como se pretende que sea, la justicia se convierte en  un escarnio que nos sale carísimo de mantener y en un arma letal para la propia democracia. Para ejemplo, el proceso  a los presos políticos catalanes y su juicio, más propio de un guiñol que de un proceso de enjundia, donde la actitud y reflexiones de los reos están poniendo de manifiesto la caducidad de los tres poderes del estado. No solo de la Justicia. Y sólo faltaba el rey para animar el espectáculo en un proceso descarado a la Catalunya republicana.

Parece que ni los políticos al uso, ni el Ibex35, ni la prensa amiga se están dando cuenta de que cuando los ciclos se acaban,  hay que sumirlo antes de que llegue el diluvio entrópico que limpia todo lo que no se ha querido limpiar en su  momento porque ni siquiera se vio necesario hacerlo, y entonces se verá la gravedad de que no haya sido ningún partido al uso  capaz de construir un arca.
Entonces, sí, será la calle, no la que legisle, sino la que se encargue solidariamente de la supervivencia y de la justicia (por fortuna aun sigue existiendo en pueblos pequeñitos la figura entrañable del "juez de paz"). 
Y entonces sabremos que ya nada volverá a ser igual tras lo evidente.

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