lunes, 11 de febrero de 2019

Desde un cuarto poder alternativo y en limpio, llega este análisis de Manolo Monereo, de indispensable lectura y reflexión. A disfrutralo y aprovecharlo hasta la última miga de este alimento. ¡Gracias, Monereo!, hermano de alma solidaria y compañero de camino ético

Juntos no podemos, por separado sí

Lo que quiero argumentar es lo siguiente: 1) Unidos Podemos corre el riesgo de difuminarse o desdibujarse por su cooperación, más o menos conflictiva, con el Gobierno de Sánchez; 2) si esto ocurre, una parte del voto de Unidos Podemos terminaría en el PSOE y otra en la abstención; 3) la suma del voto del PSOE y de Unidos Podemos no daría para derrotar a las derechas. En positivo, parto del convencimiento de que la única forma de derrotar a la hidra de las derechas es si Unidos Podemos, no solo recupera votos, sino que los amplía. Vayamos por partes.
Si algo nos dice la experiencia con el Gobierno de Sánchez son las profundas diferencias en temas de fondo y en el estilo de hacer política. Este no ha sido capaz de construir una mayoría programática y tiene enormes dificultades para definir una alianza política a corto y a medio plazo. Vive por y para ganar las próximas elecciones; todo lo demás es secundario. Los acuerdos alcanzados tienen que ser peleados minuto a minuto y, a veces, la síntesis final produce una frustración difícil de ocultar. Las líneas rojas de este gobierno chocan con el programa de Unidos Podemos y, más allá, con aspiraciones de una mayoría social que creyó que con Sánchez algunas cosas cambiarían. Las gentes no esperaban demasiado, solo coherencia con lo que el PSOE había defendido en la oposición a la derecha. Al final, lo que queda son titubeos, vacilaciones, retrocesos y batallas perdidas antes de darlas.
Los límites del Gobierno están quedando claros: primero, alineamiento férreo con la política exterior norteamericana; segundo, aceptación consciente del “consenso de Bruselas”, es decir, de las reglas neoliberales de la Comisión europea; tercero, defensa, a veces gratuita, de la Monarquía y del actual monarca; cuarto, complicidad con los poderes fácticos.

Cuando me refiero al seguidismo con la política de Donald Trump, no es solo a la OTAN sino a su política exterior en sentido amplio (como ejemplo, Venezuela). Lo de la Unión Europea no resulta extraño por la trayectoria de la actual ministra de Economía; sorprende la falta de crítica, de oposición con los enormes problemas que deja la crisis en España y cuando, de nuevo, aparecen señales de otra por venir. Su posición con la Monarquía no es extraña vista la trayectoria del PSOE; el problema es que, por el miedo a abrir la “cuestión republicana”, se bloquea la necesidad de cambios en nuestro ordenamiento constitucional. ¿Alguien cree que se puede solucionar la cuestión territorial sin reformar la Constitución? Por no hablar de la corrupción o de las garantías de los derechos sociales. La complicidad con los poderes fácticos es una vieja obsesión de Sánchez: demostrar a los que mandan que él lo hace mejor y que es la única persona capaz de dar continuidad al Régimen del 78.
La gestión de las relaciones con Cataluña reflejan muy bien las debilidades e incapacidades de un Gobierno que vive al día y a eso le llama política. La posibilidad de un programa común entre el Partido Socialista y Unidos Podemos no parece posible; tampoco hay señales de que Sánchez lo desee. Si al final no hay presupuestos, lo que nos espera es una polarización dura y sistemática entre las derechas y el PSOE. Se ha hablado mucho en estos días –es la típica movida madrileña- de un gran centro que impidiese un futuro gobierno PSOE/Unidos Podemos. Lo que viene es algo más que eso y lo llevará hacia adelante como táctica electoral el Partido Socialista: definir un espacio moderado y centrado en torno al Gobierno de Sánchez para vencer a las derechas y, desde ahí, movilizar el voto útil debilitando la fuerza electoral de Unidos Podemos. El problema, insisto sobre ello, es que esto puede no ser suficiente para ganarle a las derechas y sirva para liquidar la capacidad de resistencia popular a un gobierno Ciudadanos-PP-VOX.
No comparto el pesimismo en torno a Unidos Podemos, ni comparto la idea de su decadencia electoral. Creo que hace falta iniciativa política, claridad de ideas, imaginación y una dirección capaz de estar a la altura del tiempo histórico. Tampoco comparto la idea de que nuestra mejor campaña sea reivindicar lo acordado con el Partido Socialista. Conectar con una base electoral y social desmovilizada y, me temo que desmoralizada, requiere algo más que una buena campaña electoral. Hay que cambiar los imaginarios sociales, generar ilusión y compromiso en un momento en el que los jóvenes, trabajadores, autónomos, mujeres y hombres, se juegan el futuro. La clave: un proyecto de país en positivo, posible y asumible por una gran mayoría disputándole la hegemonía a una socialdemocracia sin proyecto que lo único que defiende es el mal menor.
Ahora todo es más difícil. El viento de cola ya no nos sopla con la fuerza de antes. Hay que “organizar la subjetividad” relanzando un proyecto que sigue estando vivo, que es más necesario que nunca y que hay que convertirlo en programa, en propuesta, en una esperanza concreta. Nuestras gentes son personas que conocen su mundo, que saben las enormes dificultades de cambiar unas relaciones de poder consagradas durante años y que han aprendido la dureza de unos poderes fácticos que no perdonan a quienes los cuestionan. La pelota sigue estando en nuestro campo. Catarsis y nuevo inicio.

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Sólo me parece justo hacer una puntualización en un tema que la izquierda más innovadora se empeña en colocar como banderín de enganche y que en mi modesta opinión es la causa de que haya tanto desinfle cuando surgen dificultades en el proyecto común: la obsesión por "ilusionar" a toda costa. Creo que se confunde la ilusión  con conceptos como esperanza, compromiso entusiasta, energía e impulso, visión de futuro compartida y optimista con fundamento, que se ve como realizable y que permite ir creando vías y canales que faciliten el fluir y el establecer. Manejar el término "ilusión" como positivo y útil en el empeño político no es apropiado ni mucho menos recomendable. Porque ilusión significa irrealidad que se vende como real, es engañar y burlarse al mismo tiempo de los engañados, es lo que significa el verbo illudere, y su participio illusum: engañado y burlado. La fuerza semántica de las palabras posee mucha energía creadora, materializante...No es lo iluso lo que necesitamos como una especie de droga efervescente social, sino lo verdadero, lo que no engaña ni miente, y por ello es el mejor material para la construcción en la arquitectura del bien común. 

No es inteligente ni favorable colocar la ilusión como objetivo. Porque es ficción, como el cine, una proyección de deseos sobre una pantalla plana, con una luz externa que permite la ilusión de ver fotos en movimiento como si fuese realidad palpable (la oratoria y la verborrea, tantas veces al servicio de la demagogia, que es el fundamento del ilusionismo político actuando sobre su propio cuerpo, el tejido social) . Luego, cuando los problemas reales cortan la corriente y apagan el proyector y se encienden las luces,-o sea, cuando la realidad planta cara a lo imaginario-  no queda nada sobre la superficie que se ha usado como soporte, así llega la desilusión, el desinflamiento, el  atar los cabos sueltos que no se habían detectado por el deslumbre ilusorio y casi psicodélico. 
Esa misma palabra, ilusión,  debería alertarnos acerca de lo que se juegan los partidos al ilusionar nada menos que "a las masas". Lo primero, que debemos hacer es dejar de llamar "masa" al soporte de la inteligencia colectiva, del que todas formamos parte y no en forma de castas selectas unidas por determinada ideologías, sino por la conciencia de un destino común inevitable, como habitantes del mismo Planeta y portadores de las mismas necesidades, derechos, deberes y dignidad, con la obligación ineludible de co-educarnos y convivir en las mejores condiciones posibles, que no consiste en poseer ni mandar sobre nadie, sino compartir, reflexionar y actuar de común acuerdo, superando obstáculos desde el el debate y el diálogo (o sea, yendo más allá y a través (diá) del logos...(de la precisa expresión del  concepto, creando realidad material y palpable, buena para todas: bien común,donde todos ganan y nadie sale malparado ni maltratado por no ser ganador de algo que no es medible ni contable: la expresión más noble y sana de la vida y su funcionamiento en todos los aspectos) . 

Deberíamos dejar de lado la comodidad calificativa y definitoria típica de la inercia y revisar qué decimos y qué significa lo que expresamos. Si la expresión obedece a la intención, es magnífico, porque su fuerza será coherente con lo que se desea realizar y lo facilitará hasta en eso que calificamos de "buena suerte o casualidad",- y que simplemente es una sincronicidad de la física cuántica-  pero si no lo es, e incluso como en el caso de la "ilusión" significa en los hechos lo contrario de lo que se pretende, el mismo peso del autoengaño cierra los canales de la comprensión y los inutiliza. La naturaleza psíquica humana solo responde en lo más elemental a lo sustancial o a lo insustancial. Como el heliotropismo de las plantas, que siempre crecen en direccion a la luz. Y así, un proyecto como pudo ser Podemos en su inicio, se ha ido reduciendo a un residuo  de sí mismo. No es pesimismo ser realistas y honestos, es muy sano, ver de donde nos vienen los obstáculos y poder erradicarlos, sobre todo si esos obstáculos proceden de un uso errático del lenguaje y su capacidad creadora, que nos condiciona para bien o para mal. Nosotras elegimos, pero para elegir es necesario "ver" y "escuchar", además de mirar y de oir.

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