viernes, 10 de junio de 2022

Vivir para intuir y comprobar que lo intuído desde la fuente interna, no solo es real, sino también imprescindible.

¿Y si despertamos ya?

Hace años que me voy preguntando por el significado y el sentido antropológico e incluso ontológico, del crecimiento exponencial en nuestra especie  de la homo y de la transexualidad. ¿Un fenómeno, cultural, un cambio de percepción, de paradigmas, quizás solo fruto de que haya más libertad de expresión o precisamente será esa metamorfosis cuantitavamente genérica de l@s human@s  la que está exigiendo ampliar el sentido y el horizonte de la sexualidad específica, usando la libertad como herramienta para manifestar un nuevo plano consciente de nuestra idiosincrasia en constante evolución como especie y no solo como individuos? Porque indudablemente, el principal sentido de que haya dos géneros como masculino y femenino, hombre y mujer, entre los reinos, vegetal y animal, es para hacer posible la reproducción de las especies.

Cuando las especies vivas aparecen no lo hacen en plan invasivo; por el estudio de la Antropología sabemos que comenzamos a poblar este planeta muy poco a poco, en pequeños y tribales grupos de homínidos, que durante miles de años fueron derivando en neanderthales y cromañones, en distintas variantes, mientras se descubrían los elementos, las funciones vitales de la Naturaleza, de cada individuo y de la colectividad. Era imprescindible que, en aquellos comienzos de aterrizaje animal en la materia y la energía,  el sexo fisiológico se encargase de multiplicarnos materialmente y de asegurarnos una identidad espacio temporal. 

Pero... no se sabe si de repente o poco a poco, nuestra especie experimentó un cambio de automatismos reproductores y poco a poco comenzó a generar e incorporar un nuevo modelo emocional de relación intergenérica cada vez más consciente, y que las demás especies no han desarrollado, por lo menos aún. Es seguro que ese cambió tuvo mucho que ver con la creación y expresión por medio de la palabra, al descubrirla como vehículo creador del pensamiento.

Se ha ido abriendo un camino que naciendo y creciendo desde el  instinto más primario, desde la necesidad y desde la emoción, nos ha ido llevado a descubrir la inteligencia, la energía de la psique que es el alma, el caudal cognitivo y volitivo de la mente, que llamamos voluntad determinadora, todo unido a la conciencia que materializa el proceso, para derivar, por fin, en el nuevo territorio sorprendente de los sentimientos, el gran descubrimiento en la arquitectura  espiritual de la humanidad: la posibilidad de conexión con la Consciencia infinita que nos hace posibles y nos abre a los mejores estados y realizaciones del Ser. La fuerza cósmica, cuántica, intelectiva  y espiritual capaz de humanizarnos de verdad y al mismo tiempo, fruto creciente de nuestro proceso consciente de evolución. Son los sentimientos la verdadera materia prima de nuestro desarrollo desde lo biológico a lo racional-emotivo, desde el yo al nosotros, desde la materia a la energía, desde los adentros a los afueras. 

Los milenios, sus retos y necesidades nos han llevado, con nuestra voluntad y consentimiento "cultural", a un vertiginoso modo de vida, donde se mezcla lo más científico sorprendente e innovador con lo más primario y destructivo. Lo más avanzado inseparable de  lo más cavernícola. Mientras la especie se reproduce de un modo mecánico. Unos nacen del deseo de sus padres y otros del desconocimiento y del impulso sexual incontrolable e irresponsable, sin más. Mientras crecen los inventos y las maravillas tecnológicas, los instintos y las emociones hacen estragos, sobre todo en el terreno sexual. El resultado es la violencia de género constante e in crescendo, los malos tratos a las parejas y a los hijos, la pérdida total de la prudencia y de la ética. Se ha llegado hasta la comercialización no sólo del sexo, sino también de la misma reproducción de la especie. Se venden óvulos, esperma y úteros, para que la homosexualidad no afecte a la reproducción de las víctimas, criaturas manejadas como muñecos de guiñol que no sabrá jamás quiénes fueron sus padres y/o sus madres. Niños y niñas  abandonad@s en todo el mundo, que podrían ser adoptados por las parejas del mismo sexo, o por las que, de distinto género, no pueden tener hijos, a los que no será necesario mentirles, porque desde pequeños se les ha podido decir la verdad acerca de su origen, evitando mentiras y traumas a seres inocentes cuya existencia nada tiene que ver con engaños y manipulaciones previas a su nacimiento. 

Ante ese caos total, tengo la sensación de que el hecho del aumento exponencial y las reivindicaciones constantes de la homosexualidad, en hombres y mujeres, como de la transexualidad, tiene un sentido evolutivo bastante claro: ya es hora de que el género humano comprenda las claves de su trayectoria. La sexualidad tiene como razón de ser fundamental la reproducción de la especie, pero esa especie ha alcanzado ya un tope insostenible en un entorno igualmente insostenible que nos lleva de cabeza al autoexterminio. 

¿Cómo responde a ese problema gravísimo la inteligencia cósmica que Somos? Manifestando desde el interior de los seres humanos, su esencia verdadera: la androginia, o la gineandria, que el orden de factores no altera el producto. Si el sexo se ha manifestado unido a las emociones e incluso a los sentimientos más elementales y a los apegos humanos inseparables de la convivencia entre parejas de toda laya y establecimiento de relaciones inseparables hasta reguladas por  mandamientos, certificados, celebraciones y decretos-ley que los hagan socialmente aceptables como "normalidad", y estando todo vinculado  a la tendencia reproductora por antomasia, tiene todo el sentido protector de la supervivencia de la propia especie, que sus miembros y miembras vayan encontrando en su interior la otra mitad de sí mism@s que se busca  incansablemente en los demás. Sólo encontrándonos por dentro con nuestra esencia universal y compartida, se puede completar la esencia del espíritu en nosotr@s. Y solo con una gran parte de la humanidad en ese proceso de unificación y equilibrio, se toma conciencia de nuestra verdadera esencia. 

Solo así el Amor se puede escribir con mayúscula, porque ha pasado de ser un "te quiero solo para mí porque te necesito" a un, "te amo y por eso te prefiero libre de ti mism@ y de mí también" No es una privación ni un sacrificio, ni una lucha empecinada contra los instintos, entre el pecado y la virtud, la abstinencia y el exceso, al contrario, es una alegría y un verdadero y extraordinario placer. En ese estado, de no necesidad, solo los que verdaderamente se comprometan a ser padres y madres aciertan al elegir el camino, no para rellenar huecos vacíos y evitar frustraciones, sino para seguir amando y regenerando la especie, porque además, así se puede  cooperar a la reducción de la natalidad salvaje que ahora nos está arrasando y que como siga como va, acabará con todo, como la autoplaga más terrible que se pueda imaginar. Sobre todo porque si la vida de los hijos depende solo de los caprichos personales, una inmensa mayoría de seres humanos siguen siendo producto de la mecánica sexual y también con demasiada frecuencia, del deseo compulsivo de ser padres y madres de lo que sea y como sea, con tal de conseguir "sus sueños", sin tener en cuenta la responsabilidad que la materialización de esos "sueños" también llevan implícita, porque nunca serán solo "cosa suya o cosa nuestra", sino cosa de todos y de todas. Si lo que pensamos, hacemos y decimos afecta y modifica lo que nos rodea, traer al mundo a otros seres es una de las responsabilidades más determinantes y fundamentales para nuestra especie y para la conciencia colectiva, para la arquitectura del bien común o para el caos y la desorientación como sistema. Todo depende de los valores éticos y actitudes psicoemocionales que elijamos desde nuestra conciencia, o pasando de ella, para desarrollar y compartir.

Es cada vez más frecuente encontrar niños y niñas de muy corta edad que por dentro se consideran del género opuesto a su equipaje físico. Han nacido así y nadie sabe por qué. Su otredad genérica nada tiene que ver con la experiencia ni la frustración, ni los abusos, han nacido en ese plan. Carlitos se siente Carlota, y María se siente Mario. Y nadie podrá impedir su proceso natural sin causarles daños irreparables. No son enfermedades psíquicas ni taras de ningún tipo, son la respuesta del Universo consciente ante el problema terminal de una especie, que aun no ha sido capaz conocerse a sí misma antes de saquear el planeta que la acoge. 

Las personas homosexuales no tienen que hacer de padres y madres fisiológicos, pueden y deben dedicarse, si así lo deciden, a adoptar niñ@s y no a traer al mundo futuros tarados por la "ciencia" y la reproducción a la carta. Que la barbaridad se haga legal no significa que sea legítimo manipular a los que vienen al mundo para convertirse en muñecos recortables para sus compradores. 

La androginia es un don espiritual y psicoemocional que la vida nos ofrece, y que permite a los seres conscientes de su condición, vivir al lado de cualquier ser humano, sea del género que sea,  en sanísima intimidad integradora y compartida, sin necesidad alguna de apoderarse de su cuerpo, de su mente, de su atención constante ni de su alma. Por lo tanto, sin celos, sin manipulaciones ni desconfianzas, ni miserias adjuntas. La condición andrógina es el futuro de la humanidad, si consiguimos superar este mix entre diluvio universal y Torre de Babel. 

Tiene mucho sentido que aumenten las relaciones homosexuales tanto en hombres como entre mujeres, hasta que se llegue a desarrollar la androginia de un modo natural. Es la única  manera de conseguir sin traumas ni desastres la supervivencia de la humanidad. 7'9 billones de seres humanos, contabilizados por la ONU en mayo de este año, o sea, el mes pasado, son la señal de alarma más dramática de que disponemos en lo que a reproducirnos se refiere. No hay planeta disponible para ese plan reproductor desmadrado. Hasta que eso cambie de rumbo, habrá que apretarse el cinturón reproductivo y hacer que sea nuestra conciencia como matrona, la que se encargue de nacernos a una nueva vida, más austera en locuras y derroches, pero mucho más inteligente, compasiva, agradable, amorosa y feliz.  

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