Madre nuestra y padre nuestro
que lates en lo más hondo de tu propia humanidad
que es el verdadero cielo,
y al mismo tiempo te expandes en afueras y en adentros
sin pedir el DNI, ni la nacionalidad, ni el pasaporte en vigor
ni partida de bautismo ni afiliación a los credos,
que eres amor, porque sí, y sin más explicaciones,
para que todo se entienda en humilde y en directo,
que es el jugo de tu esencia, la luz de tu faro inmenso
en constante amanecer, del que tod@s somos chispas
aunque no nos enteremos mientras vamos dando tumbos
en busca de los tesoros que no vamos a encontrar
si no encontramos al Otr@, ese espejo fraternal
que hace del ego el Nosotr@s y del Nosotr@s el mar
de una constante sorpresa, que de los acantilados
del paripé y la soberbia saca playas infinitas
donde lavar las heridas y convertir en cariño
el marrón de los andrajos, de la ofensa, del montaje,
del miedo y sus jamacucos, hasta las desigualdades
de los renglones torcidos convierten en doctorad@s
a l@s más escarnecid@s y a l@s menos valorad@s.
¿Cómo bendecir tu nombre si no hay nombre que te abarque
y todo se queda chico en esa esencia tan grande?
Un dios requiere un cortejo de fans y de adoradores,
de devotos 'reveníos', e inversores en virtudes
buscadores de milagros
y de cielos reservados para pueblos elegidos...
Un señor requiere esclavos que le recuerden quién es
y con esa devoción poner cascabel al gato
de los infiernos malignos, lo del amor poco cuenta
en ese culto exquisito, cuentan más los intereses
que sirven para pagar la entrada en el Paraíso...
con un arrepentimiento más propio de Wall Street
que de un amar infinito.
Tu reino no ha a venir, que lo tuyo ya está aquí
sin trono, corona y cetro, que tu humildad
magistral no necesita teatros ni poderes de salón
para cambiarnos por dentro y dedica el presupuesto
del amor y la justicia a todos lo olvidados
si nosotros lo queremos y lo vamos construyendo,
que ese reino es imposible si nosotros no queremos
descubrirlo y disfrutarlo en la luz del compartir
con la familia global en la paz y el quilibrio
que da esa felicidad que no se puede comprar
en los grandes almacenes de los cultos y los ritos
con bocanadas de incienso;
no hay últimos ni primeros en el abrazo constante
de ese presente continuo que regalas sin parar
a quienes no han encontrado ni sentido ni lugar
en un mundo desnortado y ese reino somos tod@s
al tropezarnos contigo.
Y así vamos descubriendo
que tu santa voluntad es la voluntad de tod@s,
que los cielos y la tierra son la misma realidad
si el amor la canaliza, la reparte y la administra.
Cuando el pan de cada día se amasa en el corazón
y se cuece en ese horno que a base de puro amor
ni quema ni contamina, porque es pura ecología,
nunca falta en la comida ni en la mesa de quien ama
y comparte sin remilgos lo que el cielo le regala,
pues la vela que alimenta arde con la misma llama
que espera en la misma puerta a que de dentro le abran,
aunque se tarde mil años y puede que hasta dos mil,
en escuchar la llamada y en estar dispuesto a abrir.
Toda deuda se perdona en el mismo descubrir,
comprobar y comprender,
que no hay deuda en el amar, ni nada que perdonar
a quien no puede pagar porque aun no logra entender
otra forma vivir que no sea causar dolor
porque no le han enseñado a caminar sin herir.
En nuestra fragilidad es muy fácil tropezar
cayendo en la tentación de cualquier banalidad,
pero cuando descubrimos que somos gotas de agua
en el mar del infinito, el tropiezo se evapora
porque el mar es padre/madre y las gotas somos hij@s
y en cada una de ellas se manifiesta el amor
que siempre nos recupera aunque estemos por los suelos,
si queremos disfrutar ese don sin condiciones
que siempre está en los adentros esperando a que lleguemos,
para darnos el abrazo que nos cura y nos transforma,
tan sencillo como un verso, tan suave como una flor,
tan sutil como un suspiro, tan dulce como el retorno
a la casa en que nacimos, tan delicado y tan claro,
tan humano y tan divino.
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