martes, 14 de junio de 2022

Creo que es el momento de aportar energía sana y esperanza, casuísticas positivas y posibles, no de obstruir e impedir desde la negatividad-ambiente, el bien común para proteger y aumentar escandalosamente y en plan suicida, los bienes y estatus privados, por eso he decidido abrir un espacio narrativo por entregas, basado en la propia experiencia, en lo que nunca me contaron porque tuve la gran oportunidad de vivirlo en directo. Aquí va la primera entrega.

 

                       CRÓNICAS DEL "SÍ SE PUEDE"

                                          (I)


Final de los años 70 del siglo XX. Alcalá de Henares, provincia de Madrid. Paseo de la Estación, nº2. Un edificio enorme con tres escaleras, habitado por gente de clase media tirando por lo alto en algunos casos, y con un bien estar normalito en general, un lugar en el que casi nadie conocía a nadie más que a los vecinos de las puertas de al lado. A un lado y delante del edifico había una gasolinera, un miniparque infantil, una parroquia/ermita de San Isidro, muy vieja, pequeñita, llena de goteras -con curas rojos, que protegían a los obreros y sindicalistas del barrio de atrás, proletario y pobre, muy pobre, para que no fuesen apaleados y encarcelados por manifestarse pidiendo unas condiciones y un salario que permitiera vivir con un mínimo de dignidad, todavía en las Hispanias los "derechos humanos" no se conocían en vivo ni en directo, en primera persona, solo sonaban de lejos como una rara ocurrencia de la ONU y de algunos artículos de El País de entonces o de Mundo Obrero, que nada tenían que ver con "lo nuestro".

La "libertad" había llegado tras la muerte del dictador y la entronización de su telegdirigido heredero Borbón. Por supuesto, que esa libertad consistía sobre todo, en que los kioscos de prensa pudieran vender revistas como Play Boy y alguna que otra imitación a la española, en cuyas portadas comenzaron a salir en bolas las actrices, cantantes  y modelos más "modernas" y "liberadas". De momento, las libertades auténticas ni estaban ni se las esperaba, más que nada, porque nadie las conocía in person. Y quienes sí las conocían en el extranjero no querían regresar a la "patria" de siempre, ya estaban escaldados y no les iba la marcha del carnaval político, en el que toda propuesta de cambio y reforma era 'una traición a la patria' y solo lo que llamaban "el destape" era el verdadero signo del cambio. 

Así estaba el percal esppañol, cuando una mañana al salir para llevar a las niñas al cole, aparecieron en un rincón, entre la gasolinera y el parque infantil, un pareja y tres criaturitas entre uno y cuatro años. Estaban entre cartones, latas y hatillos de ropa vieja. Era el mes de enero. Y allí habían pasado la noche. No hace falta ser "expertos" en meteorología para saber lo que puede ser una noche de enero al raso en la provincia de Madrid. 

La ermita estaba abierta y lo primero fue recurrir al cura que andaba por allí. El párroco se llamaba Inocente y el coadjutor Julián. En un tris, convirtieron la sacristía en refugio y allí se quedó la familia. El problema era el frío. En la ermita no había calefacción ni cuarto de baño, ni espacio para improvisar unas camas. Así que mientras tratábamos de solucionar el problema entre los vecinos y la parroquia, había que buscar un espacio climatizado habitable y con servicios mínimos, mientras lo gestionábamos, la familia se aseaba y usaba los servicios del baño, comía, cenaba y desayunaba en nuestras casas. Avelino y Lucía, el padre y la madre, Juanillo, Javi y Tita, o sea, la bebé y sus hermanos mayores, eran una especie de "sagrada familia", a la que conseguimos acoplar en los amplios y vacíos bajos del edificio, en la zona donde estaban instaladas las calderas de la  calefacción central, con ventanas a ras del suelo de la calle, para la ventilación, con espacio suficiente para instalar un hornillo eléctrico donde cocinar, cacharros, platos y vasos de usar y tirar,-entonces la ecología ni se imaginaba- una mesa de cocina plegable, sillas y banquetas, colchones, mantas, cojines, alguna almohada  y sacos de dormir, que aportamos entre todo el vecindario, había un servicio con retrete, ducha y lavabo para los calefactores, más el uso de la lavadora, que ofrecían las familias con menos miembros, o gente que vivía sola, en fin, que se consiguió crear una vivienda/refugio hasta que se pudieran resolver otros problemas, como el paro de Avelino, inmigrante andaluz, que había sido despedido en su tierra de un trabajo precario en el que nunca había cotizado y por ello no  tenía derecho al paro. El portero de la finca, José Luis, nos ayudó muchísimo, pues precisamente, él fue quien facilitó la solución. Le quedaban unos meses para jubilarse y viendo el marrón de aquella familia, propuso pedir la jubilación anticipada y así dejar al puesto de trabajo a Avelino, junto con la vivienda completa para los porteros que estaba en el sobreático. José Luis ya tenía piso propio, al otro lado de la estación, que se había comprado y pagado durante años, pensando en su jubilación.

El padre de familia encontró un trabajo digno, bien remunerado, con seguridad social y vivienda gratis, también incluidas la luz y el agua. Lucía arreglaba ropa y puso en su nueva casa un minitaller de costura y plancha, que prácticamente funcionaba con los vecinos del edificio, que éramos muchísimos. 

En unos meses, y con el apoyo y la ayuda de toda la comunidad, aquella familia, pudo vivir con dignidad y conseguir que sus hijos pudiesen crecer en un ambiente sano e igualitario, rodeados de cariño por quienes les habían conocido y rescatado de una realidad espantosa. 

En 1978 nuestra familia se trasladó a la Colonia Militar del Ejército del Aire, que está fuera de Alcalá de Henares, pero siempre tendremos en el corazón, en el recuerdo, en la amistad, en la igualdad, la libertad y la fraternidad, la experiencia, la huella imborrable de aquel tiempo, que sigue siendo un presente inagotable entre nosotros. Si nuestros hijos e hijas se educan en esos ambientes y caldos de cultivo, tened por seguro que siempre llevarán en su interior ese vivero inexpugnable de valores y humanidad y tendrán un filtro interno para distinguir los sentimientos de los caprichos, de las emociones, de los instintos, de las manipulaciones y de la vacuidad.

Toda esa historia, además de sacar adelante a nuestr@s herman@s más castigad@s, nos hizo a los vecinos y vecinas mejores personas, más abiert@s y dispuest@s a todo por el bien común, y nos regaló para siempre la certeza del "sí se puede", cuando se quiere, y de que dentro de nosotros tenemos el verdadero sagrario que la religión pone en los altares, porque aún no se ha enterado de dónde están la claves del cambio y de lo que por ahí llaman "mística" e "iluminación", sorprendentemente, y cada vez con más frecuencia, laica y aconfesional, pero siempre completamente al lado de quienes trabajan por el bien común, o reino de los cielos, que es la misma cosa, porque el hábito no hace al monje, más bien es el monje quien le da o le quita sentido y valor al hábito. 

Y, , repito, siempre se puede cambiar a mejor cualquier situación. Empezando por el modo de mirarla, acogerla y comprenderla. Para eso hemos nacido. Y solo podemos ser felices y estar plenos, pase lo que pase, cuando lo descubrimos y lo experimentamos cada día.

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