miércoles, 20 de agosto de 2025

Magníficas y oportunísimas reflexiones, en momentos tan cruciales y dramáticos como los que estamos atravesando como individuos y como especie. La medicina, sin duda alguna, es un don de la supraconsciencia humana. Seres como Hipócrates, por ejemplo, a lo largo de la historia, se han ido dedicando a ese menester imprescindible dejando una huella indeleble en el tiempo, en la materia y en la energía, en el sendero de la consciencia evolutiva tanto en el cuerpo como en el alma de los seres humanos. Nunca habrá tecnología ni aparatos capacitados para sustituir esa supraconscienca inseparable de la vida plena, de la que tod@s y TODO, formamos parte, felizmente! Es un regalazo leer este testimonio tan sano y certero de nuestro hermano Roberto R. Aramayo, desde esa abierta y sorofraterna aula tan magna, cercana y sencilla que es Nueva Tribuna. Muchísimas gracias, querida familia terrícola y celeste. Socialista práctica y constante del alma universal. 🙅🙆🙇🙅🙅🙍🙎🙌🙌🙌🙏🙏🙏 ...!

 

El imprescindible humanismo de la medicina no puede suplirse con los avances tecnológicos

Quienes ejercen la medicina con auténtica vocación y espíritu de servicio jamás abandonan ese talante.
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Quienes ejercen la medicina con auténtica vocación y espíritu de servicio jamás abandonan ese talante. Por mucho que se jubilen, siguen ejerciendo su profesión por amor al arte con sus familiares y amigos. Nunca se quejan de que les participes una duda e incluso les gusta echar una mano. Cuando están en activo su consulta suele tener largas colas, porque al entrar un paciente no hay un límite de tiempo para escuchar sus cuitas, explorar sus dolencias y explicar pacientemente cuál es el alcance de cada síntoma, las razones del diagnóstico y los procedimientos terapéuticos adaptados a cada momento del proceso. Uno sale reconfortado, porque se siente comprendido y acompañado en su viacrucis particular. Aliviado en su pesar anímico, tan importante o más que las dolencias estrictamente físicas, dada la indisociable simbiosis entre cuerpo y mente, como enfatizaba el célebre adagio latino de mens sana in corpore sano, y viceversa, cabría enfatizar, puesto que la salud mental destierra muchas enfermedades ficticias e hipocondriacas, aliviando también otras patologías graves que se pueden experimentar con muy distintos grados de intensidad en función del modo cómo las encaremos.


Convertir la medicina en un simple negocio es un delito de lesa humanidad. El personal sanitario no escoge su profesión para hacerse rico desde luego y a veces arriesga su vida por los demás, como se demostró durante la pandemia y testimonian las asociaciones médicas que prestan servicio en conflictos bélicos o zonas depauperadas. Privatizar la sanidad pública es algo que no debería poderse permitir ninguna iniciativa política, porque las urnas eligen a nuestros representantes en los parlamentos para gestionar la esfera pública y no para desmontarla, desviando sus recursos a la iniciativa privada y maltratando al personal sanitario que acaba por tirar la toalla bajo unas condiciones laborales absolutamente insoportables.

No faltan aquellos que simultanean sus prestaciones en el sector público dedicando algún tiempo a pacientes privados, porque así prestan su servicio a más gente. Conozco algún caso que merece un monumento, porque se toma muy en serio a cada paciente, sin tratarlos en serie, como si se tratara de batir algún récord. Este segundo grupo tiende a mirar las pruebas diagnósticas más que al paciente, convirtiendo un instrumento útil en una herramienta que ignora la funcionalidad y las circunstancias del paciente. Cada vez es más corriente que al pedir una cita telefónica, te atienda en primer lugar un asistente virtual. El problema es que a veces los humanos acaban pareciéndose mucho al colega digital y se amparan en los procedimientos para no escucharte.

Para colmo de males, mucha gente acude al médico tras consultar su sintomatología en internet. Esto es algo tan desaconsejable como leer con atención el prospecto de cualquier medicamente. Su contenido parece un cuento de terror, porque lo redacta el servicio jurídico de la empresa farmacéutica para prevenir cualquier posible demanda, recogiendo una prolija casuística entre los posibles males que puede causar su ingesta. Hay pacientes que quieren ser tratados con arreglo a su propio diagnóstico, porque se fian más de Google que del médico elegido para realizar la consulta. Pueden llegar a seleccionar las pruebas diagnósticas que prefieren por uno u otro motivo, al margen de lo que pueda considerar el medico en cuestión. En muchas ocasiones no se lo ponemos fácil, porque la confianza debe ser mutua y la desconfianza solo debería ser fruto de una mala experiencia.

La onerosa facturación de costosas pruebas diagnósticas en el sector privado tampoco es un dato positivo. Es probable que muchas veces respondan a demandas más o menos fundadas de los pacientes, pero sería curioso estudiar las estadísticas y analizar sus resultados. En este mismo capítulo figura el abuso de los quirófanos. El mejor cirujano es aquel que lo rehúye y lo considera un último recurso, cuando fracasan terapias menos traumáticas. En ocasiones las consecuencias de diversas operaciones en una misma zona del cuerpo genera patologías que no se hubieran dado sin tanta cirugía. Hay operaciones necesarias que salvan vidas y arreglan problemas de gran alcance, pero siempre deben ser dosificadas con sensatez, por mucho que la robótica nos ofrezca intervenciones menos invasivas cuando puedes pagar por utilizar por ejemplo un Da Vinci.

La medicina curativa es el fracaso de un sistema preventivo que debía ir en primer lugar

Ciertamente, la medicina curativa es el fracaso de un sistema preventivo que debía ir en primer lugar, al igual que deben potenciarse los cuidados paliativos para facilitar nuestro último viaje sin padecer un sufrimiento innecesario y gratuito cuando se trata de algo irreversible. Las doctrinas de unas u otras religiones constituyen algo sumamente respetable, siempre que no pretendan imponer sus credos a los demás en un sistema sanitario público, donde solo valen los criterios estrictamente científicos y humanistas.

Quedan por hoy en el tintero esa panoplia de lo que se denominan medicinas alternativas, un cajón de sastre donde se incluyen cosas muy variopintas. Algunas vienen acreditadas por su persistencia en culturas diferentes, pero en otros casos asistimos al resurgimiento de supersticiones ridículas que pueden hacer mucho daño, dada la credulidad con que se aceptan fórmulas mágicas destinadas a brindarnos una panacea, por mucho que a veces pueda funcionar el efecto placebo al autosugestionarnos y experimentar una curación presuntamente milagrosa, como las del santuario de Lourdes.

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