lunes, 29 de agosto de 2022

Hale, familia querida, aquí va más tarea reflexiva para la resistencia, como refuerzo vital, como reconstituyente. Que lo disfrutéis y lo agradezcáis. Pues el agradecimiento y el gozo que produce, son vitaminas racionalemotivas y por ello, también, espirituales, con las que mantener el cuerpo, la mente, las entendederas, el alma, los mejores sentimientos y las veredas del tránsito terrestre más despejadas y limpias de hojarasca y desperdicios que podemos aprovechar como abono y combustible ecológico...¿Cómo? Pues bendiciendo cada respiración y enviando las mejores ondas del pensamiento y los deseos, a quienes más necesiten ayuda, luz y acogida, al depósito wifi espiritual que reparte la energía según las necesidades y disposición de los receptores y de los remitentes...Todos los inventos de la ciencia y de la mecánica humanas están inspirados en el metaverso del Espíritu, como esbozos elementales y mecánicos de una Realidad Infinita mucho más sutil que la materia, que también existe y se puede transformar gracias a ella...Lo de llamarle "dios" es solo una tradición indoeuropea, lo cierto es que todos los nombres le valen, aunque ninguno lo puede definir...¿Buenos o malos como especie? eso ya es cosa nuestra, de los pírricos "creadores" humanos del juicio constante y demoledor, tantas veces en las antípodas de la comprensión, de la luz sin límites, del fluir de la vida sin barreras y del gozo que nos mantiene en pie, aun en los peores tiempos y riesgos...


¿Un mundo de buenos y malos? El mundo no es una película del Oeste

En este mundo donde se matan y se atormentan unos a otros ¿como es posible  que aquellos que aún poseen cierta noción de cuáles son los verdaderos valores, no los pongan en práctica en su vida cotidiana?         (Diario de Etty Hillesum, 19 mayo 1942).

Tengo la sensación de que, a la era de la postverdad, le está siguiendo otra era de un fundamentalismo acrítico que divide el mundo en “buenos y malos” y donde, por supuesto, los buenos -totalmente buenos- somos nosotros. Y los malos -totalmente malos- son los que no coinciden con nosotros.

Ya no es aquello elemental de que todos somos buenos y malos y ahí unos serán mejores y otros peores aunque, de esto último, no podemos juzgar bien nosotros porque no tenemos acceso al corazón del hombre que solo es visible para Dios. No: ahora sabemos sin dudar que los buenos son los que están donde yo estoy y que además son totalmente buenos. La autocrítica se está convirtiendo en una infidelidad, y el intento de comprender al otro en una traición. En definitiva, estamos convirtiendo el mundo en una película del Oeste (aunque sin las fotografías y las secuencias memorables de alguna de aquellas películas).

Piensa uno si eso puede ser una extensión de la economía neoliberal a los otros campos de la vida. Porque en economía ya sabemos que los ricos son los buenos, cuya riqueza es solo fruto de sus propios méritos. Y los pobres lo son solo por su culpa: porque no han sabido guardar la Ley del dios Mercado. Marx ya decía aquello de que todo suele tener un determinante económico “en última instancia” (aunque nunca dejó claro el significado de esas palabras entrecomilladas).

No sé si también la evolución desagradable de la atrocidad de Putin en Ucrania nos obliga a sentirnos totalmente buenos para poder creernos al menos víctimas inocentes de un país monstruo. Y no es así porque ni nosotros hemos sido inocentes, ni Rusia es lo mismo que Putin (como no era lo mismo Alemania que Hitler ni España que Franco).

Pero hoy los matices nos resultan cada vez más insoportables: simplemente necesitamos decir y proclamar que tengo derecho a esto o lo otro, pero sin ninguna responsabilidad ni en la fundamentación ni en el ejercicio de ese derecho. En temas eclesiales, de género, de política y de convivencia en general, se proclaman a gritos tesis que coinciden con lo que a cada cual le gustaría, pero que no nos hemos preocupado de fundamentar bien históricamente ni de matizar socialmente.

Parece pues como si, a la era de la postverdad, le esté siguiendo no una era de desconcierto sino la era de nuevos fundamentalismos. Pues, si nosotros somos los buenos, los totalmente buenos ¿para qué necesitamos más estudio ni más investigación? Volviendo al símil del western, lo que necesitamos no es argumentar bien sino disparar bien.

Recuerdo que otras veces, hablando de “santos” que nos asombran, me permití decir: “¡son de nuestra misma pasta!”. Puede ser que ahora, una contemplación de hasta dónde puede llegar la maldad humana nos sacuda también un poco, si conseguimos decirnos que esa es también “nuestra misma pasta”.

Siguen pues dos ejemplos (grande y pequeño) de hasta dónde puede llegar la monstruosidad humana:

El primero ha de ser el holocausto. El olvido del holocausto puede ser el gran pecado de nuestra hora actual. Ese olvido que (según parece) hizo suicidarse a Primo Levi quien, salido de Auschwitz, creyó que debía dedicar su vida a mantener viva siempre la memoria de aquella atrocidad y vio que no lo conseguía. Y realmente es muy difícil comprender hoy aquella planificación tan serena y tan impasible de todo el camino que había de llevar hasta la “solución final”: desde las primeras obligaciones de llevar las estrellas y la J, o la prohibición de acceder a determinados locales y caminar por determinadas calles…, hasta las primeras concentraciones, los traslados en trenes (hacinados como animales), los campos de concentración y las cámaras de gas. Toda una logística bien montada, como fruto no de una ceguera pasional, sino de una frialdad impasible. Hanna Arendt habló de “la banalidad del mal”. Igualmente podría haber hablado de la monstruosidad del mal. Y eran seres humanos como nosotros, de nuestra misma pasta.

El segundo (cuantitativamente mucho más reducido pero cualitativamente igual de monstruoso) fue el asesinato de Miguel Ángel Blanco que hemos recordado estos días pasados. Puedo remitir a las páginas estremecedoras que le dedica Javier Marías en su última novela (Tomás Nevinson). Pero basta con pensar otra vez en la frialdad con que se planifica: el secuestro, el chantaje y luego, tranquilamente, sacar al campo aquel pobre inocente, darle fríamente un tiro en la cabeza y volver a casa a cenar y dormir aquella noche como un día cualquiera. No sé qué habrá pasado luego por las cabezas de los autores: si seguirán pensando como Eichmann que ellos solo tenían una orden y se limitaron a cumplirla, o si en algún momento se les habrán abierto los ojos de dentro para contemplar su monstruosidad. Por eso es importante repetir que son seres como nosotros, “de nuestra misma pasta”. Y que por eso sigue habiendo posibilidad de redención para ellos. Como sigue valiendo para nosotros el aviso de que la causa por la que ellos luchaban tenía sus razones válidas, aunque esas razones nunca podrán justificar aquella crueldad fría e impasible.

Ahora bien: cuando existía la barbarie de ETA lo que todos les decíamos era que dejaran de matar y defendieran sus derechos o ideales desde la política democrática (lo mismo se pedía a los independentistas catalanes). Pues bien: eso lo ha conseguido Bildu, no sin dificultades entre sus militantes. Ese es un gran mérito, aunque podríamos desear que no solo lamenten los procedimientos pasados y el dolor causado sino que pidan expreso perdón por ellos. Pero aun así, me parece una bajeza moral argumentar contra el gobierno diciendo que saca sus propuestas “con la complicidad de los terroristas y de los independentistas”. En el Parlamento no hay terroristas; y los independentistas tiene tanto derecho a estar en él y a votar, como lo tiene Vox: pues la democracia consiste precisamente en parlamentar con aquellos cuyas ideas no te gustan nada.¡ Ojalá quienes argumentan de esa manera tan innoble comprendan que eso también les hace daño a ellos!: pues da entender que si arguyen así es porque no tienen otros argumentos de más calado.

Ojalá se comprenda ahora por qué, en un mundo como este y con unos protagonistas como nosotros, esa tranquila (y justificadora) división entre buenos y malos puede ser tan mala como la explosión de un arma nuclear. Haciendo caso a Pablo de Tarso es mejor comenzar diciendo “todos somos pecadores” (Rom 3,23). Si luego, como hemos dicho, hay niveles diversos de bondad y de maldad, recordemos que nosotros no podemos conocer la historia y los episodios que han hecho cuajar a cada cual: que (como he escrito en otros sitios) el pecador es, a la vez, víctima y pecador; como el bondadoso es a la vez afortunado y bueno.

Jesús de Nazaret usaba mucho la palabra hipócritas y hay pocas dudas de que ese término (que, en los evangelios, solo aparece en sus labios) era una expresión típica suya. Y lo que ahora importa destacar es que, la mayor parte de las veces, Jesús usa esa palabra dirigiéndose a los “buenos” (“escribas y fariseos hipócritas”). Por supuesto, los buenos no le perdonaron eso. Y como afirmé en uno de mis primeros textos, fueron precisamente los buenos los que le crucificaron.

Quizá no nos vendría mal meditar esto un poco más. Al menos para ver si superamos esa tendencia a mirar el mundo como una película del Oeste con sus buenos y malos tan bien colocados. Ante la alteridad solo caben tres posturas primarias: el respeto, la apropiación o la eliminación. Y solo de la primera podrá surgir más tarde el amor.

La maldad y la bondad existen, ¡por supuesto! Pero quizá no allí donde nosotros pretendemos situarlas con tanta nitidez y tanta seguridad. El camino humano es aprender a criticar conductas pero sin satanizar personas. Y admirar y agradecer bondades, pero sin mitificar a nadie.

En definitiva: es el camino del verdadero diálogo.

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