miércoles, 17 de junio de 2020

La voz de Iñaki Gabilondo | 17/06/20 | El peso de las evidencias comienz...





No cabe duda de que ha llegado el tiempo de despertar del modo "belladurmiente" y ponerse las pilas de la realidad: el verdadero estado resistente, inteligente, lúcido, justo y próspero, cuyo eje solo puede sustentarse en el bien común, lo constituye la conciencia colectiva bien despierta y atenta, que elige a sus gestores y éstos convierten en normativa y columna sustentadora la voluntad ciudadana mayoritaria al servicio del bien y la justicia distributiva, la ciudadanía es el resultado activo y comprometido de la conciencia del pueblo. 
Esa conciencia tiene que contar idefectiblemente con toda la sociedad en cooperación, es decir no puede trabajar adecuadamente sin esa energía compartida, donde los intereses particulares están ya al servicio del bien común y no al revés, es decir que los intereses particulares, como son las ganancias arrolladoras para unos pocos y ruinosas para el resto, ya no son posibles en una situación extrema de riesgo definitivo y definitorio a nivel globalizado. No es que se pidan lujos ni caprichos, es que para seguir vivos se exige equidad, equilibrio y apoyo mútuo incondicional. Quién les iba a decir que al final de la era peleona entre capitalismo y comunismo Kropotkin, Bakunin, Proudhon y Jesús de Nazaret tenían razón. Que sin el Nosotros, el yo en solitario o en grupete dogmático se va por la alcantarilla. Que el Nosotros no es un conjunto de yoes jorobados y sometidos, sino un campo energético increíbe para crear mundos mucho mejores, mucho mas ricos en contenidos vitales e inteligentes. 
Es indudable que mil cerebros normalitos hermanados y conectados por la supervivencia compartida realizan y crean mucho mejor que un único  cerebro genial y solo centrado en su ombligo oligárquico y engañosamente todopoderoso. Ni más ni menos que la imagen tradicional de dios. No es la intensidad del glamour individualista liderando lo que nos salva, sino la cooperación modesta y sana de la inteligencia colectiva que nos hace crecer y asumir lo que va llegando con la mejor disposición y los menores miedos, que nunca se confundirán con la necesaria prudencia que  a veces significa necesariamente tener que aceptar y gestionar los riesgos naturales en tiempos de vértigo y peligros inesperados, aunque no deberían ser imprevisibles. La vida y la evolución son capaces de todo lo mejor o lo peor, según la humanidad decida comportarse tanto en lo que hace como en lo que dice, siente y piensa. Nada de lo que manejamos es ajeno a lo que nos pasa a continuación. La economía, la política, la cultura, los mercados, los negocios, la salud, la educación, el trabajo, la calidad de vida, están inseparablamente fundidos con nuestras conductas, pensamientos, emociones, sentimientos y espiritualidad energética. Según lo vayamos descubriendo individualmente lo iremos desarrollando colectivamente. Y ya se aprecia en todo. En acciones, en conversaciones, en propuestas e iniciativas. Incluso un medio como Internet, creado por los poderes de control de la humanidad, se ha convertido en el pregonero mundial de la conciencia colectiva humana y en el despertador puntual de objetivos y cambios tan inevitables como imprescindibles. Hay un par de libros muy interesantes del psicólogo y orientador en valores Anthony De Mello  que se titula: ¿Quién puede hacer que amanezca? y El canto del pájaro. 

Cuando los vas leyendo y trabajando interiormente comprendes que son una pregunta y su respuesta. Y que nosotros y nosotras somos ambas cosas. La posibilidad de hacer que amanezca y el canto del pájaro que vuela libre y anuncia el amanecer que se descubre y se armoniza gracias también a su canto. Y que esas experiencias profundas le dan al mundo la sustancia y el sentido esencial, con el que un infierno puede derivar en un paraíso y sin el que lo contrario está asegurado, y todo ello con la acción consciente o inconsciente del ser humano, el administrador temporal de esta realidad cósmica y cuánticamente mutable. 

Nada ni nadie es ajeno al proceso. Tampoco la política ni la economía.

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