lunes, 27 de abril de 2020

Montesquieu a pelo, di que sí, sin chaqueta ni toga ni plumaje que llevarse al body, comme il faut, que ya les vale. Gracias Javier Aroca






De chaquetas y togas


El vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias.
Si en algo destaca España es por sus sesudos debates, irreconocibles en situaciones vecinas, más o menos. En estos tiempos recientes, la España que piensa ha estado inmersa en el debate de la tortilla de papas; el cebollismo casi se ha convertido en una ideología defendida con tesón, como su contraria. Casi simultáneamente, apareció el debate sobre el choricismo –no el de los trincones, que es eterno–. A saber, sobre la ortodoxia paellera, con o sin. En ambos casos, es que la gente no tiene tiempo de leer.
En la profundidad del momento en el que nos encontramos, ha surgido otro apasionado que no apasionante debate sobre la chaqueta del vicepresidente del Gobierno, de la que hasta se ha sabido la marca –fruto de una metódica observación–, que no la autoría de su manufactura, anónima en la medida en que son hechas, las mentadas chaquetas, en cantidades industriales tales que no es posible atribuirla a nadie, y menos, con mayoría de edad. En Sevilla, diríamos –si chaqueta de autor se tratara–, por ejemplo, obra del gran maestro sastre O’Kean, víctima sin piedad de los vales de los tan presumidos como tiesos personajes de la hidalguía sevillana. Otros tiempos.
Hay un consenso generalizado en que hay que ir con americana. Bueno, admitámoslo. Pero al menos, hoy, el chaquetismo es plural y diverso y no sería apropiado suprimirlo y dejarnos sin etimología política. Por qué diríamos entonces, sin la prenda consensuada, que fulano o mengano es un chaquetero.

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