martes, 28 de abril de 2020

Hoy no tenemos voz ni imagen de Iñaki, pero sí su mensaje escrito; y una descripción muy próxima a la realidad que soportamos como se va pudiendo


UN PAÍS GRANDE, UNA VULGARIDAD Y UNA BIRRIA


El pasado 11 de marzo, cuando adquirimos oficialmente conciencia de lo que se avecinaba, comenté que la epidemia de coronavirus iba a ser para nuestro país un examen general. Que se examinaría la maquinaria del Estado, nuestra estructura autonómica, la capacidad gestora del Gobierno, la lealtad de la oposición, la resistencia de nuestro tejido empresarial, la responsabilidad de nuestros medios de comunicación, la musculatura solidaria en nuestra estructura familiar y la serenidad y disciplina de nuestra ciudadanía. Y que nosotros mismos, sin necesidad de expertos, podríamos calificarlos, y sabríamos si somos un gran país, una vulgaridad o una birria.   


Pues bien, si pasado mes y medio hiciéramos hoy un examen parcial, ¿qué resultado tendríamos? Es evidente que cada uno calificaría desde su legítima subjetividad; les invito a hacerlo como yo desde la mía. Creo que estamos demostrando ser las tres cosas: un gran país, una vulgaridad y una birria. 


El gran país se ha manifestado en los innumerables gestos de abnegación ciudadana, desde el personal sanitario y de servicios hasta el público en general, cuya actitud nos enorgulleció y nos ha ido llenado de esperanza. En los demás epígrafes se está viendo de todo, pero nos movemos entre la vulgaridad y la birria. El Estado tiene carencias, agujeros que no esperábamos, la maquinaria autonómica sigue sin saberse o poderse utilizar en toda su capacidad, es un coche con una rueda pinchada. Nuestro tejido empresarial no puntúa por falta de actividad pero sus flaquezas han quedado al desnudo de forma alarmante.

Y en la política, el Gobierno ha demostrado más voluntad que acierto, esfuerzo máximo máxima descoordinación. Y la oposición, que en ningún momento ha atraído como alternativa, escasa o nula disposición a contribuir a que la política esperance a la sociedad. En conjunto, la política no está siendo el puente inventado por el hombre para atravesar las aguas turbulentas, como no sé quién dijo, los políticos están siendo más bien las aguas turbulentas. De los medios de comunicación, yo no debo decir nada, ustedes juzgarán.


::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::

Bueno, no es lo mismo ser un país grande que ser un gran país.  Grande en kilómetros, en recursos desaprovechados y destrozados al máximo y en perímetro costero, España lo es. Grande en organización económica, industrial, social, ética institucional y política, no. Nunca lo ha sido. España en ese terreno es un déficit perenne. Repasemos la historia y lo podremos comprobar. Los hechos no mienten y sobre todo las consecuencias de los hechos más desastrosos, irreparados e incluso tomados como ejemplos de patriotismo, raras lealtades a las causas y traiciones a los pueblos, no dan para más de lo que hay. 
Cada generación "debe" cargar con los baúles de las anteriores sin tocar ni un hilo del tejido apolillado que guardan en sus bajos fondos esos baúles de marras, sí,  aunque el tejido esté carcomido, deshilachado y hecho polvo, no se reconoce, al contrario, se "normaliza" y se disculpa constantemente, como si todo fuese culpa de un fatum, de un destino esotérico infernal, de una especie de maldición asumida y convertida en cotidianidad. Y hasta en fiesta popular. La tauromaquia, los toros embolaos, las peleas de gallos, la caza como deporte y competición, las cabras tiradas desde los campanarios, destripar tomates a leñazos y a toneladas, mientras hay miles de personas que no se pueden permitir comprarlos y comerse una ensalada. O permitir que cientos de personas sin techo, en plena pandemia, estén acampadas y tirada entre cartones en cualquier rincón, y especialmente en las escaleras del  edificio público vacío desde hace cinco años, de la antigua sede de Hacienda, que ocupa una manzana entera en pleno centro de València. Y eso que gobierna la izquierda, seguramente si gobernase la derecha la dueña sería un SICAV que la habría vendido a capital extranjero o cedido a la iglesia católica para ampliar su universidad privada...de vergüenza sobre todo. Ese edificio podría y debería ser un centro social de acogida, de convivencia y pedagogía comunitaria, de habilidades laborales para aprender oficios sencillos y sentirse útiles mientras se van ganando el pan y recuperan su dignidad, un proyecto en el que se podrían insertar como trabajadores a muchos migrantes con estudios y preparación y a españoles en el paro, con estudios de magisterio, enfermería, trabajo social, idiomas, formación profesional, orientación laboral...Seguro que con la colaboración social y cultural de los casales falleros y ahorrando en juergas y follones callejeros, en mascletás y achichirring falleril, de la millonada que se malgasta cada año en envenenar la ciudad, ese centro podría ser un modelo extraordinario de reciclaje social, económico, ecológico, laboral, solidario y ejemplar.  Pero nanay, mucho mejor la miseria acampando como lo más natural. Porque cualquiera hace algo así para quedarse sin votos, ¿verdad? Tal vez sería al contrario: una vez que se comprobase cívicamente la calidad de vida que se disfruta eliminando miseria y aprendiendo a divertirse sin hacer daño al medioambiente ni a los vecinos que a miles deben irse en Fallas para poder respirar, caminar y dormir, abandonando una ciudad llena de basuras tiradas, de vomitonas en las aceras y de calles cortadas por jaimas folklóricas que hacen imposible el acceso en cualquier emergencia, y cuyo negocio turístico es pan para hoy y mierda para hoy y mañana, seguramente el cambio sería una bendición en todos los sentidos. En fin, los hechos hablan por sí mismos. Y deberíamos dejar de defender como "nuestra cultura" lo que solo es nuestra "vulgaridad y nuestra birria". Y hablo solo de València...Si sumamos las barbaridades reciclables del resto geopolítico,  seguro que fliparíamos en colores.

En este "gran país"  de países, por desgracia, para vivir sanamente hay que emigrar, sin más. Y resulta que allí donde llegan españoles emigrados, mayoritariamente resultan ser un regalo de la vida, porque son laboriosos, emprendedores, valientes, responsables, cooperadores, creativos, eficaces y supervalorados por los países en cuestión. Hasta el punto de escuchar comentarios del tipo: "pero ¿en qué está pensando vuestro país para no evitar que gente como vosotros se marche? ¿qué le pasa a España?" Es decir que quienes aquí se hundirían en la miseria laboral de los explotados o en la miseria moral de los explotadores y corruptos, en los estados normales, son valorados y admirados por sus cualidades, progresan en sus trabajos y se les dan más competencias y mejoras laborales por ello, mientras van demostrando sus aptitudes. No tienen que estar a la greña laboral con despidos constantes y el chantaje del sufre y calla o te vas  a la calle. O cierro la empresa porque me llevo la pasta a un paraíso fiscal y los trabajadores que se busquen la vida, porque el Estado me protege a mí y a ellos no. Que se jodan, al mejor estilo Andrea Fabra, que ella hablaba de lo que siempre ha visto y oído en casa. Ya el hecho de que "algo" así -porque aún no ha llegado al estado humano del "alguien"- tenga un escaño en el Parlamento y no se horroricen por ello ni sus votantes ni compañeros de sigla, indica que un gran país nunca perpetraría semejante atrocidad y la misma diputada habría dimitido ipso facto avergonzada y repudiada por ciudadanía y poderes del estado. Pero aquí se hicieron chistes, gracietas y juegos de palabras. Ella siguió en su escaño cobrando de los impuestos de los que deben joderse para que ella y los que son como ella, se ganen la vida jodiendo mindundis que se lo tienen merecidísimo por haber nacido pobres y sin pedigrí. Toma del frasco, Carrasco. 

Sin embargo, grandes seres humanos sí que los hay.  Pero de uno en uno. No se sabe por qué en cuanto se juntan ya la cosa no funciona. Se compite o se depende. Se desconfía. En vez de admirar lo bueno de cada uno y compartirlo como bien común que mejore tanto lo público como lo privado, se comparan. Se miden las importancias, los glamures, los seguidores, la rentabilidad y los porcentajes. Y en vez de aprender unos de otros, se les copia lo que producen para sacar provecho personal con el mínimo esfuerzo, los inteligentes crean, los listos copian y venden a su padre o a sus hijos si hace falta. ¿Para qué esforzarse en crear nada, si se puede copiar y sacar jugo de lo que otros piensan y crean, verdad? Así que ese modelito chulapón, "enterao" que  solo se anima ante el azar prohibido, mientras se pasea,  con 'la oquedad del mundo en su cabeza', tipo 'hombre de casino provinciano', que decía Antonio Machado se ha convertido en arquetipo 'taciturno, hipocondríaco, prisionero en la Arcadia del presente, que se aburre' mientras, ' sobre el verde tapete reclinado, solo el humo del tabaco simula algunas sombras en su frente'. Si echamos un vistazo a las redes sociales, a las tertulias, a los discursos...los "valores" son los mismos que criticaba la generación del 98, la de Larra, o la de Calderón, Lope y Quevedo. 

Este país es grande, en kilómetros y población, pero no es un gran país. Nunca lo ha sido. No nos engañemos. En un gran país ni vulgaridad ni la birria  tienen tanto glamour ni tanta atención morbosa, ni tanta salpicadura miserable, ni tanto parasitismo perezoso y resignado ni tanta envidia hacia quienes no necesitan recetas estereotipadas para ser felices sin tener que pagar por ello el IVA de la mediocridad.
Sin embargo, puede que esta pandemia, ojalá, le dé el golpe de gracia a esa histórica y estúpida desgracia. Y para ello el pueblo es lo mejor. Lo menos podrido. Lo más sano. Está quedando cristalino cada día que pasa. Lo que sobra es zurrapa, como dicen en Andalucía, o morralla, como dicen en Castilla y València. Morralla de la costumbre. De "lo de siempre". De la pomposa "estabilidad" de lo impresentable y de lo degradante. Hacer un sistema de la desgracia y la miseria nunca superadas, es lo que tiene. Blasco Ibáñez, por ejemplo, lo dejó clarísimo en sus obras y en sus escritos. Lo hizo como crítica descarnada, y, para recolmo del oxímoron, se ha convertido en "lo nuestro", todo lo contrario de lo que pretendió el autor. Lo mismo que Cervantes con  El Quijote. Perpetuo rábano por las hojas, que lo han no-entendido al pie de la letra: una burla sobre los libros de caballerías.Sin más.

Tal vez esta españolidad patética sea una especie de dislexia cognitiva e irremediable, que entiende el mundo al revés. Por los siglos de los siglos. Chi lo sa!
                   ¡Esperemos que no, porfis!


No hay comentarios: