Manuel Viejo
El País
Las despensas de alimentos de la capital, gestionadas por
los vecinos, no paran de recibir a madrileños que no llegan a fin de
mes. El Banco de Alimentos atiende ya a 186.000 personas. Cruz Roja y
Cáritas advierten de un “otoño negro".
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Comentario del blog:
El
cappitalismo del pp madrileño y de otras Comunidades, tan defensor de la libertad para ricos,
debería preguntarse urgentemente qué libertad disponible les queda a los
pobres, ¿quizás la de ir a pedir limosna con carrito o sin él?
Ayuso, Almeida, Moreno Bonilla, López Miras y Feijóo
tal vez deberían ir al oculista o al psiquiatra o leer muy despacito y
sin prisas las Bienaventuranzas, que seguro se saben de memoria de tanto
oirlas desde pequeñ@s, sin escucharlas ni comprenderlas, en los
sermones de los domingos. No nos instruye ni catequiza ni educa lo que
nos cuentan o nos dicen que debemos hacer si nunca lo vemos realizarse
habitualmente en nuestro entorno e incluso lo que vemos y experimentamos
es lo contrario de lo que nos cuentan como rarezas de santos y santas,
"elegidos por dios", con lo cual tenemos garantizado acabar como
hipócritas y/o esquizofrénicos sociales, pero eso sí, católicosh muy
mucho católicosh, hashta las cachash.
¿Cómo impedir que haya pobres si
gracias a darles unos céntimos de limosna en la puerta de la parroquia,
a la salida de misa, nos ganamos el cielo que ellos ya se ganan
pasándolo fatal porque no tienen lo necesario para vivir que a nosotr@s
nos sobra, no?
Si
no fuera por la conciencia del amor fraterno y
la compasión de la base social y del vecindario, que no es rico pero sí
verdaderamente humano y evangelio de verdad en vivo y en directo, no
existirían los bancos de alimentos en los barrios. Hay en los barrios
populares vecinos ateos
y nada religiosos, con sueldos modestos que no están para dar y regalar,
y que no paran de ayudar y de ocuparse de sus hermanos necesitados,
como la hacen para sí mismos, debido al empuje de su alma, de su
conciencia y de su sentido responsable y humanitario, en el estado de
emergencia social que padecemos. Tal
vez la mejor catequesis y los mejores ejercicios espirituales empiecen y
tengan sentido en ese compromiso...Ainss!!!
Además,
se experimenta que nuestra conciencia y
la realidad mano a mano ya se encargan de explicarnos que la comida, la
ropa, la limosna o la acogida en un albergue o en un hogar compartido,
la ayuda inmediata, nunca solucionan
definitivamente las causas fundamentales del problema, todos somos
conscientes de que esas ayudas solo tienen el
efecto inmediato de una tirita o de un vendaje provisional de emergencia
en una herida o
rotura de tejidos orgánicos; la solución definitiva nunca es poner
tiritas y
vendajes para siempre, sino evitar que haya heridas y que cuando las
haya se sanen
adecuadamente y no se repitan con tanta frecuencia que acaben siendo "lo
normal", una enfermedad social convertida en una forma de malvivir,
como sucede en este manicomio social, que tanto mola a los más
irresponsables y tanto destroza a sus víctimas.
Durante algunos años participé desde sus inicios, en el proyecto valenciano de La Casa Grande,
junto al Hermano Alfonso, jesuita, en la calle Cadirers, en el centro histórico de València,
en un antiguo internado que ahora es la sede actual del Círculo de Bellas Artes y puedo
asegurar que se consiguió convertir el proyecto de la ayuda inmediata y
urgente, en una iniciativa creadora y sostenible de empleos y de
aprendizaje de especialidades laborales como el reciclaje de todo, el
vaciado y limpieza de pisos para venderlos, la restauración y venta de
enseres, muebles, electrodomésticos de segunda mano, libros y cacharros
de cocina, e igualmente reparación y venta de ropa y calzado usado pero
utilizable por tiempo suficiente, etc, etc... Y todo baratísimo.
Se
puso en marcha una cocina y un comedor en la planta baja para que
quienes trabajaban allí pudieran comer solidariamente mucho más barato y
sano, y quien no podía pagar, pues no pagaba nada, porque se cocinaba
directamente y todos ayudaban poniendo al mesa, lavando los platos, etc.
Allí trabajaban parados, reclusos en régimen abierto, gitanos sin
trabajo, inmigrantes en trámite de papeles que se hacía también en el
centro de acogida; todo era participativo, se decidía en asamblea, se
escuchaban todas la sugerencias, preguntas y aportaciones, la reunión
cotidiana era cada día por la tarde, a última hora, como resumen del
día, se cerraba y se hacía un té para tod@s con galletitas o bollos que
casi siempre eran un detalle de algun@ de la familia currante y otras
veces regalo de los voluntarios, que, por supuesto, eran fundamentales en el apoyo y la sostenibilidad del proyecto.
Ya
no era necesario pedir limosna, un grupo de hermanos hasta entonces
desconocidos entre sí, se habían conjurado solidariamente para crear una
vida distinta y hasta feliz.
Cuando murió Alfonso, La Casa Grande
se trasladó a un distrito fuera de València, donde sigue funcionando y
poniendo sus contenedores para recoger material por toda la ciudad. Es
decir, la iniciativa -igual que la del Rastrell- sigue adelante, y otra idea de gente evangelista (o protestante) como El Rastrillo,
que también ha seguido la misma onda invisible del Amor Inteligente,
ése que el wifi infinito sabe poner en marcha sin hacer ruido ni montar
pollos, y de las que pueden vivir hasta 15 o 20 familias, sin tener que
pedir limosnas ni mendigar: desarrollando un trabajo digno y también
lleno de posibilidades, desarrollando juntos algo realmente tan humano
como precioso: amistad, ayuda mutua, cariño y creatividad.
O sea, que sí se puede también ir creando rincones de trabajo, convivencia y utilidad social. La Casa Grande, El Rastrell y El Rastrillo,
ahora son un modelo de reciclaje, de comercio y trabajo sostenible y
súper necesario, especialmente, en un tiempo tan necesitado de
soluciones sanas, justas e inteligentes. Unas empresas en limpio, casi
cuarenta años adelantadas en el tiempo, nacidas en y de la humildad.
Cosas del wifi cósmico. De la familia luminosa y sorprendente que nos
hace posibles en cada respiración y en cada pensamiento, siempre, con
nuestro permiso y cooperación, obviamente...En ese plano de la vida,
nada se fuerza ni es obligatorio, a nadie se violenta ni se obliga, todo
depende de nuestro modo de gestionar, comprender y compartir nuestras
circunstancias diarias. Y sí, se puede. Y además, ahora, ya también se
debe.
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