lunes, 12 de agosto de 2019

TRIBUNA

Un gobierno plural: hipótesis para “el tiempo del ahora”

Lo monocolor, por monológico y monopólico, tiene muy difícil gestionar la diversidad política actual, y no solo del Parlamento, sino de la sociedad española

<p>Pablo Iglesias y Pedro Sánchez en las negociaciones.</p>
Pablo Iglesias y Pedro Sánchez en las negociaciones.
J. R. Mora
9 de Agosto de 2019
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Los momentos en los que el curso de los acontecimientos puede bascular hacia un lado o hacia otro y, por ello mismo, de crisis, son momentos que se prestan para declaraciones grandilocuentes que, con sobrecarga de vehemencia, tratan de mostrar que quien las profiere está “a la altura de las circunstancias” –otra típica declaración grandilocuente, venida a menos por la frecuencia de su uso–. Los líderes políticos no dejan pasar la oportunidad de estar a tono con el clima existente y para ello cuentan con sus asesores de comunicación, especialmente atentos a mensajes redondos. Así, en la izquierda, por ejemplo, vimos a Pedro Sánchez, el redivivo secretario general del PSOE y hoy presidente del gobierno en funciones a la espera de lo que pase, importar el “no es no” del movimiento feminista para reciclarlo como negativa rotunda a que el Grupo Parlamentario Socialista claudicara con una abstención que permitiera gobernar al Partido Popular. Recientemente, como candidato de nuevo a la investidura para presidente del gobierno, le hemos oído decir “prefiero no ser presidente de España a renunciar a mis principios”. Por mencionar algún que otro caso, fácilmente recordamos el tantas veces comentado de Pablo Iglesias elevándose sobre el suelo como secretario general de Podemos al gritar en un mitin, con cita de Marx, que “los cielos no se toman por consenso, sino que se toman al asalto”.
Ocurre, con todo, que la dureza de los hechos, en una historia inmisericorde, evidencia que los excesos retóricos no se ven acompañados muchas veces por el acierto en las decisiones. Es más, éstas pueden ser tales que pasen a ser perseguidas por unas palabras que bien pudieran haber quedado guardadas en el arca del silencio. El “no es no” del sanchismo, con su enfática tautología, protagoniza una implacable persecución al PSOE que ahora, en aras de la estabilidad, pide abstención a las derechas para que el líder socialista pueda ser presidente. No hace falta insistir en que la contraposición entre ser presidente o ser consecuente con los propios principios, frase dicha para justificar el tacticismo de unas negociaciones ausentes ante un proceso de investidura que debiera haberse afrontado más seriamente, habría hecho que Max Weber diera algún bote en su asiento. Como los que habrá dado Iglesias, por motivo muy distinto, cuantas veces le hayan traído a colación la memorable cita de Marx, con sabor a mito de la Grecia clásica bien regado con el vino poético de Hölderlin. Los tiempos de gloria son efímeros.
¿Qué hacer en estos “tiempos de oscuridad” –expresión de Hannah Arendt por cuyo uso de inmediato alguien dirá que también vuelvo a la retórica–? Podemos decir que vivimos días cruciales, y con ello nos sumamos a un sinfín de voces de nuestra sociedad que lo repiten de una manera u otra. Ya las elecciones generales de donde políticamente venimos se celebraron bajo esa apreciación: o se apoyaba a fuerzas de izquierda capaces de frenar a las derechas o éstas, con su declarado programa regresivo, llegaban al poder. De unos meses para acá nos vemos en el mismo trance, solo que habiendo constatado que las fuerzas de izquierda por ahora han sido incapaces de pactar ante un proceso de investidura ya celebrado, y pueden seguir siéndolo ante la posibilidad de otro, dejando expedita la vía para unas nuevas elecciones que al parecer nadie quiere, pero que, sin que lo parezca, algunos pueden estar jugando temerariamente con sus expectativas en ellas.
Cabe buscar fórmulas prosaicas para no vernos arrastrados al aciago destino que conlleva el subirse al carro de las grandes palabras. Nos estamos jugando mucho en este momento. No obstante, como éste es crítico, con voluntad crítica y no de ensalzamiento impertinente alguno, bien haremos si insistimos con expresión de Walter Benjamin en la decisiva importancia de una situación que se nos presenta como un gozne de la historia, sobre el cual ésta puede girar hacia delante o virar hacia atrás: estamos en y ante “el tiempo del ahora”. ¿Qué respuesta nos damos?
Si nuestro tiempo lo es de oscuridad, lo grave es que la hayamos intensificado. La ciudadanía percibe esa intensificación de la falta de claridad y, consciente de que se debe a comportamientos individuales y colectivos con nombres y apellidos, hace oír el rumor sordo de su crítica y no se ahorra aportar evidencias de su hartazgo. ¿Por qué no se ha llegado a un gobierno de coalición de PSOE y Podemos? ¿Por qué desde los socialistas no se planeó una negociación en serio –no en tres días, a última hora– y por qué desde Podemos no se afinó con una estrategia menos personalista y más consistente? El caso es que la desconfianza recíproca hace difícil después incluso un acuerdo parlamentario, máxime cuando desde la dirección de Podemos, a pesar de voces discordantes, se desecha, para insistir en la coalición de gobierno; y cuando desde el PSOE se excluye cualquier otro intento de coalición y su candidato inicia una serie de contactos con organizaciones sociales, levantando sospechas fundadas de que se las instrumentaliza para presionar –en vez de negociar– a Podemos a fin de que apoye la investidura bajo fórmula de acuerdo programático. Todo parece indicar, hasta hoy, que de nuevo se está en la treta de construir un relato para poner en el tejado del otro la pelota de la culpa por un gobierno imposibilitado, batalla mediática en la que el PSOE con sus recursos a mano tiene las de ganar.
El enredo, con papel destacado de las redes, va siendo cada vez más denso, con trilemas que se solapan. ¿Qué puede hacer Podemos? ¿Seguir machaconamente con la idea del gobierno de coalición, sin éxito? ¿Ir a un acuerdo programático, contradiciendo su anterior propuesta? ¿Abstenerse, arrostrando la carga de que se alinea con las derechas del reeditado “no es no” a un gobierno de Sánchez y la culpa, por más que injustamente se le acusara, de ir a nuevas elecciones? ¿Qué puede hacer el PSOE? Juega con la ventaja de su mayoría relativa en el Congreso, y su control de tiempos y mayores recursos de poder. No obstante, ¿sigue en la negativa a cualquier fórmula de coalición, pretendiendo gobierno monocolor ante una legislatura donde la geometría variable puede saltar por los aires en cualquier momento? ¿Vuelca todo su esfuerzo en acuerdo programático, aun a sabiendas de que Podemos, viéndose una vez más humillado por la manera en que el PSOE lo presenta, puede negarse al mismo? ¿Continúa con el lamentable espectáculo de pedir abstención, por una mal entendida razón de Estado, a unas derechas que no sólo le dan la negativa, sino que a la vez difaman a los socialistas de Navarra por haber conseguido que Chivite sea presidenta de la Comunidad Foral en gobierno de coalición del PSN con Geroa Bai (PNV) y Ezkerra, más apoyo de Podemos y gracias a la abstención de EH Bildu?
Si no hay nada nuevo, esos dos trilemas entrecruzados desembocan, una vez que se rechazan todos sus extremos, en una salida única: nuevas elecciones, con riesgo de abstención crítica por la izquierda y, aun en el mejor de los casos, con un PSOE sin alcanzar mayoría absoluta y, por tanto, obligado a negociar de nuevo, con probabilidad de verse echado en brazos de la derecha. Una vez más, tendríamos como pretexto la manoseada razón de Estado.
Llegados a este punto, ¿dónde está la hipótesis? En las antípodas de la insolente proposición del PP –españolistas que son tan falsos constitucionalistas que hasta frivolizan con las declaraciones del jefe del Estado– acerca de que Casado sea propuesto como candidato a la presidencia del gobierno, o que el PSOE proponga uno que no sea Sánchez, dicha hipótesis se puede plantear cual si fuera apuesta al modo pascaliano –Pascal propuso apuesta moral a favor de la existencia de Dios, pues si no existía nada había que perder, y si existía todo estaba por ganar–. ¿Apostamos, pues, y siguiendo el “modelo navarro”, por un gobierno de coalición plural, es decir, un gobierno presidido por Sánchez en el que no sólo participara también Podemos, sino además representantes de otros partidos políticos que se sumaran a un pacto que han dicho desear? Si se está dispuesto a incorporar a “independientes de reconocido prestigio” –fórmula retórica para incorporar a quienes, sea cual sea su prestigio, dejan de ser independientes–, ¿por qué no incluir a representantes de partidos con todo el respaldo democrático que ello supone como valor añadido? ¿Y por qué plural? En primer lugar, porque lo monocolor, por monológico y monopólico, tiene muy difícil gestionar la pluralidad política actual, y no sólo del Parlamento, sino de la sociedad española. Y en segundo, porque al no ser sólo con Unidas Podemos, sino sumando también a fuerzas como Compromís o quizá también al PNV –¿no es así en Euskadi?–, puede pensarse que se rompe el bloqueo al que las desconfianzas actuales han llevado. Es sabido que en las estrategias de resolución de conflictos las alianzas con más de dos contribuyen a desactivar enfrentamientos que, entre dos de los llamados a pactar, parecían irresolubles. Y no es que se busquen relatores para el interior de un gobierno, sino que, mediando cierto cambio de paradigma, se pretende dar fuerza a un programa compartido siendo “muchos más que dos” –Bien por Benedetti!–.
La hipótesis expuesta, que fácil es atribuir a la calenturienta ensoñación de una shakespeariana noche de verano, va más allá de la solución in extremis con la que hasta aquí parece jugarse: un acuerdo programático. Pero todo dice que se va a él con tan notables dosis de resignación que, si saliera, sería con confiabilidad bajo sospecha desde su mismo arranque. Para más inri, el trabajo itinerante de un secretario general y candidato más da a entender que se piensa en términos de precampaña electoral que en la tarea minuciosa de preparar sólidos y bien trabados documentos como sostén de un firme pacto de izquierda. Aun así, nada impide apostar incluso sabiendo que uno está de antemano entre los perdedores. Pero el PSOE –y me voy a poner grandilocuente ya que no me afecta personalmente lo que digo– faltará a la cita de lo que acontece si se deja llevar por la inercia del “régimen” al que ha devenido una democracia hoy acosada por derechas determinadas por la ultraderecha, en vez de responder a las cuestiones cruciales que se nos plantean en “el tiempo del ahora”. Claro está que para eso hay que tener una hoja de ruta radicalmente democrática, pactada, respecto a qué hacer ante el conflicto de Cataluña y la crisis del Estado. Éste sí que es el factor crucial para que sea verificable la hipótesis-apuesta enunciada. No podremos someterla a prueba porque no se atenderá a este factor. Peor para todos, que es lo que la hipótesis quisiera evitar.

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