martes, 27 de agosto de 2019

¿Qué mejor bálsamo sanador tras jornadas intensas con tormentas en tromba, de todo tipo, como la de hoy,que un post del Doctor José Ignacio Torres? Hablar de homepatía es hablar ante todo de humanidad saludable y regeneradora. ¡Que lo disfrutéis!




Cuando te parten el alma


Me duele el daño que / me hicieron / en un todavía que se alarga

A nadie le gusta que le partan la cara pero seguro que es peor que te partan el alma.
Aquel día vino con su madre y entró a la consulta con sus gafas de sol para disimular sus lágrimas y sus heridas. No nos conocíamos.
Recuerdo que después del tiempo de consulta pasamos a la sala de enfermería para las curas y allí me contó que una joven le había tirado un vaso a la cara por un quítame allá estas pajas en la discoteca. El vaso estalló en su rostro como si fuera una granada de mano llenándola de esquirlas y de sangre. Y en la cristalina explosión el tiempo se llenó de miedos.
Le preocupaba faltar a trabajar, su nerviosismo y frustración, pero sobre todo su cara. Y era entendible, porque detrás de aquellos ojos de intenso azul y esa piel marmórea se vislumbraba una muchacha de fuerte carácter atrapada en un callejón sin salida y sin capacidad de tomar decisiones.
Presentaba varias heridas en la frente y supraorbitarias con intenso edema y hematoma que deformaban su bello rostro y una intensa hemorragia subconjuntival. Le habían partido la cara.
El dolor era físico y precisaba tratamiento pero dolía más el alma. La indignación con su agresora era intensa, limitando su capacidad para entender las instrucciones y explicaciones más sencillas.
Había sido invadida. Invadida por la rabia mientras nadaba en un mar de lágrimas ahogándose en océanos de miedo.
Los fantasmas también quieren flores, pero la gente solo tiene miedo.
Dos días después volvimos a vernos. Seguía con sus heridas, la cara hinchada y el ojo a la funerala. Queriendo leerle el pensamiento me escuché decirle que una imbécil no podía estropearle la vida.
Aceptó el empleo de Apis, Arnica y Ledum palustre y pocos días después el edema, los hematomas y la hemorragia subconjuntival estaban resueltos. Me confiaron tanto su madre como ella que los efectos de los medicamentos homeopáticos habían sido sorprendentes a pesar de su reticencia a utilizarlos.
Pero quedaban los miedos. A quedar con cicatrices en su rostro y en su alma. Miedos a no poder trabajar, a no poder salir de noche, a no seguir siendo guapa, a no ser la misma Paloma de siempre. Miedos que se notaban en su cuerpo, en su sueño, en su vida. Miedos que invadían su cuerpo, su mente y a sus seres queridos.
Quisiera huir ilesa del espejo/ roto / quisiera perder el miedo a este miedo/ intacto
El mundo estaba lleno de cicatrices y aunque en la exploración nada lo hacía indicar acudió a un centro privado, con un médico posiblemente privado de sentido que le realizó radiografías de cráneo y pautó un corticoide tópico de potencia elevada para las cicatrices de pocos días en su cara. Era tiempo de Graphites y Causticum pero sobre todo de escucha, de comprensión y de ayuda.
Su manera de despedirse esbozando una sonrisa y con un beso me hicieron pensar que la escucha y el afecto eran los medicamentos más importantes para ella en esos días.
A menudo el silencio es el más fuerte de los sonidos y casi todas las palabras del terapeuta sobran. Son instantes de luz en un mundo de sombras que permiten a través de la hospitalidad, la presencia y la compasión que la paciente se sienta como en casa, en territorio amigo. Un lugar donde las lágrimas están permitidas y la angustia se puede expresar sin tabús mientras intentas que escuche y sienta la música serena que ayuda a seguir hacia delante.
En un determinado momento de escucha pensé que como un choque de trenes su mente se vio de repente invadida de incertidumbre, desconexión y de pérdida. Una dolorosa pérdida de su firmeza y de su belleza. Estaba asistiendo a su duelo prematuro porque ella creía que había perdido la razón y la piel.
¿Cómo restablecer su firmeza?
Me pregunté de qué modo acompañarle en el camino más apropiado de afrontamiento encarando el problema. Y de pronto me escuché en un ruido de metáforas porque las lesiones físicas estaban en la frente y en la cara. Eran las palabras exactas para definir la situación, el dolor y la pérdida.
El espacio de la consulta volvió a convertirse en algo sagrado. Es difícil no perder la presencia, es complicado mantener un contacto visual-facial que invite al otro a sentirse acogido mientras el teléfono y las puertas suenan y se percibe el rumor de la sala de espera. Pero lo que realmente cura es el afecto y lo que debemos transmitir es que la medicina más efectiva está en el interior de cada uno. Y ella podía curarse volviendo a pensar en fortaleza y en belleza, en lugar de miedo y fracaso.
Tenía que hacerla ver que las cosas iban a salir bien. Hablar en positivo. Darle una posibilidad a la esperanza.
¿Lo entendería ella a pesar de seguir envuelta en incertidumbre y lágrimas?
Me duele un pasado que no cicatriza, / el chillido de un fantasma que / nunca se va.
Las consultas resultaban difíciles por sus miedos. Por ver como una tontería puede partirte el alma en un momento y causar a pesar de tenerlo todo (inteligencia, belleza, afecto familiar y de su pareja, un buen trabajo…) una enfermedad.
Quizás ese tipo de problema de salud que podríamos etiquetar de trastorno de estrés postraumático.
Tiempos de Aconitum e Ignatia. Quizás tiempos de psicofármacos. Y siempre tiempos de escucha. La silla como elemento clave de la tecnología del médico de Atención Primaria. Los sentidos abiertos para la presencia.
La ansiedad la perseguía con miedos, insomnio, crisis de pánico y dificultad para cualquier tarea mental que antes le resultaba sencilla y automática. Y en ese momento, a pesar de todo quería ir a trabajar.
Valoramos los pros y contras para tomar una decisión compartida sobre la utilidad del trabajo y la necesidad de empleo de antidepresivos. Y después de mi prescripción e indicaciones acordamos que el medicamento parecía necesario pero no suficiente.
Quedaba un largo camino por recorrer juntos entre los miedos, la frustración y la rabia. Tiempo hasta que Paloma pudiera volver a volar. 
Tú me miraste la mano y lo dijiste,
así,
con el mar entre los dientes:
no vuela quién tiene alas,
sino quien tiene cielo. 
Hablar de homeopatía para el problema físico, para sus heridas y para su estado emocional. Para todo lo que le angustiaba, para los temores a las secuelas físicas, estéticas y emocionales. Hablar de homeopatía creo, fue una forma más de mostrarle mi comprensión, mi respeto, mi afecto y disposición de ayuda.
Porque todos necesitamos una mano tendida y una experiencia guiada cuando nos parten el alma.
Todos los poemas son de Elvira Sastre. La soledad de un cuerpo acostumbrado a la herida. Visor. Madrid. 2016

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