miércoles, 28 de agosto de 2019

Información. Libertad. Deformación. Conformación. Precio. Negocio. Dependencia. Verdad. Medias verdades. Posverdades, o sea, mentiras como templos y un largo catálogo de causas y efectos

Llevo años contemplando el mundo mediático y planteándome tantas cuestiones que nos envuelven y confunden en vez de aclarar  y las conclusiones y evidencias a que me llevan las preguntas no parecen alcanzar una respuesta fiable, coherente ni orientadora por parte del sujeto en cuestión: el manejo de la actualidad en manos de quién sabe quienes. Se me queda todo, en este aspecto, tan ensombrecido como embarullado.
La información cuesta dinero y no digamos la investigación, cuando la información se adentra en los dantescos parajes del chanchullo underground en los aparatos del poder, ya sea financiero, judicial, político, religioso, empresarial, dinástico, etc, etc...
El periodismo es la profesión dedicada a ese menester. En teoría debe haber una ética profesional exquisita si se quiere ser creíbles, una deontología que ponga en claro la función de informar desde un punto irrenunciable: la verdad canalizada por la honestidad. Sea cual sea. Y con todas sus consecuencias. Pero conseguir esa pica en Flandes es prácticamente imposible desde el punto y hora en que el periodismo es una profesión remunerada, de la que necesariamente hay que sacar beneficios que permitan vivir dignamente a sus profesionales. En ese plan se implementaron desde el principio las agencias de prensa y las redacciones de los diarios y revistas.  Así, la información, que es un derecho, deja de serlo para convertirse en un negocio profesional, es decir que quien no pueda pagarse la información está condenado a vivir en la inopia total. Ésa es una. Otra, es si la verdad puede tener precio y seguir valiendo la pena como verdad, o si convertida en mercancía ha perdido o reducido su esencia a favor de los que pagan por enterarse de algo, más o menos manipulado según las tendencias de cada casa comercial-noticiera. 

Por otra parte, ¿quién nos asegura que todo lo que leemos, vemos y escuchamos cada día en la prensa es verdad, o puede estar inventado, amplificado, reducido y hasta eliminado según el criterio y los intereses de las empresas mediáticas? Se puede dar una noticia de muchas maneras: en primera página y a grandes titulares, o minimizarla y reducirla a una nota marginal en la última página. O simplemente, ignorarla como primicia y dar a los dos días una mínima referencia para que el plumero no sea tan cantarín. 
Para solucionar esos episodios, algunos editores han llegado a la conclusión de que el mejor modo de hacer prensa es que la hagan los socios directamente pagando por leer, ver y escuchar lo que más les guste, y en muchos casos con el derecho a escribir sus opiniones en la columna adecuada, como premio a su inversión; los periodistas, como asalariados, manejarán la verdad del modo adecuado y que más beneficie, no a la verdad en sí que no paga el súper ni los recibos, sino a la superviviencia de la publicación, es decir, la suya. 

Esa concatenación de causas-efectos tiene toda la lógica, toda la legitimidad del mundo, pero ¿qué hacemos con la verdad y sus consecuencias inevitables? ¿Es legítimo ningunearla mientras se cobra por -supuestamente- contarla? Porque alterar el mensaje no va a alterar la realidad de los resultados, por más que McLuhan lo pusiese en duda. El medio muchas veces es mucho más endeble que la potencia del mensaje de la realidad a tocateja. Una plaga, un error garrafal de gobierno o de tribunales, una carne mechada tóxica sin control sanitario por parte de una junta trifachita cuyo consejero de sanidad llama 'chupetón' a un aborto, un desastre económico lleno de burbujas y tarjetas Blak, con delitos bancarios añadidos que arruina a miles de familias, una corrupción a lo bestia, una cloaca estatal instituida como gobierno "bis",  o un atentado terrorista  provocado por un imám acogido y amparado por el Ministerio del Interior, como si fuese un becario y actuando libremente en Catalunya hasta provocar un atentado brutal contra la ciudadanía, hechos no investigados y silenciados en su momento que acaban por ser evidentes antes o después por mucho que se oculten  o se barnice su relato, y no por la pericia de los informadores, sino sobre todo porque el desastre resultante de esos silencios cómplices y vista gorda informativa, es tan claro y visible que ya no puede pasar desapercibido la conexión causa-efecto en la calle ni en la sociedad en conjunto. Un ejemplo clarísimo: la 'modélica transición española', por cuyo embellecimiento y reformateo, ahora estamos pagando el pato a base de bien. 
La prensa, en aquellos años,  estuvo formidable al servicio del empeño hereditario del dictador: que todo quedase atado y bien atado, con mucho protocolo y respeto a la santa tradición y a la luz sagrada de la lamparita de El Pardo, que se traspasaba ceremoniosamente y sin solución de continuidad a La Zarzuela; procurando que se lavase la cara al pasado con mucha delicadeza para no removerlo hasta que se convirtiese milagrosamente  en tabula rasa in qua nihil scriptum est. La prensa fue de lo más cult. Se disfrazó de demócrata y de liberal progresista en un periquete, los mismos periodistas que un año  antes retransmitían sin rechistar las ceremonias religiosas en la que SE el Jefe del Estado, acompañado por el nuncio, los cardenales y los prebostes, se paseaba en procesión y bajo palio, como Dios en persona, recuperados de repente e invadidos por un espíritu jacobino adaptado a los nuevos tiempos, proclamaban la resurrección de una nueva España, -la que con urgencia necesitaban tanto los USA como la UE-. O sea, una España aggiornata, comme il faut puesta a punto para ser acoplada al sistema capitalista internacional, que ya estaba bien de ser capitalista a su bola y por su cuenta, bueno,  a la bola del negocio cacique nacional, que hacía guardia junto a los luceros en su destino en lo universal por el imperio hacia Dios, mientras se lo llevaba crudo a Suiza, por ejemplo. Y nadie tenía por qué enterarse de la vida privada de nadie. De velar por ese sagrado empeño ya se encargaban el ABC, el YA, Pueblo, El Alcázar, Madrid, La Vanguardia, Blanco y Negro, El Español, Lanza, El Correo de un montó de capitales, Hola, Siete Fechas...Hasta llegar a El País y a Cambio 16, ya en la apoteosis de la regeneración democrática. En fin una prensa divina dela muerte, nunca mejor dicho. Que gracias a un verdadero milagro se convirtió de un plumazo en un hervidero de libertades, de referentes, de ideales, de proclamas. Todo el silencio de cuarenta años de dictadura se convirtió en un orfeón repentino de voces estupendas, que nunca habían dicho nada, pero que de repente habían recuperado la lengua, la voz, el teclado y la pluma. Nunca supimos si había sido un milagro de Fátima, Lourdes, Garabandal, El Escorial, El Pilar o Montserrat, Santiago y cierra España, El Rocío o la Virxen de Guadalupe cuando va para Rianxo...O el Cristo de los Faroles, el caso es que ahí estaba todo intocable y todo renovado a un tiempo, un verdadero salto cuántico que ni Einstein ni Hawking  jamás habrían imaginado en sus delirios científicos más elevados. Con un paripé de golpe de Estado para afianzar el transplante de poderes y que el heredero quedase como el gran salvador de una democracia maravillosa frente a los nostálgicos del pasado cuartelero, ya caducados cual yogures de uniforme pasados de fecha. Es más, se utilizó a los propios yogures para dar el real campanazo. Bueno, increíble. Una representación escénica, televisada en el colmo de la creatividad, que ya quisieran Brodway o el mismísimo Hollywood en sus mejores tiempos. Talentazo, lo hay, no cabe duda. La pena es que no vaya acompañado de la inteligencia imprescindible para conseguir algo que merezca la pena incluir en la Historia del bien hacer, el buen construir juntos y del buen progresar. Y que se normalice como conjunto antropológico digno de algo mejor que esta cochambre impenitente, zapadora y minadora compulsiva de todo lo que no es ella y sus ganancias a piñón fijo y mirada miope. Miserable, para qué usar eufemismos en algo simplemente  incamuflable. 

Sí, ahí estaba la prensa. Siempre. Metida hasta las trancas en el meollo de todo, pero contando solo lo que le daban permiso para contar y del modo en que le sugerían u ordenaban que lo contase. 

El milagro de la transición hizo aguas al poco tiempo. Con el psocialismo del Patio de Monipodio personalizado en los Rinconete y Cortadillo al frente del Gobierno nada menos que durante la friolera de cuatro legislaturas...en las que el cambio social y su pedagogía hubiesen podido transformar la basura heredada en abono fertilizante para el nuevo cultivo sostenible de nuestra sociedad. Pero no, en nuestra larga historia de basuras infinitas sin revisar, sin valorar ni reciclar, no había sustancia moral ni base humana que orientase la imprescindible operación "alquimia" en un país de países que a base de soportar una historia de terror durante siglos sin un solo respiro que llevarse a la conciencia colectiva, campa por su cuenta en el páramo estéril y esperpéntico del "sálvese quién pueda", "mariquita el último", o "gobernar es hacer sufrir", o "finiquito en diferido", "Luis , sé fuerte", "quien bien te quiere te hará llorar", caso GAL, caso Infanta, caso Rey J.C. Taula, Púnica, Gürtel, Guerra, Mariano Rubio, Pujol, Aida Álvarez, BOE, Narcís, Roldán...y no sigo porque no acabaría hoy este post. Sí, la prensa de siempre estaba y seguía ahí. Como ahora mismo. Pero ella nunca ha cuestionado en serio ni exigido al poder político un debate público sobre nuestro modelo de estado impuesto por el franquismo, ni la chapuza indecente de la transición, ni el costurón-remiendo solemnísimo lleno de boquetes de la Constitución. Se centró en lo disperso, en lo glamuroso, en el cotilleo divertido, en la Movida, en La bola de cristal, en montar un Barrio Sésamo dentro de los españoles, que los Payasos de la Tele fuesen los pedagogos más eficaces y que el humor de Tip y Coll, o de Eugenio o el cine de la horterada escapista, fuesen nuestra conciencia social. Todo lo más profundo a lo que hemos llegado ha sido a  la apoteósis de Amanece que no es poco, de José Luis Cuerda. Convertida ya en intocable universo simbólico, en nuestro patrio Código de Hammurabi para ir tirando. Incluso ahora mismo, solo en el Intermedio se dan noticias dignas de mucho más crédito que en los telediarios. Y en las procaces tertulias televisivas, capitaneadas por el IBEX, es donde se montan mejor los mejunjes noticiables. Nadie se los cree, pero como no hay otra cosa, pues, eso, se lo tragan y tan contentos dentro del malestar ya hecho normalidad y vacuna contra cualquier propuesta buenista, o sea normal, sana, limpia, serena y humanizadora,  no infectada por el virus demoledor de la mediocridad reinante acreditado y coral. Y ahí, obediente, sumisa y cooperadora, está la prensa. La que luego escribe y te cuenta lo que debes saber acerca de todo. Desde comer, cocinar, dormir, comprar, ligar, medicarte, apostar, entretenerte, pensar, opinar, decidir, maquillarte, enfadarte o flipar, educar a tus hijos o deseducarlos, viajar y contaminar a saco intentando ser lo más ecologistas posible...

Pasamos sin parar por todos los círculos en esta versión hispana del infierno y el purgatorio de Dante y al parecer, y por lo que estamos padeciendo,  nos hemos quedado enganchados en el trayecto dando vueltas sobre el mismo eje. Repitiendo escenarios con diversos decorados, diversos nombres y apellidos, diversas caras, pero siempre los mismos trucos y las mismas disposiciones. Un siglo y otro, un régimen y otra versión del mismo camelo, con ropa distinta, lenguaje diverso, otra atrezzatura,  pero con el mismo vacío de sentido, que ya existía en tiempos de Viriato o del Cid, de Mariana Pineda, El Tempranillo o Lola Flores; el esperpento es lo que más se aproxima a lo que hay en esta tierra de las debacles a la carta. Lo que, por desgracia, mejor nos define y configura. Y la prensa sigue ahí. Incrementando el potencial de la eterna tragicomedia, que se seguirá repitiendo sine die, mientras nosotras le sigamos el juego y nos quedemos enredadas en su anillo de Golum, sin descubrir ni atender a nuestra conciencia, la verdadera noticia inmanipulable e independiente, de que disponemos. La que no quiere ni necesita el sucedáneo de la posverdad, porque no le interesan la imitaciones derivadas del postureo pseudointelectual, solo la naturalidad de la verdad, el recuerdo constante y vivo de lo mejor que somos y tenemos: la anámnesis (que diría Platón,) la vida tal como es y no como no quieren que sea quienes viven de manipular nuestras emociones, pensamientos y deseos. La conciencia, en cambio, es la base de nuestro albedrío, y  no necesita que le cuenten milongas porque las huele, las descubre enseguida y las desmonta en origen. Y encima, es gratis y contagiosa porque despierta de la inercia "belladurmiente" a los más manipulados. Y tiene acceso directo al archivo de su expresión colectiva. Por eso los imperios dominantes la quieren missing. Por eso la acusan de populista quienes exprimen a los pueblos, precisamente  los que viven a costa política de sus semejantes, y que con más propiedad, se deberían llamar "populistos".
Una prensa decente y ética debería saber distinguir entre manipulación y decencia, entre comprensión y complicidad, y por ello no debería cooperar dando cobertura a ese tinglado de inmundicias cada vez más descaradas e impúdicas. Tal vez valdría la pena tener un trabajo libre de presiones para ganarse la vida al margen del periodismo y ser periodistas voluntarios e independiente en bloggs, charlas, coloquios, debates y sobre todo, proximidad, implicación, trabajo en los barrios y en libertad de conciencia sin censores previos ni a posteriori. Con menos cotilleos, menos fútbol, menos series y menos sofá de por medio, el tiempo cunde muchísimo y la vida es mucho más interesante, dinámica, sana, poética e intensa para bien, lejos del famoseo y del glamour; las buenas semillas echan raíces en lo hondo de la tierra para poder dar frutos, pero si se exhiben constantemente como protagonistas del proceso, el proceso se frustra, y acaban en  la esterilidad de la nada, no pueden germinar. No es posible  ayudar al cambio de una sociedad si una misma es incapaz de hacer cambios a mejor en su propio proyecto vital y su vida es solo apariencia, egos, miedo, postureo, cháchara manida y juegos de mesa, que solo son el envase vacío de una vida aun más vacía, inflada e inútil que su propio envase, por muy grande y voluminoso que éste sea. Incluso a más tamaño y exposición, más evidente y manifiesta es la vaciedumbre de contenidos y nutrientes esenciales. La celulitis y los michelines íntimos. del alma, tienen muy mal arreglo porque no hay forma de localizarla para ponerle el ejercicio ad hoc y la dieta adecuada. Al alma, claro.

A tal memoria, tal historia. 
A tal historia, tal memoria. 
Y tales cronistas girando en la noria.

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