martes, 24 de diciembre de 2019

19 Días y 500 Noches Después




Me acaba de llegar por Telegram esta primicia. Personalmente con Sabina y ante su percepción del lado femenino del ser humano siempre he experimentado  una especie de sí pero no, algo parecido a lo que le debe pasar a él al abordar el tema de género desde su lírica de los callejones con muchas más sombras que luces. 
En el terreno de la expresión artística me produce el mismo efecto que Vargas Llosa: una técnica creativa genial pero desacompañada por un alma a ralentí, o directamente, missing, ausencia que ambos autores aprovechan con talento suficiente como para que esa sensibilidad, esa pulsación sana y hermosa que eleva al hombre por encima de las peores previsiones, no tenga el menor sentido ni el menor hueco para hacer su entrada en escena. Es lo que tiene el hecho de que la humanidad desde la Ilustración mezclada genéticamente con las revoluciones industriales se esté yendo de varas a velocidad supersónica, tras la "perfección" de la máquina olvidando poco a poco donde acaba el hombre y donde empieza el automatismo del acoplamiento a las ocurrencias de cada hallazgo técnico: que poco a poco deriva en ciborg con un progreso mecánico imparable en deterioro indiscutible de su Humanidad, cada vez más esquilmada, contrahecha e irreconocible. en la medida en que avanza su "perfección". Para nada estoy insinuando que la evolución no sea una necesidad y hasta una urgencia in crescendo cada vez más evidente, ni creo en modo alguno, que el pasado haya sido una bicoca ni un ejemplo impecable de valores, ideas y formas de vida. Pero algo sí queda bien claro: si el pasado hubiese sido lo mejor que pudo pasarle a nuestra especie, es segurísimo que jamás habríamos alcanzado el deplorable mar de mierda universal en el que tratamos de mantenernos a flote en la actualidad. Lo grave es que ese mar de mierda lo ha empapado todo, desde la materia al intelecto. Desde la idea al lenguaje, que como dice Saussure, es inseparable de la vida. O sea, de la emoción, de la reflexión, del sentimiento, de la morfología, la fonética y sobre todo del tejido adaptable y flexible de la semántica. Por ello, también ha impregnado la percepción y al mismo tiempo la expresión, ¿quién podría separar la lengua del habla, verdad? Nadie. 

Sólo hay un método que nos pueda garantizar el agua en medio de la travesía de este desierto exponencial: que la consciencia tanto personal como colectiva no desapareza y que no pierda su lugar, ni su eje fundamental imprescindible para sostenernos como especie reconocible digna y apta para continuar nuestra evolución, o sea, que esa evolución valga la alegría y la esperanza mucho más que la pena y el cuento chino, y que la aspiración a mejorar como tal realidad no se quede en el figureo, en el impacto del momento, en la zancadilla del ingenio empleado para seguir rascando en la misma herida con el "triunfo" oportunista de la nada del tiempo y de la memoria entendida solo como coartada para amontonar recuerdos, en plan Jorge Manrique o fijaciones que convertir en inmutables ataduras modélicas o transformar en furor iconoclasta con la revancha del "ahora te jodes, que me toca a mí repetir las mismas burradas que tú cometiste en el pasado", que es a lo que ha llegado la reformista del sabinismo con su nueva versión de aquellos lamentables "19 días y 500 noches". 
Si ya daba repelús la versión original del macho herido por una macha de su mismo calibre intelectual y bellotero, porque  la canción es en sí tan demoledora para un género como para el otro, y que se deje de lado no es ni moralismo ni leches, es puritita repugnancia si no se está de manicomio totalis y dándole a todo lo que una y uno se va encontrando por el camino, porque para eso una y uno es superlibre para usar lo que sea con tal de alcanzar las cotas más altas del disparate contable y cantable. Sobre todo en una sociedad en la que el eco de lo que se dice tiene mucho más poder de arrastre y de mercado que el contenido de lo dicho. 

En fin; en el arte nada se puede censurar, pero lo que resulta demasiado underground como para no tener ninguna función aprovechable humanamente sana y no solo por el comercio negociante, sino porque seguramente ya de arte no tenga nada, es que el arte no es un valor intocable, ni un logro que no pueda decaer. El arte vale como tal mientras consiga hacernos mejores, cuando pierde esa esencia, igual que los alimentos cuando son tóxicos o están llenos de moho y de bichos, no es que ya no alimentan, es que nos enferman y si nos habituamos a la enfermedad ya no se conoce siquiera lo que significa la salud, ni se la echa de menos. Hay generaciones enteras que ya no tienen referencias de haber experimentado un estado saludable físico, mental ni emocional en toda su vida. Sólo de tal masa pueden salir tales panes. 

El mundo que canta Sabina, por mucho que se valore su ingenio para gestionar palabras y situaciones patológicas tomadas como "normalidad" y "arte", o el cinismo como carta de presentación, no nos sirve para caminar hacia otra mejor construcción social. Y es que vender como "libertad" la demolición de un ser humano, sea uno mismo u otros, nos deja enanos indefectiblemente. Como también nos deja en el mismo nivel, el intento de hacer el mismo negocio usando los mismos argumentos en plan "virtud" solo porque los canta la enemiga, la vengadora del vengador fracasado en su día ante una elementa de su misma calaña. No otro es el sentido del mensaje sabinista. Ahora a la venganza de Don Mendo le ha salido un eco: el de una nueva Sabina de género femenino  diciendo y haciendo exactamente igual para que no desaparezca nunca el paradigma de las mismas perversiones macho-patriarcales: quien la hace la paga. A mí no me ganas a chulo y prepotente. Te vas a enterar en cuanto pille una ocasión en la que sacar tajada y humillarte, maldito machista. Yo soy lo que te mereces encontrar, además de víctima soy verduga y con tus propias armas. Toma ya, pa que aprendas...y de paso te caigas de la peana en que te colocó tu machismo. Y lo firma Travis Bird. No la conozco de nada, pero ya se ha encargado ella misma de presentarse con contundencia.

No. Así es imposible que este tejido putrefacto social se regenere. Las mujeres no se rebelan para que todo siga como siempre pero mandando ellas. Para convertirse en manadas también, en cínicas o en réplicas calcadas del mismo mundo que quieren cambiar...paradójicamente, haciendo lo mismo de siempre. Con idéntica carencia de todo lo más sano e inteligente. Las mujeres nos debemos rebelar desde la grandeza de miras, desde la verdadera libertad, que no consiste en ser libres para vengarse de nadie sino para autoeducarse, reconocerse y crecer sanando el mundo enfermo en el que tantas veces además de víctimas se convierten en sus propias verdugas, aceptando la validez de lo caduco, los métodos nefastos y la miopía estúpida de la misma costra que nos ha aplastado durante siglos, repitiendo como mantras las mismas aberraciones mientras pretenden que no lo son porque esta vez la misma bajeza se pronuncia en femenino, en el más surrealista y esperpéntico nivel de la igualdad. La necesidad urgente del gnozi seautón de la eterna Grecia sigue a la cabeza de los cambios y con esa asignatura pendiente en la vida de los pueblos, es imposible que esto pueda cambiar antes de irse al garete. Hace falta crecer juntas y juntos. Solo los más lúcidos saben comprender, reciclarse a sí mismos siempre a mejor, ayudando así al aprendizaje colectivo. 

Me atrevo a asegurar que ni el mundo irreparable de Sabina  ni el que nos  presenta Travis Bird como recambio es el que queremos y necesitamos todas y todos cada día con más urgencia. Pero seguro que si despertamos a tiempo para una bifurcación adecuada, -Prigogine dixit- conseguiremos el cambio que nunca más repita los mismos parámetros del horror y la vergüenza ajena como si fuese lo más normal.


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