No es neumático todo lo que arde en Seseña. Con las
llamas y la gigantesca nube negra, causante del equivalente a un año de
contaminación en España, se queman dos décadas de desidia, incompetencia
y, sobre todo, turbios negocios privados a cambio de ocultar las
consecuencias de la falta de gestión pública. No se trata de una técnica
novedosa, tampoco de un caso aislado. Supone uno de los negocios
emergentes de comienzos de este siglo de las burbujas y las redes
sociales: la privatización del desastre.
La técnica
resulta tan sencilla como lucrativa. Las administraciones publicas no
saben, no pueden o no quieren resolver un problema, pero tampoco quieren
asumir el coste de admitir su incapacidad. La solución es privatizarlo.
Se contrata a una empresa privada sin más condición que aparentar
hacerse cargo de la gestión del problema, casi siempre prometiendo
cifras y resultados rápidos y espectaculares. A cambio la administración
paga generosamente, no hace preguntas y les concede barra libre para
hacer cuanto les venga en gana.
La experiencias siempre acaba mal, cuando no termina en
catástrofe como en Seseña. La empresa privada oculta las consecuencias
del problema en lugar de arreglarlo, sin efectuar ni las inversiones ni
los programas prometidos porque entonces dejaría de ser negocio. Cuando
ya no puede esconderlo más se evapora con los beneficios y algún
servicio público debe asumir las consecuencias; unos cuantos años
después el problema vuelve a manos completamente públicas, sólo que con
una factura multiplicada por mil.
El jugoso negocio
de los neumáticos en manos de dos oligopolios privados que imponen su
margen de beneficio cueste lo que cueste. Un vertedero ilegal que no
deja de crecer en manos de gestores que reciclan lo revendible y
amontonan lo que no vale. La Justicia y todas las administraciones
inundándose mutuamente de papeles, requerimientos y autos exigiéndose
unas a otras una solución inmediata. Un ayuntamiento que disfraza el
desastre, contratando sucesivamente a dedo a empresas fantasma que
fingen afrontar el problema mientras convierten el vertedero en su sede
social para hacer negocios en España. Seseña es un caso de manual de la
privatización de un desastre esperando para suceder.
El vertedero se incendió unos días antes de que la historia tuviera el
final que hemos visto demasiadas veces como para seguir manteniendo la
pamplina de la superioridad de la gestión privada de lo público. Una
empresa pública especializada iba a hacerse cargo del desastre dos
décadas después, a un coste infinitamente superior a si lo hubiera
gestionado desde el primer momento. Las cien mil toneladas de
neumáticos y once hectáreas de vertedero llevaban meses sin vigilancia
nocturna, sin seguro y sin responsable de su gestión.
No pasa un día sin que paguemos alguna factura de la privatización del
desastre. Esa misma semana, en Moaña, Pontevedra, ante el peligroso
incendio registrado en la procesadora de pescado Fandicosta el servicio
de emergencias de la Xunta, gobernada por el PP, prefirió llamar a
parques de bomberos de gestión privada, infradotados y a cuarenta
minutos del fuego y su espectacular nube tóxica, antes que a los
bastante más próximos bomberos públicos de Vigo, gobernado por el PSOE.
Finalmente el servicio público debió acudir igualmente al rescate del
paupérrimo e ineficaz servicio de gestión privada, cuya factura habremos
de pagar igualmente.
Acabamos pagando millones por
ahorrar unos pocos miles de euros. En el debate sobre las
privatizaciones el humo del negocio siempre acaba cegando nuestros ojos.
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