A nadie se le escapan las grandes oportunidades y
posibilidades de nuevos mercados que ofrecería a nuestros productos y
empresas un tratado de libre comercio con EEUU justo, eficiente y
equilibrado. A nadie se le deben escapar las muchas ventajas que tendría
para todos como consumidores un tratado que estimulase la lícita y
libre competencia y favoreciese el comercio. Pero cuanto más sabemos
menos parece el TTIP ser ese tratado sino más bien lo contrario.
Antes que un tratado de libre comercio parece un contrato para blindar a
los grandes oligopolios. Antes que un acuerdo que busque liberalizar el
comercio de manera efectiva y equilibrada para generar riqueza y
crecimiento, abrir los mercados americanos y europeos a más y mejor
competencia y asegurar nuestros derechos como consumidores y clientes,
parece tratarse de un pacto orientado a mantener las posiciones de
oligopolio de las grandes corporaciones y asegurar sus márgenes de
beneficio, cerrar los mercados a cualquiera que no sea o no tenga un lobby,
dificultar la entrada de cualquier nuevo competidor, rebajar los
derechos laborales y vaciar los derechos de los consumidores o hacer
extraordinariamente costoso su ejercicio y defensa.
Y tenemos que decir que lo parece porque tampoco lo
sabemos a ciencia cierta. Con tanta opacidad y tanto secretismo el TTIP
ya no es un tratado, se ha convertido en la verdadera “amenaza
fantasma”. Invocar la necesaria discreción que requieren unas
negociaciones para justificar la opacidad que envuelve al TTIP es un
truco muy viejo que ya no cuela. Nuestras eléctricas, nuestras
petroleras o nuestras telecos llevan haciéndonoslo
décadas para imponernos las tarifas más altas del Europa o misteriosos
déficit y deudas que nadie sabe de dónde vienen, pero tardaremos en
pagar varias generaciones.
Sus defensores deberían situarse entre los primeros interesados en levantar el velo de silencio e ignorancia que rodea al TTIP, para poder defender abiertamente sus ventajas y fortalezas en el debate público
Sus defensores deberían situarse entre los primeros
interesados en levantar el velo de silencio e ignorancia que rodea al
TTIP, para poder defender abiertamente sus ventajas y fortalezas en el
debate público. La opacidad es una enemiga de la democracia. Tras tanto
secreto lo único que parece esconderse realmente es el objetivo de
reconvertir elementos centrales de nuestros sistemas europeos de
justicia, relaciones laborales, modelos productivos o regulación medio
ambiental o de salud pública, para aproximarlos a los modelos y sistemas
norteamericanos. Una decisión política que debe plantearse abiertamente
y resolverse por medio del debate y la deliberación política y
democrática. No puede, ni debe, colarse por la puerta de atrás de un
supuesto tratado comercial, negociado y firmado por burócratas que nadie
sabe ni por qué están ahí, ni a quién representan exactamente.
Si quieren cambiar nuestro modelo laboral, nuestro esquema de garantías
de los derechos de los consumidores o nuestros estándares de protección
del medio ambiente o la salud pública, están en su derecho. Pero para
eso votamos programas y elegimos gobiernos, no firmamos tratados a
ciegas.
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