El presidente del Gobierno,
aficionado confeso del Real Madrid, fue preguntado este fin de semana
por sus preferencias en la Champions. Rajoy dijo que creía que iba a
ganar uno de los dos equipos. Y añadió, lógicamente sin poder contener
la risa: "Tiene que ganar el mejor. Y todo el mundo sabe quién es el
mejor. Aunque a lo mejor...no coincida todo el mundo". Es entrañable, si
no fuera porque esa especialidad de hablar sin decir nada tan pronto la
despliega con el fútbol como con el desafío catalán ("Un plato es un
plato") o con la corrupción ("No es cierto, salvo alguna cosa").
Elaborar (o lo que sea eso) un discurso y no aclarar nada, salvo por
error, también es un verdadero arte. No todo el mundo es capaz de
construir frases imposibles, aunque seamos "muy españoles y mucho
españoles". Al menos, cada vez nos resultan más fáciles de entender las
movidas del alcalde y los vecinos que eligen al que quieren que sea
alcalde, porque si algo estamos practicando últimamente en España es lo
de votar y elegir al alcalde; al alcalde, a los vecinos, al presidente
autonómico, a las confluencias, a las negociaciones de confluencias o al
inquilino de La Moncloa.
Detrás de esa imagen del Rajoy que no sabe nada de corrupción, que da
collejas al pequeño Mariano, que mira boquiabierto a los diputados con
rastas o le dice a Évole "tengo SMS y tengo tuit", se esconde un hombre
listo, calculador y con una capacidad ilimitada de triturar a sus
rivales, sobre todo a los de casa. Rajoy no es de los que pasea por
Génova hacha en mano, como Nicholson en 'El resplandor': "Cabritillos,
dejadme entrar. ¡Aquí está Jaaaack!". Es de los que empiezan diciendo
"yo te quiero, coño" y "siempre estaré detrás de ti, delante o al lado,
me es igual", y de pronto empieza a callarse, se va callando cada vez
más, se vuelve mudo del todo y el enemigo muere por hipotermia.
El líder del PP es casi el único de
su generación que aún manda en el partido. Bueno, queda también Javier
Arenas porque, además de que debe de contar unos chistes buenísimos,
sabe mucho. Rajoy se ha rodeado de jóvenes y se ha ventilado a todos sus
contemporáneos. Francisco Camps palmó de frío por salir a la intemperie
en traje. Esperanza Aguirre, permanentemente achicharrada, ya no tiene
despacho en Génova y vive en un iglú. Mayor Oreja murió de aburrimiento,
mientras esperaba que le confirmaran que iba a ser candidato europeo.
Rodrigo Rato, al calor del dinero, falleció el día que una mano gélida
le introdujo en un coche posándose en su cogote. Y a Aznar le han metido
el dedo divino por donde estáis pensando; primero, cuando dijeron que
toda la corrupción era de su época y después, cuando le llamaron por
teléfono y al otro lado solo se oía la inquietante respiración de
Montoro. Y mientras tanto, Mariano Lecter susurra en su despacho de
Génova que se ha comido los hígados acompañados de habas. Algún día se
le indigestarán. Porque yo sí veo a Aznar capaz de plantarse en la sede,
donde seguro que él ve armas de destrucción masiva, y canturrear
"Cabritillos, dejadme entrar... Aquí está el presidente de honor...".
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Jo, Cristina, los has bordado -eres la Goya del pp-, con ese retrato único de la real familia genovesa truculentamente impresentable y patológicamente indecente, poniendo a esta desgraciada España en el mismo trance de un bis-remake de Fontaineblau, pero con la UE y el FMI en el rol de Napoleón, solo que del revés: Napoleón tenía el iluso propósito sui generis de democratizar y educar lo que iba conquistando, para llevar los valores de la República por toda la Europa de los imperios moribundos, en cambio los nuevos tiranos están empeñados en corregir los peligrosos brotes de democracia, DDHH, libertades y estado de mediano bienestar que se había conseguido después de 200 años de sudar la camiseta popular, fraterna, igualitaria y más decente. Sólo un hatajo de caníbales borderlines y ciegos de avaricia caciquil, puede asumir tal papelón sin sonrojarse ni suicidarse políticamente, abochornados por sus propias tropelías sin pies, cabeza ni visos de decencia reconocible, en algún momento prodigioso de inexplicable lucidez.
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