La cosa no ha podido comenzar peor. Ni siquiera vamos
camino de una repetición de la campaña de diciembre. Como mucho nos
encaminamos hacia una triste fotocopia, como si la máquina fotocopiadora
y España se hubieran quedado sin tóner de tanto usarlo.
Si
aún quedaba algún conspirador o incluso alguien que inocentemente
esperase algo del PP o de Mariano Rajoy ya habrá abandonado toda
esperanza. Solo queda el Marianismo en su versión más degradada. Solo
cuenta resistir, por cualquier medio necesario, aguantado carros y
carretas y tragando un verdadero diluvio de sapos. Si mañana la Guardia
Civil entrase en Génova y se llevase a alguien detenido por matar a la
madre de Bambi y exhibir su cabeza disecada en el despacho, Rajoy
saldría a decirnos que debemos esperar a que la justicia se pronuncie y
el PP presentaría una moción en cualquier sitio, con Ciudadanos y el
PSOE haciéndole los coros, para demostrar que Podemos no condena a
Venezuela, a Irán o a Mordor.
A Albert Rivera le
falta tiempo para volver a ofrecer sus servicios al PP una y otra vez
mientras chulea un pacto que, primero usó como escudo para comprometerse
en un gobierno de cambio, y ahora emplea como chantaje sobre un PSOE
aquejado del síndrome de Estocolmo. Sus llamadas a los "jóvenes del PP" y
sus avisos al navegante Rajoy tienen la credibilidad de una denuncia de
Ausbanc. Nos quedan por delante dos meses de comprobar empíricamente,
un día sí y otro también, que todo voto que vaya a Ciudadanos acabará
convirtiendo en Presidente de nuevo a Rajoy.
Pedro
Sánchez ha ido de tropiezo en tropiezo en el arranque de su precampaña.
Reconocer ahora que se equivocó al llamar indecente a Rajoy supone una
torpeza y reabre inútilmente un asunto ya amortizado. A no ser que se
pretendiera lanzar un mensaje de deshielo y aproximación al PP; entonces
ha sido un éxito completo. Los abandonos en la listas, incluidas sus
apuestas más personales, las resurrección de los barones zombis o las
jugadas geniales y los posteriores ataques de pánico de la dirección
socialista solo refuerzan la sensación de navegar en un barco en grave
peligro de zozobra. Cuando en un partido hay que pedir unidad en voz
alta será porque anda muy necesitado de ella.
Podemos
necesita imperiosamente a IU si pretende superar al PSOE. Pablo
Iglesias no puede permitirse volver a acabar tercero, pero las tornas
han cambiado; en diciembre IU se jugaba la supervivencia, ahora está en
situación de poner condiciones. De momento la cosa ha comenzado más como
la negociación de un matrimonio de conveniencia que como una
negociación política. Se habla poco de política y de amor y se discuten
demasiado los detalles del régimen de separación de bienes. Aunque son
jóvenes y aún tienen tiempo para convencernos de la belleza y la pasión
que debiera inspirar su romance.
No
hay más que repasar la agenda para comprobar la desesperante precampaña
que se intuye. Que los partidos se hayan embalado en una carrera por
proponer rebajas en sus gastos electorales, sin ni siquiera molestarse
en disimular que coinciden exactamente con los millones dispuestos por
cada uno en diciembre, deja bien claro por quién nos toman: a ver
ciudadanos, a votar rapidito y sin dar mucho la lata que tenemos que
seguir con nuestras cosas.
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