Por qué dejo de colaborar con la SER y los demás medios del Grupo PRISA
Aprendí
muchísimo más escuchando la SER durante mi adolescencia que en los
decepcionantes años de universidad que estuve en la Facultat de Ciències
de la Comunicació de la Universitat Autònoma de Barcelona. Con once o
doce años estaba enganchado a La Gramola de Joaquín Guzmán, en M80
Radio, también del Grupo PRISA. Más tarde, descubrí Hora 25 con Carlos
Llamas y su tropa de tertulianos. Escuchaba sus voces desde la cama, en
la absoluta oscuridad, y aprendí con ellos qué era la crítica y también
qué era una línea roja en periodismo. Cuando hablaban del PP o de las
guerras promovidas por Occidente uno sentía pasión por el periodismo.
Cuando se ponían todos a criticar de forma uniforme a los movimientos
independentistas de Catalunya o del País Vasco, aunque muy joven por
aquel entonces, ya me daba cuenta de que algo pasaba, de que era
realmente extraño que en ese tema todos estuvieran de acuerdo cuando era
obvio que los catalanes o los vascos también tenían sus razones.
Gracias a la radio y, en concreto,
gracias a la SER, me enamoré del periodismo. Desde los 13 años lo tuve
clarísimo. Yo quería ser periodista. Los sábados por la tarde iba a los
estudios de Ràdio Barcelona a ver cómo se hacía la radio en directo. Los
presentadores me veían como el niño que era, pero de vez en cuando me
invitaban a sumarme a la mesa y yo decía tres palabras con la voz
temblando y durante días no podía dejar de pensar que mi voz había
formado parte de este entramado de comunicación tan mágico que es la
radio. Esa es mi relación, idealizada por supuesto, que desde siempre
tuve con Ràdio Barcelona y la Cadena SER. El Terrat, Andreu Buenafuente,
Iñaki Gabilondo, Carlos Quílez, Gemma Nierga, Rosa Badia… ¿qué joven
periodista no quisiera ser como ellos y ellas?
Con los años, los ídolos dejan de ser
ídolos para convertirse en compañeros de profesión. El ejercicio del
periodismo es un campo de batalla en el que las luchas y el cuerpo a
cuerpo para defender la libertad de expresión y denunciar las
injusticias que habitualmente se silencian son constantes y desgastan
más de lo que cualquier oyente, lector o espectador pueda imaginar. A lo
largo de mi carrera como periodista, que empecé a los dieciséis (en
2002) en Ràdio Contrabanda y que me ha llevado a colaborar con todo tipo
de medios de comunicación locales, estatales e internacionales, he
descubierto que, hoy más que nunca, la independencia periodística es lo
que determina la calidad de los contenidos y, por lo tanto, la salud
democrática de una sociedad.
En 2012 empecé a colaborar con Ràdio
Barcelona semanalmente. Ya había hecho radio anteriormente, incluso
dirigido y presentado un programa diario en una radio local pero lo de
entrar en Ràdio Barcelona pensé que era la confirmación de que el
esfuerzo y la pasión que le había puesto al asunto habían valido la
pena. Os podéis imaginar lo feliz que estaba. Hacía radio en los mismos
estudios a los que iba de adolescente a ver cómo se hacía un directo. El
olor de la planta -2 del edificio de la calle Caspe número 6. El color
amarillo de los micrófonos. SER, en azul. Y el sentimiento de empezar en
una de las cunas del periodismo crítico de nuestros días (con muchos
matices, lo sé, pero hace quince años muy pocos dudaban de que la SER y
El País -ambos Grupo PRISA- fueran la referencia periodística del estado
español).
Pero a medida que pasaban los meses y el
Grupo PRISA se convertía en una empresa controlada por bancos y fondos
de inversiones extranjeros, los principales medios del grupo iniciaron
un decadente proceso hacia la institucionalización de la precariedad
laboral (hablad con cualquier periodista del grupo y que os explique),
el sesgo informativo en cuestiones económicas y políticas (si los
propietarios son banqueros e inversores, os podéis imaginar por dónde
van los tiros) y la devaluación periodística de sus principales marcas,
como la SER o El País.
A esto se le han
sumado en los últimos meses episodios que me han hecho replantear mi
colaboración con los medios del Grupo PRISA. Destaco tres entre muchos
otros: la persecución visceral y el ataque propagandístico continuado a
Podemos desde los editoriales de El País, el silencio sobre los mensajes
del Rey Felipe y la Reina Leticia a su ‘compi yogui’ imputado por las
tarjetas black de Caja Madrid y el ataque de ira de Juan Luis Cebrián a
raíz de la publicación de unas informaciones que lo vinculan con los
papeles de Panamá. Cebrián ha echado de la SER al director de eldiario.es,
uno de los medios que publica la información sobre Cebrián, y ha
forzado a sus periodistas a no asistir a tertulias en medios como la
Sexta o Antena3 (que también publicaron la información). Hasta aquí
podíamos llegar, señor Cebrián.
Cebrián representa lo peor del sector
periodístico. La podredumbre de esta profesión. Los males de unos medios
controlados por la banca y en los que los periodistas somos títeres
explotados sin voz ni voto. Hasta aquí, Cebrián. Usted es una caricatura
de todos los males que afligen el periodismo hoy en día. Espero que
también sea usted el síntoma de la decadencia de un grupo que ha
traicionado a sus periodistas y a sus oyentes, lectores y
telespectadores. Deseo con todo mi corazón que algún día pueda volver a
pisar Ràdio Barcelona o que me sienta orgulloso de publicar en El País.
Pero he tomado la decisión de no volver a hacerlo hasta que usted deje
el grupo y exista una alternativa en la que los periodistas y el
periodismo sean los protagonistas, y no sus intereses económicos o los
de los accionistas mayoritarios del grupo.
Hasta aquí, Cebrián, hasta aquí, que en la profesión aún nos queda orgullo.
Èric Lluent, periodista (Barcelona, 1986)
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