La IA en el Día Mundial de la Filosofía con Prometeo y Epimeteo
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El 20N de 1975 yo era un crío que, con diecisiete años, cursaba su primer año en la Complutense, tras decidir estudiar nada menos que filosofía. Este jueves, por cierto, es el Día Mundial de la Filosofía y, entre ambas efemérides, resulta mucho más importante recordar cuánto necesitamos la reflexión crítica, para meditar, por ejemplo, lo que supone la muerte de un dictador hace medio siglo. Las lecturas filosóficas nos hacen ver las cosas con perspectiva y además destilan un sano escepticismo, gracias al cual analizamos las cosas antes de asumirlas como dogmas inalterables que no admiten verse contrastadas con experiencias alternativas o nuevos datos. Hacen de nosotros Prometeos que anticipan lo que motiva sus decisiones, en lugar de actuar como Epimeteos, que solo piensan a posteriori.
Epimeteo fue quien, llevado por una malsana curiosidad, abrió la caja de Pandora, la cual no era ninguna mujer, sino un maléfico artefacto que arrasaba todo a su paso. Prometeo, en cambio, robó el fuego a los dioses para ponerlo al servicio del ser humano, rebelándose contra la tiranía de los poderosos. El mito de ambos hermanos resulta instructivo en la época que vivimos. En lugar de plantearnos para qué demonios queremos la IA o convertirla en una herramienta socialmente útil, nos lanzamos a utilizarla sin más, a tontas y a locas, contribuyendo a su adiestramiento y a ese lucrativo negocio que manejan muy pocas personas con un secretismo digno de mejor causa.
Su pretendida objetividad y neutralidad sirven como coartada para eludir todo tipo de responsabilidades. Cultivamos una frenética servidumbre voluntaria que nos hace vasallos del tecnofeudalismo. Todo intento de regular su implacable despliegue llega con retraso, dado el vertiginoso ritmo con que se desarrolla, llegando a hacer cosas que sus propios programadores no habían previsto. Nuestro ancestral anhelo de trascendencia, tantas veces alimentado y volcado en los mitos y las tradiciones religiosas, ha encontrado algo a lo que atribuir toda clase de atributos, como si se tratara de una nueva deidad. Además, también nos tienta mucho antropomorfizarla y darnos al decir que piensa, como si esto fuese lo más natural del mundo.
Solo falta que algún espécimen humano decida ceder su cuerpo a la IA, para que pueda también sentir y experimentar emociones. Ya no estaríamos ante un autómata humanoide, sino frente a una extraña simbiosis del ser humano con un sofisticado artefacto. El problema es cómo la IA nos está ya transformando, al moldear nuestras costumbres y hacernos más dóciles por delegar en ella buena parte de nuestras competencias, cuando no las propias decisiones, como si consultáramos a un oráculo que nos desvela nuestro destino.
Como señalábamos en un seminario del IFS-CSIC, la IA nos ofrece muchos atajos, pero quizá no debiéramos perder de vista que con ello nos perdemos el camino y que, como dijo Machado, se hace camino al andar. No es lo mismo coronar una cima subiendo a pie que con un teleférico, y la caminata nos hace disfrutar mucho más de cualquier meta que si llegamos a ella con una suerte de teletransporte. Agradezco a mis colegas Patrici Calvo, Domingo García Marzá, Concha Roldán y Astrid Wagner, entre otros, haberme dado pie para celebrar con estas líneas el Día Mundial de la Filosofía, que viene a coincidir este año con el cincuentenario de la muerte del sanguinario dictador Francisco Franco.


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