viernes, 13 de marzo de 2020

Lo que está en nuestra mano







Una mujer con mascarilla se cruza con una familia en un paso de cebra de Madrid.
Una mujer con mascarilla se cruza con una familia en un paso de cebra de Madrid EFE
El domingo, en plena posesión de mis facultades mentales, fui a la manifestación del 8M en Madrid. Tuve algunas dudas. Por el virus, claro. Al final decidí acudir. Como muchas otras de las personas que estuvimos allí, pensé que el riesgo no era para tanto, que las posibilidades de un contagio eran ínfimas, que era importante asistir.
Hoy creo que me equivoqué, y creo que no soy el único de los asistentes que hoy hubiera preferido no ir: al 8M, al fútbol, a la discoteca o al mitin de Vox con Ortega Smith. También creo que se equivocó el Gobierno al no tomar antes las medidas que ha anunciado poco después.


Es cierto que nadie tenía entonces todos los datos que tenemos hoy. Y no me refiero a la mortalidad o la peligrosidad del coronavirus, que ya lo sabíamos, sino a su nivel de difusión por Madrid. Fue el lunes cuando el número de nuevos infectados se disparó: pasamos de 28 nuevos positivos en Madrid el domingo a 375 el día siguiente. Fue el lunes, y no el domingo, cuando quedó en evidencia que el coronavirus circulaba masivamente por mi ciudad. Que la pandemia no era algo lejano y ajeno, que se veía por televisión. Que ya estaba aquí, y estaba fuera de control.
En las últimas horas, como nos pasa a muchos madrileños, varias personas de mi entorno profesional y personal han empezado a tener síntomas claros de esta enfermedad; llevan todo el día intentando que les atiendan por unos teléfonos de emergencia colapsados. Algunas ya han dado positivo. Otras probablemente pronto lo darán. Mi día a día ha cambiado radicalmente. También ha cambiado mi ciudad y mis expectativas para el futuro. Ya sé que no será igual.
Tanto si la enfermedad se cronifica y nos enfrentamos al colapso que vive Italia como si logramos frenar la curva y evitar al menos que la epidemia reviente nuestro sistema sanitario, el impacto del COVID-19 en nuestras vidas solo acaba de empezar. Las próximas semanas van a ser más duras, con seguridad. Es ingenuo poner un horizonte temporal ante esta crisis cuando lo primero que ha caído es la previsibilidad. Simplemente sabemos que, a corto plazo, la situación en todo el mundo y en España va a empeorar. Pero no sabemos cuándo tocaremos fondo, ni cuánto va a durar.
La gravedad de esta pandemia no es, en abstracto, una novedad para cualquier ciudadano informado. Pero la cosa cambia cuando pasas de la teoría a la práctica. Cuando el pánico vacía algunas estanterías de los supermercados de tu ciudad. O cuando recuerdas que le diste la mano hace pocos días a esa persona que hoy está en cuarentena. O cuando piensas en las personas mayores a las que quieres. O cuando haces las cuentas del número de enfermos que se esperan –alrededor del 40% de los infectados en Madrid necesitarán atención hospitalaria y un 10% acabará en la UCI, según asegura el consejero de Sanidad–, y confirmas que en toda España solo tenemos 4.400 camas en unidades de cuidados intensivos. 
Hoy casi todos los madrileños, o los vitorianos, sabemos ya lo que hace dos semanas conocían de primera mano los ciudadanos de Milán. Lo que pronto sabrán muchos otros españoles que, por ahora, no le dan tanta importancia a esta epidemia. Y que inevitablemente pronto se la darán.
Las pasadas semanas, en eldiario.es, me preocupaba mucho no provocar un pánico innecesario con el coronavirus. Hoy tengo la sensación contraria: hay demasiadas personas que aún viven ajenas a lo que está ocurriendo, que no cumplen con las mínimas recomendaciones sanitarias, que prefieren ignorar la gravedad de la situación o encomendarse a pintorescas teorías de la conspiración. Es posible que una parte de la culpa sea nuestra, de los medios, de nuestra propia credibilidad. Tantas veces vino el lobo que, cuando llega, algunos no nos creen ya.
En los próximos días probablemente llegarán medidas más drásticas: más prohibiciones para intentar evitar un desastre aún mayor. Pero todo el poder del Gobierno no basta por sí mismo para solucionar esta situación. En Italia hubo quien se saltó la cuarentena obligatoria para escaparse a esquiar.
Fui yo, este domingo, quien libremente decidió ir a la manifestación. Nadie me lo prohibió, pero tampoco nadie me obligó.
El Gobierno tiene un papel en la sociedad: uno muy importante, como en toda crisis queda patente, también para aquellos que critican al "papá Estado" y piden su demolición. Pero de nada sirven todas las medidas del Gobierno si cada uno de nosotros no asumimos nuestra responsabilidad individual para evitar más contagios. Por nosotros. Por los que más queremos. Por los que luchan contra la pandemia en primera línea de fuego. Y por toda la sociedad.

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