martes, 24 de marzo de 2020

La voz de Iñaki Gabilondo | 24/03/20 | Un grave dilema

       

Si ya es imposible adivinar qué pasará mañana sin que haya problemas gordos de por medio, si la vida es un suspiro y no ese conjunto de seguridades y planificaciones garantizadas que tanto nos molan a los seres humanos, no quiero ni pensar cómo es posible intentar hacer planes y cálculos medianamente previsibles y fiables, en semejante cisco global. 
En momentos como estos, para desconcierto de nuestro encantador system in failure, el camino no lo determinan los poderes políticos ni económicos ni ideológicos, lo marca la desnudez del presente con toda su crudeza, la atención al instante, que es la única luz disponible. Cualquier cálculo que hoy nos parezca razonable y posible, mañana o quizá esta misma noche, puede resultar imposible y hasta disparatado. Realmente siempre es así, pero cuando se teje un mundo más virtual que palpable y se da por hecho, complejo, seguro e inteligente innato, también se crea una película de ilusión que lo cubre, lo colorea y lo distorsiona a gusto de los guionistas. 
Nuestro juego existencial constantemente hipervalorado es el eterno castillo de naipes,o la fila de fichas del dominó. La única realidad medianamente segura es el tablero donde jugamos, imaginamos, especulamos y damos por hecho que pase lo que pase todo saldrá muy bien, como siempre. Pero ¿qué es siempre? ¿Alguien lo sabe y lo controla? Pues va a ser que no. Que hasta los controladores se han equivocado y se les ha ido de varas el invento infalible. En un laboratorio experimental han creado de repente un compendio de los Cuatro Jinetes del Apocalipsis en formato viral literalmente, como quien inventa un juego de niños como el Lego o los Clicks aquellos de Famóbil. O las Barbies y los Kents. De repente la ciencia se ha quedado en bolas, y ha descubierto que está más perdida que el alambre del pan de molde. Que no somos nada cuando nos creíamos que lo controlábamos todo, que nada podría sorprendernos jamás, porque nuestra pericia y su ojímetro infalible lo tenía todo controlado, con esos constantes mantras habituales: "se veía venir", "si ya lo sabía yo...", "estaba cantado". Pues es cierto, estaba cantado, se veía venir, ya lo sabían muchos y muchas, a los que les era imposible vivir desde hace tanto tiempo, que ahora ni se angustian al comprobar que su estado de indefensión  e inseguridad, de desorientación constante, lo padece la mayoría de la población mundial. Han dejado unilateralmente de ser los parias de la tierra, los pobres del mundo, los esclavos sin pan, ahora la mayoría plenipotenciaria del Planeta está justamente entrando en la ola, contagiándose de esa posibilidad, de entrar de golpe en el paraíso del precariado. Para empezar, lo primero que se ha evaporado ha sido la libertad, que ahora es un peligro en vez de un derecho. Lo segundo la salud en la cuerda floja, otro derecho que se pira en el vacío de la inseguridad. Luego el cómo y el cuánto de la supervivencia, la continuidad del orden establecido, ese orden doméstico con que nos empeñamos en gestionar el mundo mientras nos lo vamos cargando meticulosamente. Y todo dando palos de ciego lo más organizadamente posible. Unos palos muy bien pensados, cronometrados, enumerados, medidos y pesados. Nada al azar. Todo sería perfecto, si no fuera por esa manía de las cosas de salir de repente por los Cerros de Úbeda. 

Tal vez sea ya el momento de abandonar las adivinaciones y las quinielas sobre el futuro y centrarnos en la única realidad perentoria de que disponemos, porque en ella está la solución y el camino para elaborarla. Quizás con nuestro afán de control, con esa bulimia adivinadora por ir más allá de lo que no atinamos a resolver aquí y ahora,  estemos consiguiendo acorralar y asfixiar ese futuro y hasta quitarle la posibilidad de hacerse presente algún día. 
Si tengo en el horno un pan cociendo y me largo a la casa de al lado a  preguntar a los vecinos recetas para hacerme bocadillos cuando el pan esté acabado de cocer y mientras ellos me asesoran no me doy cuenta de que han pasado un par horas mirando recetas, cuando regrese a casa el pan estará carbonizado y de poco me servirán las recetas de bocatas para cenar. Esa noche solo habrá ayuno y masa achicharrada en el horno. El caso es que ya no me queda harina en la despensa y puede que tampoco la encuentre en el super, por la escasez y barrido de estanterías que ha producido al pánico al coronavirus. ¿Quién hubiera pensado hace un par de semanas que algo así de tonto podría ocurrir en un mundo tan avanzado y listísimo donde todo lo controlan las pantallas...y la inteligencia artificial, fíjate qué paradoja más absurda! Una pena que los robots aun no controlen a los humanos, seguro que a ellos nunca se les hubiera quemado el pan...Ellos nunca fallan en la perfección de sus cálculos. Ni tampoco les atacaría el coronavirus. Lo suyo sí que es inmortalidad, no esta chapuza humana e impresentable.  

¿Quién de vosotros a base de agobiarse podrá añadir una hora al tiempo de su vida?...No os agobieis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le bastan sus conflictos (Mt 6, 27-34) 

Pues va a ser que sí, que después de 2000 años lo esencial ha cambiado poquísimo.


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