Soledad contigo
Hay algo incomunicable dentro de nosotros. Ni el ser más querido es capaz de penetrar plenamente en mi conciencia interior
La fe no elimina esa soledad de mi más íntima conciencia, pero añade algo más: el “contigo”. La “soledad contigo” no deja de ser soledad, pero es una soledad iluminada
Todo creyente tiene derecho a un pedazo de mística en su vida
“A veces por las venas de las cosas / sube una luz azul, cual de presencia”
| Pedro Miguel Lamet
El poeta Juan Bautista Bertrán, SJ, escribía “Cuando atardece, quédate conmigo / le tengo miedo a mi soledad sola, no contigo”.
En el crepúsculo, cuando cesan los ruidos y el mundo se sumerge en la
oscuridad de la noche, es frecuente que tomemos conciencia del misterio
de nuestro ser: hemos sido arrojados a la vida sin saber por qué; somos
frágiles, limitados e ignorantes del futuro; es más, con una certeza de
que vamos a envejecer e incluso abandonar esta vida. Hay además algo incomunicable dentro de nosotros. Ni el ser más querido es capaz de penetrar plenamente en mi conciencia interior.
Quizás estos sean algunos motivos de la soledad radical de todo ser humano a la que tenemos miedo, como dice el poeta. La fe no elimina esa soledad de mi más íntima conciencia, pero añade algo más: el “contigo”. La “soledad contigo” no deja de ser soledad, pero es una soledad iluminada.
Todo creyente tiene derecho a un pedazo de mística
en su vida, momentos de silencio en que conecta con un rescoldo
interior que le calienta y acompaña, una sensación de que somos chispa
de un gran fuego u ola de un infinito mar. Como canta el mismo poeta: “A
veces por las venas de las cosas / sube una luz azul, cual de
presencia”. Mi parte resuena con el Todo, mi pequeña arpa vibra con la sinfonía del Ser,
y siento, aunque sea por un instante, que Dios no solo me acompaña y me
habita, sino que, como dice Pablo, “en él vivo, me muevo y existo”.
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