Trump, un “pacificador” que bombardea Irán
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Hitler casi reprodujo los confines del Imperio Romano. Su ejército parecía imbatible y decidió prevalerse de su poderío armamentístico. Espeluzna imaginar lo que hubiera pasado de conseguir la bomba nuclear. Primero se metió en el bolsillo a la población alemana. Sus rotundas victorias allanaron ese camino. Además, quienes discrepaban eran apartados o anulados, reprimiendo contundentemente cualquier opinión a su régimen totalitario. Las potencias europeas, entendiendo por tales al Reino Unido y Francia, hicieron mal fiándose de su palabra. Para evitar la guerra se hicieron concesiones cada vez más exigentes, como bien supieron Checoslovaquia y Austria. No le importaba suscribir pactos de no agresión con una Unión Soviética que se proponía invadir desde un principio.
Sus generales ganaron guerras relámpago y Francia cayó en un santiamén, declarando a Paris ciudad abierta, lo que la salvó de su destrucción. Posteriormente se libraría de nuevo porque no se cumplieron las órdenes del Führer para que fuese arrasada cuando los aliados iban a liberarla. En cambio, el Berlín destinado a ser la capital de Germanía quedó hecho trizas al cambiar las tornas bélicas. No siempre trae cuenta ganar batallas cuando cabe perder cualquier guerra de muchos modos posibles. Al enfrentarse a Stalin, lastrado por una Italia cuyo ejercito era manifiestamente mejorable, Hitler selló su destino, al desoír a sus mandos militares e hizo que Alemania pagase muy cara su presunción de omnipotencia militarista.
La Segunda Guerra Mundial parecía haber impartido sabias lecciones relativas a que no cabía repetir ese tipo de seísmos bélicos y las bombas atómicas quedaron reservadas para utilizar únicamente su efecto disuasorio. Tras Hiroshima y Nagasaki nadie quería desatar un desastre semejante. Los países con este tipo de arsenal quedaban protegidos por ese paraguas. Pese a ello, Estados Unidos envió sus tropas a Vietnam y salió escaldado pese a su evidente supremacía militar. Otro tanto sucedió en un Afganistán que no supo doblegar la Unión Soviética. Tras el macabro atentado contra las Torres Gemelas, los norteamericanos mintieron asegurando que Irak contaba con armas capaces de una destrucción masiva, lo cual se reveló totalmente falso, como reconoció posteriormente incluso su jefe militar.
Ahora los responsables del servicio norteamericano de inteligencia acreditan que, contra lo afirmado por Netanyahu, el régimen iraní no está en disposición de fabricar bombas atómicas, como se teme desde hace más de dos décadas. Pero Trump ha decidido desoír a sus asesores oficiales y lo ha hecho incumplido su propia promesa de negociar. El primer ministro israelí ha sabido camelarle con una misión histórica y ha involucrado a Estados Unidos en los conflictos de Oriente Próximo. Esto puede tener unas consecuencias imprevisibles y el mundo asiste atónito a esta escalada que ignora el parecer del propio entorno de Trump. Sus promesas de acabar con las guerras en curso han dado paso a este intervencionismo del que renegaba durante la campaña electoral.
Con estos giros de guion, Trump está demostrando que su palabra vale menos que nada y que dista de ser un socio confiable. Su política de negociación se basa en el ordeno y mando. Todos los países europeos deben gastar en defensa lo que le parezca oportuno, conculcando su soberanía, como si ejerciera un protectorado militar sobre la vieja Europa. Sus caprichos deben ser acatados porque cuenta con el ejército mejor pertrechado del mundo y sanseacabó. Tocado con su gorra roja ha comandado un operativo de gran envergadura, que ha utilizado unas bombas terriblemente destructivas. Todo ello en aras de la guerra defensiva emprendida por Netanyahu para imponer su hegemonía y preservar su expansionismo colonialista. Ya ni siquiera se habla de Gaza y nadie recuerda la posible convivencia pacífica de dos Estados vecinos. Ciertamente, nada de todo ello sería posible sin el respaldo del amigo americano.
Las execrables políticas hitlerianas podrían tener ciertos remedos o equivalencias funcionales, aunque sean perpetradas por sistemas formalmente democráticos y sin cruces gamadas. Eliminar a una cúpula militar o un colectivo de científicos es una cuestión técnica, que cualquier país podría emular en un momento dado. Que la mejor defensa sea un ataque resulta una máxima poco universalizable dentro del contexto internacional, porque cualquiera podría invocar esa guerra defensiva en cuanto se sintiese amenazado, máxime cuando ni siquiera se acredita con datos fidedignos el potencial de unas amenazas que pudieran ser más o menos imaginarias. Derrocar a un régimen teocrático que no respeta los derechos humanos también conlleva sus riesgos, al dar pábulo a un razonamiento recíproco.
Ningún tipo de supremacísmo ha traído nada bueno. Da igual quien lo ejerza. Cuando se quiere imponer la ley del más fuerte, saltan por los aires las reglas más básicas de una convivencia pacífica. La venganza y las guerras preventivas tienen costosos antecedentes en los libros de historia. Las antiguas víctimas devienen los nuevos victimarios y quienes repudiaban el colonialismo dan en practicarlo subrepticiamente. Nada nuevo bajo el sol. Salvo que los potenciales destructivos de una vanguardista industria bélica resultan sencillamente inquietantes. Con las guerras únicamente hay perdedores, aunque no lo crean así quienes ensalzan sus momentáneas victorias militares, por mucho que conculquen el derecho internacional.
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Para equilibrar la balanza planetaria, aquí va este brote tan humano como divino de MANOS UNIDAS. Hasta lo peor de lo peor, puede tener soluciones cuando el amor infinito coge las riendas del carro del amor y del servir, o sea, del servir para amar y no las suelta jamás. Como en este caso manounidor. Muchas gracias, heman@s de proyecto, de cielo y de tierra...Un abrazo sin fronteras, carinyets!
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