Asoman entre los turistas que caminan por la Avenida Atlántica de Copacabana, o entre los oficinistas que se agolpan en los restaurantes del centro de Río de Janeiro a la hora de comer, pero nadie los ve, son transparentes. Y eso que los recicladores no escatiman ni en bullicio ni en aparatosidad: tan pronto arrastran carromatos repletos de garrafas como equilibran con la cabeza amasijos gigantes de latas de bebidas. El 90% del reciclaje en Brasil corre de su mano, pese a estar condenados a la precariedad.

En esta era en la que vivir significa consumir, los recicladores viven después de que vivan otros, aprovechan las sobras de la vida de otros, aunque con lo que ganan a ellos no les llega ni para soñar semejante consumo: quedan al margen de lo que se llama vida en los barrios más afortunados de la ciudad. En estos barrios es tradición llamar a las cooperativas de recicladores para ofrecerles los residuos sólidos, cual donación, como si de esa forma las familias que dependen de esta profesión salieran adelante. No es así. Las distintas cooperativas del país llevan años reclamando para cobrar las recogidas a domicilio, no en vano, gracias a estas recogidas se consigue articular medianamente la gestión de residuos en Brasil, que avanza muy poco a poco.

"Gratuitamente nosotros ya no vamos más", cuenta Zilda Barreto, de la cooperativa de recicladores del Complexo do Alemão, una de las regiones de favelas más grandes de Río. La inmensa mayoría de los recicladores vive en condiciones de vulnerabilidad en estos tradicionales asentamientos cariocas. Están cambiando el mundo pero su ciudad mira hacia otro lado, de modo que Barreto define la vida como "complicada", algo obvio cuando, como ella indica, se vive "del posconsumo".

Los recicladores se despiertan en sus favelas cuando aún es de noche, y comienzan la ruta por calles, domicilios y vertederos ilegales en busca de cualquier tipo de material por el cual, una vez procesado, se pueda facturar algún dinero. En las bases de la cooperativa del Complexo do Alemão "otros recicladores clasifican el material, lo embalan y lo envían a las industrias". Lo recaudado se prorratea, si es que hay algo que prorratear. Al final de mes restamos los gastos que hemos tenido, y el resto de reparte entre los recicladores. A veces lo que sobra es bastante menos de lo que gastamos".

"Los recicladores estaban expuestos al virus, iban a tener que seguir trabajando en las calles", explica Clara Ferraz

La pandemia de la covid-19 ha dejado a todas las cooperativas de recicladores de Río de Janeiro más en la cuerda floja que de costumbre. Aparecieron algunas iniciativas de apoyo, una de ellas surgida desde el grupo de trabajo de residuos sólidos de la Rede Favela Sustentávelproyecto de la ONG Comunidades Catalisadoras–. "Los recicladores estaban expuestos al virus, iban a tener que seguir trabajando en las calles, y la industria iba a dejar de comprar los materiales", explica para este reportaje Clara Ferraz, coordinadora de desarrollo institucional de la organización: "No iban a poder conseguir renta de ahí, quedarían desasistidos".

Trabajos de reciclaje en el proyecto EccoVida, en el barrio de Honório Gurgel, zona norte de Río de Janeiro. / REDE FAVELA SUSTENTÁVEL. 2018.

Desde la Red Favela Sustentável decidieron lanzar una campaña recaudación de fondos, con doble objetivo: "Conseguir ofrecer un apoyo financiero directo y lograr sensibilizar a la población sobre la importancia de los recicladores para la sociedad". Lo segundo llevará más tiempo: En Brasil en general y en Río de Janeiro en particular falta educación ambiental y sobra clasismo.

La crisis que noqueó a Río tras la fiesta de los Juegos Olímpicos ha sido rematada por los estragos de la pandemia

También está sirviendo la campaña para promover ayuda personalizada para los recicladores en situación de calle, con entregas de agua, guantes y productos de higiene personal. Es una actividad el reciclaje a la que solían agarrarse los que no tenían techo para pasar la noche, como medio de supervivencia. La crisis que noqueó a Río tras la fiesta de los Juegos Olímpicos, rematada por los estragos de la pandemia, ha modificado esta demografía. Hoy no solo son recicladores las personas en situación de calle: "Hay desempleados, desocupados, gente que no tiene a dónde acudir, cabezas de familia, que recurren al material reciclado", asegura Zilda Barreto.

Lucha organizada y una ley clave

La lucha organizada de los recicladores se planteó hace décadas, explotando sobre todo a partir de los años noventa, que desembocaron en el Primer Encuentro de Recicladores de Papel (1999). Dos años después, durante el Primer Congreso Nacional de Catadores de Materiales Reciclables, en Brasilia, se fundó el Movimiento Nacional de los Catadores de Materiales Reciclables (MNCR). La presión realizada desde los colectivos que forman el movimiento alcanzó su primer meta en los últimos coletazos de la segunda legislatura del presidente Luiz Inácio Lula da Silva, que en agosto de 2010 firmó la Política Nacional de Residuos Sólidos. Esta ley pone en valor la labor de los recicladores y sus cooperativas –o cualquier otra forma de asociación–, especificando que las forman "personas físicas de baja renta", otorgándoles prioridad en la gestión municipal de residuos urbanos.

Por eso la Compañía Municipal de Limpieza Urbana (COMLURB) de Río cede la mayor parte de la recogida selectiva que realiza con sus camiones a las cooperativas de recicladores. Lo bueno es que en esta aportación extra las cooperativas se ahorran el gasto en desplazamiento que existe cuando trabajan por su cuenta, y lo malo es que la mitad de la carga de esos camiones de recogida selectiva son desechos orgánicos, por eso de la educación ambiental y la asignatura pendiente de la separación correcta de los residuos.

Dado que de proyectos solidarios también va sobrada Río de Janeiro, las vías de soporte y respeto a los recicladores son de las más diversas tipologías. Pimp My Carroça es un plan articulado en 2012 "para sacar a los recicladores de la invisibilidad, y aumentar su renta, por medio del arte, la sensibilización, la tecnología y la participación colectiva". En estos meses de crisis sociosanitaria y desplome económico, desde Pimp My Carroça, aparte del reparto de carretillas decoradas y kits de emergencia –que incluían mascarillas exclusivamente diseñadas para los recicladores–, han seguido desarrollando sus programas de conexión entre los vecinos y los profesionales del reciclaje a través de Cataki, una aplicación móvil. Antes de realizar el pedido de recogida avisan: el uso de la aplicación es gratis, el servicio de estos trabajadores no. Hay que llegar a un acuerdo económico con ellos para seguir adelante con la solicitud.